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“Gente que nunca pidió nada hoy pide para la Sube para ir a buscar trabajo”

Di Paola, de vasto trabajo territorial en las villas del conurbano bonaerense con jóvenes y adolescentes con problemas de adicciones, apeló a la sociedad a que reflexione a tener una mirada “hacia la propia identidad” y no a los “modelos de países de consumo”   

“Hoy hay gente que nunca nos pidió nada y que nos pide que le carguemos la Sube para poder viajar para buscar un trabajo. Nos piden medicamentos porque no los pueden comprar”, le contó el padre José María Di Paola a El Ciudadano, en su paso por Rosario.

Di Paola, conocido como “el Padre Pepe” o “el cura villero” y hombre cercano a Jorge Bergoglio, actualmente es párroco en la villa La Carcova y coordinador de la Comisión Nacional de la Pastoral de Adicciones y Drogadependencia de la Conferencia Episcopal Argentina. Visitó la ciudad en el marco de una charla ante un auditorio colmado de la Universidad Católica Argentina.

Minutos antes de presentarse ante el público, el Padre Pepe dialogó con El Ciudadano. De vasto trabajo territorial en las villas del conurbano bonaerense con jóvenes y adolescentes con problemas de adicciones, apeló a la sociedad a que reflexione a tener una mirada “hacia la propia identidad” y no a los “modelos de países de consumo”.

—¿En el contexto actual del país, creció el pedido de ayuda a las Iglesias?

—Los pedidos no solamente crecieron sino que son distintos. Antes teníamos un grupo de gente a la que ayudábamos y que sabíamos que teníamos que ayudar, que estaba dentro de un grupo y que tratábamos de optimizar los recursos que teníamos para poder darle una mejor calidad de vida. Hoy hay gente que nunca nos pidió nada y que nos pide que le carguemos la Sube para poder viajar para buscar un trabajo; hay gente que nos pide un medicamento porque no lo puede comprar. Realmente los pedidos han crecido muchísimo.

—En este mismo marco, ¿qué ocurre con la problemática del consumo de drogas?

—Creció. La disposición de la droga es mucho más grande de hace treinta años a esta parte, va creciendo y cuando las situaciones sociales están más complicadas eso influye. Creo que cuando un chico tiene el padre que no trabaja, no tiene un plato de comida en la casa o no puede sostener la escuela, entonces la esquina es el lugar de encuentro y es en donde quizás se encuentra por primera vez con la droga.

—Según los informes que el mismo Indec publica aumentaron los índices de pobreza y hay brechas cada vez más grandes, ¿cómo impacta esto en el trabajo que llevan adelante en el territorio?

—Vivimos en una sociedad de consumo y creo que eso es lo malo. Si esa sociedad de consumo no tiene un paradigma mucho mayor termina siendo como un modo de vida que está muy lejano para lo que es bueno para la vida y la salud de una comunidad. Porque consumir es sinónimo de felicidad y la adicción entra también entra también en este sentido, como un consumo del que no se dan cuenta que daña y deja huellas muy complicadas en la vida, que inclusive pueden llegar hasta la muerte.

—¿Cuáles serían las posibilidades para revertir esta situación?

Me parece que lo que hay cambiar es un poco este modo de pensar que tiene la sociedad. Evidentemente los medios y los intereses y las proyecciones que se dan desde afuera impulsan este tipo de sociedad, que se dan en otras partes del mundo. Pero en Argentina se lo toma como modelo. Argentina mira a Europa o a los países consumistas como si fueran grandes ejemplos. Creo que tenemos que reflexionar un poco y decir «Bueno, de esto podemos aprender aquello pero tenemos que mirar nuestra propia identidad»”.

—Teniendo en cuenta su trabajo territorial en problemáticas de consumo y el que lleva adelante la Comunidad Padre Misericordioso en Rosario, que tiene personas en lista de espera para internarse, ¿desde las políticas públicas entienden a la adicción como una enfermedad?

—Es complejo pero creo que cada vez se toma más conciencia de eso. Antes no se veía de esa manera, más bien se lo tomaba como un lugar de internación y nada más. Hoy la mirada es mucho más amplia, lleva al adicto en una dimensión verdadera, no solamente a él y a la sustancia sino todo lo que rodea su vida: que tiene que buscar un trabajo, una capacitación; la familia o el barrio donde vive. Creo que esta mirada que está teniendo el grupo que el padre Fabián Bellay coordina, tiene esa mirada y creo que es la que llega y por eso hay tanta gente que responde ante esto de querer vivir mejor, tanto en prevención como en recuperación.

—¿Cuál es su mensaje para aquel familiar de un adicto que aún no sabe que existen salidas o para el mismo adicto en consumo activo?

—Lo importante es no perder la esperanza porque hay gente que trabaja para que la recuperación de ese hijo exista. En nuestros grupos hay muchísimos chicos de los barrios que hoy en día están bien porque empezaron ese camino. Por más que sea difícil y que estén viviendo un momento muy complicado, los entendemos porque conocemos el problema, y que sepan que hay que apostar a ese camino.

 

Di Paola (1962) inició y ejerció gran parte de su sacerdocio como un vecino más al frente de la parroquia Caaupé en el asentamiento de emergencia 21-24 de Barracas, Buenos Aires. Promediaba la década del 90 y aún no se veían enfrentamientos armados por la disputa territorial de venta de drogas. Aunque había otros conflictos violentos, el narcotráfico no era el centro de los problemas del barrio. Años más tarde, en 2010 y tras denunciar y exponer a los responsables de la comercialización del paco en muchos lugares del conurbano bonaerense, sufrió una suerte de exilio y fue obligado por su superior, el hoy papa Francisco y por entonces cardenal Jorge Bergoglio, a trabajar en una iglesia en Campo Gallo, un pequeño pueblo de Santiago del Estero.

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