Ana Paradiso – Conicet Rosario
Científicas del espacio de Investigaciones Socio-Históricas Regionales (ISHIR) publicaron un libro que realizaron a partir del encuentro y el estudio de un objeto único: el cuaderno de anotaciones de recetas de cocina de Leticia Cossettini. Paula Caldo, investigadora del Conicet, junto a la becaria Micaela Pellegrini Malpiedi, integrante del ISHIR son las autoras del libro “El manuscrito culinario de Leticia Cossettini”, que editó Casagrande y en el que también trabajó Guillermo Ferragutti. El libro surgió a partir de la generosidad del profesor Carlos Eduardo Saltzmann, ex alumno de Leticia, quien recibió el cuaderno de recetas cuando ella murió y lo compartió con las científicas.
Las hermanas Cossettini: Olga (1898- 1987) y Leticia (1904-2004) fueron maestras y pedagogas argentinas. Eran hijas de inmigrantes italianos y se destacaron por haber llevado a cabo un proyecto educativo innovador llamado Escuela Serena, que transformó la escuela tradicional y se basó en fomentar la independencia, la creatividad y la libertad en el aula. “La Serena” se desarrolló en Rosario entre 1935 y 1950 y estaba vinculada al movimiento escolanovista. La influencia de su modo de educar trascendió épocas y fronteras. Hoy en día siguen apareciendo relatos que hablan de la tan importante labor de las hermanas Cossettini.
En la escuela, en la cocina
Micaela Pellegrini Malpiedi es profesora y licenciada en historia por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). En su tesis de doctorado estudió las prácticas pedagógicas de Leticia Cossettini y en el marco este trabajo visitó el Archivo Cossettini del IRICE y además se interesó por indagar otras huellas de Leticia. “Me encontré con Armando Sarrabayrouse, ex alumno de Leticia, fui a Rafaela y a San Jorge. En ese trabajo de búsqueda también me encontré con Carlos Saltzmann, que me facilitó el cuaderno de Leticia. Cuando estuve frente al cuaderno reconocí la letra inconfundible de Leticia, con la cual estaba familiarizada a partir de haber transcripto los diarios de clase conservados en el archivo de IRICE”, narra Pellegrini Malpiedi.
“Si bien el objeto estaba muy vinculado a mí –en cuanto se trataba de Leticia y sus prácticas– era muy cercano a mi directora, que es Paula. Ella tiene una larga trayectoria con respecto a la historia de las mujeres y la escritura culinaria. Era la persona indicada para ayudarme a saber cómo interpretar este objeto y darle el valor que se merecía. Empezamos juntas un trabajo continuo”, señala la becaria.
Escribir recetas
“Estamos acostumbradas a leer a Leticia en clave de maestra, incluso siempre situada en un recorte temporal entre las década del 30 y 50. De repente apareció este texto de cocina de los años 80 que tiene la particularidad de que las recetas estaban compiladas, apuntadas, por alguien que está aprendiendo. Es lo fascinante que tiene este texto: da la idea de que ella copiaba las recetas y después volvía a ellas para hacer anotaciones, intervenciones que muestran que hay alguien que está trabajando ese material”, explica Caldo.
“En cómo escribe se pueden advertir la idea de que ella está aprendiendo a cocinar. Hay un lenguaje que aparece cuando Leticia escribe «lluvias de azúcar sobre la harina». Aparece el gesto de alguien cuya subjetividad se constituye escribiendo, lo que hace luego aparezca replicado en todas las escenas de la vida. Hay un constante anotar para aprender y resignificar lo que está haciendo. Vemos a alguien que era maestra y aprendiz. Ahí surge la pregunta: ¿Por qué una maestra escribe lo que hace? Hay un saber que está establecido, pero además hay un saber que se reconfigura con lo imponderable de la acción, de eso que hacemos con otros y sobre otros”, sostiene Caldo.
“La acción, la práctica, lo imponderable se transforma constantemente. Si no se transforma el proyecto educativo fracasa”, agrega Carlos. “Y la cocina también. Cambian los comensales, los ingredientes, los contextos”, responde Paula.
