“Medimos cuánto aumentó la canasta básica de alimentos, pero nadie pregunta quién la va a comprar al supermercado o la convierte en un plato de comida cada día”. Lucía Andreozzi, licenciada en estadística y docente de la UNR, habla de las trabas para entender qué es la economía feminista, un concepto cada vez más popular en Argentina. La especialista quiere salirse de entender la realidad sólo por los indicadores económicos habituales –el que define que la persona es pobre por la cantidad de plata que tiene el banco– y sumarle el tiempo.
En su libro “Deconstrucción del tiempo. Trabajo y pobrezas en Rosario”, publicado por la UNR Editora como parte de la colección Apuntes Feministas, Andreozzi le pone números a lo que casi nadie pone en discusión: las mujeres cargan con más trabajo que los hombres porque son quienes, además de trabajar por un salario –si lo consiguen–, se encargan de transformar esa canasta básica de alimentos en el plato de comida cada día. Ese plato que, junto a la ropa y casa limpia, permiten que quienes viven en un hogar puedan salir a trabajar o ir a la escuela. Ese que la teoría denomina trabajo no remunerado, mal llamado doméstico o entendido sólo como un acto de amor exclusivo de las mujeres. Según el único relevamiento conocido en Rosario sobre el uso del tiempo, hecho en 2010, las mujeres triplican a los hombres en cantidad de horas de trabajo que no tiene un salario a fin de mes.
Cuesta vivir
El grupo donde está Andreozzi, dentro de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística, es pionero en estudios económicos de género. En 2010 se unieron con investigadores de Buenos Aires y armaron un relevamiento del uso de tiempo para cada ciudad. Visitaron 1.001 viviendas y entrevistaron a 2.318 personas mayores de 14 años. Hablaron con cada integrante y fueron distintos días de la semana para preguntarle qué habían hecho el día anterior. Después cruzaron la información de cada diario de actividades con varias categorías: trabajo de mercado (formal o informal pero con dinero de por medio); producción doméstica; cuidado personal; educación; entre otras. El resultado fue que las mujeres dedicaban tres veces más de tiempo que los hombres al trabajo no remunerado. Y que los hombres duplicaban a las mujeres en cantidad de horas trabajando para el mercado.
Adentro
La economía feminista dejó de mirar lo que hacían las empresas, los Estados y hasta los mercados (a los que les atribuyen humores y la capacidad de “tomar nota” de alguna declaración de un político). Puso el foco en lo que pasaba adentro de las cuatro paredes de la casa. “El hogar reproduce la desigualdad de afuera. Si una pareja heterosexual debate cómo llegar a fin de mes van a coincidir en que el hombre debe salir a trabajar porque el mercado lo paga mejor”, explica Andreozzi.
Un informe de 2018 del Indec estableció que en 2017 las mujeres cobraban un 30 por ciento menos que los hombres. El dato fue usado por el presidente Macri para presentar un proyecto de ley que buscaba achicar la brecha salarial de género en 2018, pero que en la práctica era solo una invitación a denunciar al empleador si detectaba que cobraba menos que un hombre por la misma tarea.
Desbalanceado
Según la encuesta de tiempo de Rosario en 2010, la mayor carga de producción doméstica no pagada caía sobre las mujeres de entre 40 y 74 años. Era un poco más repartida entre personas de 15 a 24 años, pero no llegaba a ser pareja. Es que esa franja etaria no eran encargados/as del hogar sino, por ejemplo, estudiantes que complementaban las tareas que se necesitan para que una familia, no importa cómo está compuesta, entregue cada día a sus integrantes al mercado.
“Sin esas tareas en el hogar no habría fuerza de trabajo para el mercado. Son parte de la ecuación productiva macro, pero están invisibles para la economía clásica. Son el sustento del sistema capitalista”, dice Andreozzi y apunta que se necesitan 54 minutos de trabajo no remunerado para sostener 60 minutos de quien trabaja afuera de la casa.
¿El tiempo es dinero?
Para Andreozzi, la salida del desbalance dentro del hogar no es, como plantean distintos autores, poner un precio al tiempo del trabajo no remunerado. El camino es distribuir las tareas de forma más equitativa y que cada uno se haga cargo de lo suyo. “No quita que estos indicadores de uso de tiempo y desigualdad deben servir para políticas públicas y privadas que garanticen un mercado laboral que pague sin mirar el género”, aclara la especialista.
Para eso, insiste, hay que cuestionar la jornada de trabajo, las licencias de maternidad y paternidad, y el acceso a espacios de guardería. “La economía feminista no dice que dejes de estar en tu casa sino que tengas la posibilidad de elegir si te querés quedar”, cierra Andreozzi, quien prepara un estudio de cómo es el uso del tiempo en quienes trabajan para el sistema científico santafesino.