Por Brenda Guaglianoni (*)
La vecina de al lado era tan extraña. Siempre trayendo flores, macetas con flores, ramos con flores. La mayoría siendo plantadas en el patio de atrás, donde Lucía podía escucharla todos los días o verla si estaba con ganas de chusmear o aburrida. La señora le hablaba a las flores como les hablaría a sus parientes o simples conocidos.
Muchas veces escuchó decirles: “Querido”, “Federico” o “Susana”. Como si cada flor, de distinto color y tamaño, fuera una persona. Y siempre en algún cumpleaños o celebración especial, sus papás la invitaban. ¿Y ella qué traía de regalo? Obvio: más flores. Recordaba lo que decía: “Para qué siempre los acompañen”.
Y Lucía no sabía a qué se refería. Pocas veces lograba prestarle atención cuando la tenía cerca, pero cuando lo hacía era difícil sacarle los ojos de encima. El pelo oscuro, brillante y muy lacio hasta pasando la cintura, una vincha blanca que parecía partirle la frente. Ataviada en un enorme vestido color lavanda. Su piel trigueña y sus ojos rasgados, brillantes como dos pequeñas lentejuelas, pareciendo estar descansando erguida. Y siempre oliendo floral.
El funeral de su abuelo fue una ocasión que Lucía jamás olvidaría.
Aún era una niña, llorando más por el llanto ajeno, aún sin caer en la realidad que se encontraba y conservando cierta inocencia. Entonces la vecina se le acercó, con una pequeña maceta y unas flores muy bonitas. “Son para vos, Nomeolvides”.
Lucía se le quedó mirando. “¿Que no la olvidara?”.
“Así se llaman esas flores. Sé que a veces mirás mucho mi patio. ¿Te gustan las flores?”.
Había respondido un “sí”, entre la duda y la vergüenza.
“¿Te gustan los cuentos? Hay uno muy especial para mí, por eso siempre tengo flores”. Lucía se había quedado mirando a la señora, expectante y hasta enmudecida. Fue entonces que le contó sobre una leyenda de su “gente”. La leyenda del Colibrí. El Mainumbi, para ellos. Entonces miró las flores en la maceta. ¿Significaría entonces que gracias al picaflor como mensajero, su abuelo descansaría en eso que llamaban paraíso?
Años más tarde, cuando fue el turno de la señora de las flores partir, Lucía había aprovechado a colarse en su patio para dejar una maceta de flores de un color lavanda por plantar. Entonces fue que vio a un pequeño colibrí acariciando con su pico una flor. Una Nomeolvides.
* Brenda comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra. Es una de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad que contiene a más de 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad en la provincia.
Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, ella se animó a escribir. Usó el espacio para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.
Brenda y sus historias son parte de la ciudad y sentimos mucho orgullo de poder compartirlas.