Las marcas de Leticia
El manuscrito transformado en libro, como indica Caldo, tiene dos puntos a destacar. “Recuperan saberes que sirven para hablar de un mismo compromiso de Leticia en ciertas prácticas que no son pedagógicas, pero también sirve para que otras mujeres se vean en espejo y puedan decir: «yo también llevo una nota de recetas». Sirve para poner en valor un saber que las mujeres, en su mayoría tienen y que no se aprecian a partir de ello. Es una práctica que sitúa a Leticia en un colectivo de mujeres, pero que también lo pone en valor. Son mujeres alfabetizadas, mujeres comprometidas con un hacer, mujeres que sostienen lo más íntimo de la familia: si no comen se muere. Por eso es importante que este texto se conozca y que se conozca la dedicación que esta mujer puso a las recetas”.
La investigadora explica que el libro suma en términos historiográficos. Es que a partir de tomar una cantidad de recetas de cocina es posible empezar a hablar de la vida de las mujeres, de los saberes domésticos, de qué es el saber culinario, de la industria, de la tecnificación del hogar, y de las transformaciones de las prácticas históricas. “Leticia pone las marcas. El poner las marcas es un dato que te está invitando a buscar de qué se trata. ¿Qué consumía una mujer que estaba en la cocina? ¿Qué comían las mujeres? Porque era una familia femenina. En esa casa no había figuras masculinas. Era muy sociable, pero quizás no tenía tanto almuerzo o cena, pero si sociabilidad de tardes de té. Había una cantidad de recetas dulces, de tartas y de galletitas. También era una época donde lo frito no está. Es una cocina con mucho horno y más saludable”.
“El cuaderno nos permite una entrada para reconstruir la subjetividad de Leticia, desde la letra desprolija, las tachaduras, su rebeldía a la utilización de márgenes, y la intervención de recetas de otras personas que ella escribió. Leticia no había cocinado hasta que no tuvo la urgencia de hacerlo. Su personalidad activa y creativa le hacía transformar esa receta en lo que ella consideraba mejor”, señala Pellegrini Malpiedi.
El cuidador de la memoria
Carlos Eduardo Saltzmann tiene 88 años. Fue alumno en la Escuela “Dr. Gabriel Carrasco” de Alberdi y los últimos tres años de su educación primaria tuvo como maestra a Leticia. Además de ser ex alumno conserva muchos recuerdos de la amistad que compartió con ambas hermanas hasta el final de sus vidas. “Haber sido alumno de Leticia fue una marca indeleble y orientadora a lo largo de toda mi vida. La figura de Leticia, todos los días en el aula, era algo impactante”, señala Saltzmann.
“Cuando murieron, primero Olga y mucho tiempo después, Leticia, Chela, la sobrina de Leticia, vino a ocuparse de la casa. A Norberto Sarrabayrouse, que fue alumno de la escuela y amigo de ellas y a mí nos reservó un cuadro y otros objetos. Cuando fui a buscarlos también me dio este cuaderno”, indica Carlos.
Las fuentes y su conservación
El manuscrito de cocina de Leticia fue digitalizado por el licenciado Guillermo Ferragutti para poder ser luego estudiado y preservar el original. “La tarea tuvo algunos desafíos. En particular, por el soporte: un cuaderno Rivadavia con muchos recortes y hojas sueltas. La cuestión era preservar la integridad del material y poder digitalizarlo lo mejor posible. Esperamos trabajar con los otros materiales que Carlos tiene y que prometen ser interesantes”, indica Ferragutti y agrega: “La digitalización permite que el original se preserve y el archivo digitalizado se pueda guardar y consultar. Es una estrategia de preservación más”.
“Tengo una deuda imborrable con mis abuelos, con mis progenitores y con muchos amigos, pero con las Cossettini tengo una deuda fundamental que ha afectado todo el transcurso de mi vida, a veces de modo más evidente y otros de modos que solamente yo he sabido registrar. Ha sido una fortuna enorme para mí haber podido compartir tantos beneficios con las hermanas Cossettini”, manifiesta, emocionado, Carlos.