“Soy un artesano de la música”, comienza diciendo Chango Spasiuk en un encuentro con <El Ciudadano< que sirvió como excusa para promocionar su próximo concierto que brindará este sábado en el Teatro Auditorio Fundación Astengo (Mitre 754), donde celebrará treinta años con la música. Son las cinco de la tarde de un día gris. La cita, pautada con antelación en un hotel céntrico está demorada porque el músico, dicen desde su entorno, está recorriendo varios medios de la ciudad. “Lleva siete entrevistas”, le comentan a este cronista.
Llega y pide disculpas por la tardanza. Rápido posa para los flashes del fotógrafo, silencia su celular y saluda con un apretón de manos afectuoso. Toma un sorbo de agua mineral y escucha las primeras palabras de este cronista.
—Venís comunicando tu concierto como un militante del arte…
—Soy un artesano de la música. Y mi manera de desarrollar las actividades que están relacionadas con mis proyectos es un proceso artesanal. No soy una persona que consiga auspiciantes para empapelar toda una ciudad para que la gente se entere que tocaré. La única manera que conozco es llegar a las ciudades y conversar. Hacerlo de la misma manera que hago mi música, con cierto cuidado. Y eso puede ponerme en una perspectiva de militante reflexivo e introspectivo pero simplemente yo trato de caminar cuidadosamente y de una manera respetuosa porque la gente se merece respeto. Uno no sabe qué hay detrás de ese cuerpo y tampoco quiere que lo subestimen o que lo miren por el aspecto.
—¿A ese proceso llegas tras una maduración como artista o es herencia de valores aprendidos en la infancia?
—Es el camino y los golpes. Cuando creo que sé termino dándome cuenta que no. Entonces hablo menos. Pero cuando tengo que hacerlo trato de dar lo mejor y me preparo. Mi rol no es de comunicador pero la música tiene algo de comunicación. Hay que prepararse para una buena música y también para todo lo demás. Y seguramente habrá algo de herencia de la superación, de nacer en un contexto árido de herramientas pero poderoso en estímulos que tuvo su poder y me dieron ganas de caminar el mundo.
—En treinta años de carrera editaste más de diez discos y realizaste proyectos musicales de diversa búsqueda estética y artística. Cuando se lleva una carrera como la tuya, donde obtuviste un lugar de referencia dentro de la escena nacional pero también internacional, ¿Te preocupa cómo hacer para auto-superarte?
—A veces trato de correrme del lugar de confort y plantearme nuevos desafíos. Eso me ayuda a encontrar qué hacer y qué no. El desafío es bueno porque me permite imaginar cómo sería tocar con tales herramientas o componer música para cine, o tratar de hacer un proyecto de música electrónica, o sentarme con un arreglador para hacer un desarrollo sinfónico de la tradición en la cual estoy. Y ese intentar me lleva a la experiencia, que es el mayor fruto: la experiencia de decir esto puedo y aquello no. Tener esa experiencia y encontrar un punto medio pero sentir que me corrí un poco de mi lugar de confort. Después aparecen nuevos estímulos que me van corriendo un poco más. ¿Cómo hago para que no se vuelva mecánico o previsible mi toque? No quiero decir que salir de ahí sea un mérito. A veces se cae en ese error de mirar a la tradición y pensar que correrse de allí es ser un capo. No, eso no es meritorio. Hay caminos en virtud de las necesidades personales: A mí me tocó este arquetipo de expansión y caminar todo el tiempo abriendo nuevas puertas. Hay belleza en la simpleza de quedarse en un lugar como también en moverse. Mi búsqueda es un poco más ruidosa, nada más.
—Ese camino estilístico amplio que tomó tu carrera sumó nuevos públicos al chamamé y la música del Litoral que, quizá, no hubieran entrado en contacto con el género sino fuera en la fusión con otras sonoridades…
—El género de la música del Litoral siempre fue estigmatizado con un cliché y pareciera que esa música tiene que circular en un determinado circuito. Sí es bello y fresco por qué no compartirlo con otros. No es un pensamiento de desarrollo de mercado sino de intentarlo y prepararme para ver lo que creía conocer pero con nuevos ojos. Y, de alguna manera, contribuir a que otros miren su historia o sus herramientas culturales con una nueva mirada porque posiblemente encuentren algo que hasta ese momento no habían encontrado. Si de alguna manera la música puede ser una herramienta, no solamente de entretenimiento sino de reflexión y resignificación, bienvenido sea. Aunque lo que a mí me moviliza a hacerlo son cuestiones personales. A mí no me gusta sólo tocar en mi casa, quiero hacerlo en vivo, comunitariamente. Porque sucede algo que no pasa en otros lados. Para hacerlo tengo que salir de mi casa, hacer prensa, comunicar, ir hasta un teatro y armar un concierto. Todo eso para sentarme y ver si en ese momento nos puede suceder algo a todos los que estamos ahí, algo que estamos necesitando, yo también. Porque todos necesitamos conectar. No me gusta esa imagen del artista que viene a darle de comer algo a los demás, algo que les falta y que vos lo encontraste. Eso es una mentira. Yo estoy tan hambriento como todos. Y cuando pasa algo mágico me nutro, me lleno, me alimento y me dan ganas de sonreír, me dan ganas de caminar y de actuar en el mundo desde su cotidianidad.
—Ahora estás con una gira europea con Raúl Barboza que es otra generación mayor a la tuya. ¿Te preocupa encontrar un sucesor?
—Nunca se interrumpió esa transmisión. De hecho, veo muy preparada a la gente que es más joven que yo, con mucha fuerza. Estamos en una etapa de mayor alienación. Hay tantas herramientas e información circulando que pareciera que hay más posibilidades de estar distraído a saber por dónde es que hay que caminar. Y todo es tan inmediato que pareciera que todo tiene que suceder ya, aparecer ya. Y que sí, inmediatamente no aparece nada, no servís y sos descartable. Inclusive, hay una irreal valoración a través de las redes sociales. Lo verdadero es lo que sucede cuando tocas. Eso es real. Todo lo demás es un mundo virtual que, de alguna manera, tiene dos puntas: una que es maravillosa porque desde tu casa podés colgar un montón de información y que muchos la escuchen pero, por otro, te podés perder en ese mundo virtual y olvidarte de lo que es básico. No soy de los que dicen que antes era mejor ni que ahora lo es, ni siquiera que el futuro lo será. Sino que, por alguna razón, ahora estoy viviendo acá y trato de entender lo que me rodea para ver de qué manera yo puedo encajar en todo eso y hacer lo que me toca.
—¿Cómo preparaste este concierto aniversario?
—Es fácil y difícil porque no soy un artista de éxitos. No tengo ni un solo éxito pero si una música que es producto de treinta años de caminar. El concierto estará parado sobre esa música. Lo que toco ahora es producto de todos estos años que han pasado. Y, el concierto, pasará por composiciones que considero importantes y bellas para mí y que me hacen bien tocar. Eso es lo que quiero compartir. Son como texturas sonoras que pintan mi cuadro y que presento de la mejor manera que considero. Eso quiero compartir. Y Rosario siempre fue una caja de resonancia donde encontré un espacio para sentirme contenido.
Esta noche, a las 21.30, en Teatro Auditorio, de Mitre 754