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Una promesa para mirar juntos el elefante

No somos de primicias. Tampoco de velocidad. Creemos en que si estamos muy cerca del elefante no podemos saber que es un elefante, y podemos confundirlo con una mancha gris y arrugada. La perspectiva. Eso es todo lo que podemos ofrecer. Porque información hay a montones. Sólo hace falta tiempo y Google. Es corto hacer un periodismo que se crea tocado por la varita de las fuentes (políticos, funcionarios policiales, incluso otros periodistas). Ocurre y hay muchos trabajadores de prensa y medios de comunicación que eligen ese camino para vivir. Nada que criticarles, salvo que ocasionalmente esa falta de tiempo y perspectiva te vuelve un multiplicador de esa mancha gris y arrugada, y no de todo el elefante. “Te operan”, solemos decir.

En tiempos donde a los hombres nos llaman a cuestionar algunos privilegios también podemos cuestionar desde el periodismo ese mal entendido privilegio a las fuentes. En la cooperativa La Cigarra, cuyo principal producto es El Ciudadano, queremos ser –y hago énfasis en la expresión de deseo– quienes arranquen conversaciones que sirvan para la vida democrática de esta ciudad, esta provincia, este país. O si tenemos buenos datos porque tuvimos tiempo, aportarlos a esas charlas. Buscamos –porque disfrutamos– temas y perspectivas que nos lleven a una sociedad más justa, equitativa y respetuosa de los derechos de las personas. Pero nunca lo hacemos solos. No somos dueños de plumas (ni las de escribir ni las de los teatros de revistas) sino de un medio de comunicación.

Queremos ser habilitadores, casi cómplices, de quienes con su trabajo diario se volvieron referentes para escuchar y multiplicar: profesionales de la salud, de la ley, trabajadores sociales, referentes barriales, sindicalistas, políticos e incluso periodistas especializados que nos ayudan con capacitaciones permanentes. En 2018 incluso les dimos una distinción a ciudadanos y ciudadanas que con su ejemplo nos volvieron mejores comunicadores.

Lo que cambió

Todo lo anterior no tiene nada de nuevo: usar a protagonistas y especialistas para entender al elefante y no quedarnos con la mancha. Lo que cambió es el lugar de ustedes, usuarios, usuarias y, les más nueves, usuaries de las redes sociales. Antes del pajarito de Twitter, los muros de Facebook, los mensajes de WhatsApp, y las historias de Instagram su mirada sólo llegaba por cartas de lectores o algún llamado telefónico a la redacción. Pero, para hacer honor a la verdad, en la mayoría de los casos eran los jefes de redacción y algunos editores quienes nos decían “es lo que dicen en la calle”. Andá a chequearlo, ¿no? En lo personal agradezco este momento de hipersupervisación de lo que hacemos. Aún con lo desprolijo y, a veces, agresivo, es más que bienvenido que estén ahí. Significa que, aun cuando ustedes pueden informarse y pensar siguiendo directamente a los protagonistas y especialistas, eligen un medio de comunicación. Quizás les sea más fácil. O quizás sea la inercia de lo que vivieron en sus casas, donde, si había plata, el diario llegaba a la puerta al menos los domingos, y la radio era el ruido de fondo de su crianza. Por herencia (u holgazanería vuestra) nuestro lugar sigue siendo el mismo: informar.

Sabemos que en cualquier momento un mensaje de WhatsApp o una notificación de otra red social nos pueden alejar de sus pantallas. Prometemos esperar a que respondan y vuelvan. Y cuando las conversaciones que iniciamos en las redes los tengan a ustedes participando les vamos a prestar atención. Más importante, vamos a intentar todos los días, y sin ningún virus de por medio, que estemos más cerca para mirar juntos el elefante.

Lo anterior surgió por el pedido de escribir sobre los desafíos a futuro y una extraña nostalgia a “Dailán Kifki” de María Elena Walsh, mi cuento preferido de pibe, que comenzaba con una persona que salía a la calle y su entrada estaba bloqueada por una enorme montaña gris que no la dejaba pasar. Y cuando la empujaba hacia la vereda y se apartaba podía reconocer que en realidad se trataba de un elefante con una carta colgada en una oreja que decía: “Soy muy trabajador y cariñoso, y, en materia de televisión, me gustan con locura los dibujos animados”.

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