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Entre el padecimiento y el arte: el músico que quería ser famoso

Hace un mes, el 10 de setiembre, moría el legendario músico Daniel Johnston, saludado por Bob Dylan y Kurt Cobain, luego de batallar con problemas de salud. También se hizo conocido por sus ilustraciones, que llegaron a galerías y museos

En algunos momentos del documental El diablo y Daniel Johnston, el ya en vida legendario cantautor norteamericano Daniel Johnston, cerca de sus 20 años, aparece como un joven flequilludo con mejillas rosadas que promete convertirse, apenas unos años después, en un atildado dependiente de tienda o en un oficinista o en un estudiante de alguna universidad tecnológica. Pero lejos estaba el también dibujante de ser algo de eso que su aspecto anunciaba. Por el contrario, su imagen fue haciéndose cada vez más desprolija, sus pómulos se hundirían cada vez más y –debido a la medicación que consumía– su misma boca fue torciéndose y no pocas veces se lo vio balbucear antes de un show. En el mismo documental –estrenado en 2005– nada de lo que dicen sus padres cuando rememoran la niñez de Johnston describe algún atisbo de lo que sucederá con su hijo. En 1988, cuando ya contaba con un importante reconocimiento, tuvo un brote psicótico y atacó a Steve Shelley, el baterista de la banda Sonic Youth, porque no había querido ponerse una remera que él le había regalado, acción que le valió una internación. Cuando salió, luego de un par de semanas, actuó en el famoso club neoyorquino CBGB y un poco después haría lo mismo en el Festival Austin City Limits que tiene lugar en esa ciudad texana durante tres días, esta vez ante un público multitudinario. El regreso a Houston, donde residía, fue en una avioneta de su padre. Todo parecía muy tranquilo durante el vuelo hasta que Johnston quitó las llaves del tablero y las arrojó por la ventanilla, pero estaban casi al llegar y pudieron aterrizar sin mayores inconvenientes y sin daños físicos. El músico volvió a ser internado por un poco más de tiempo y la medicación comenzó a ser más severa.

Admirado por los grandes

Johnston compuso algunas canciones muy buenas, “Walking the Cow” (1983), “True Love Will Find You in the End” (1985) y “Life in Vain” (1998), son algunas de las más conocidas e incluso de las que más versiones se hicieron. A Johnston lo admiraban varios grandes músicos como Kurt Cobain y Bob Dylan, este último solía saludarlo antes de dedicarle algún tema. En pleno auge de lo que se conoció como rock alternativo o indie, Johnston tuvo una suerte de tutela de bandas como la propia Sonic Youth –que pese al altercado no le cortó el rostro–, la exquisita y oriunda de Hoboken, New Jersey, Yo la Tengo, o Built To Spill, quienes lo recomendaban a las grabadoras, hasta que en 1994, una major como Atlantic le produjo el disco Fun, uno de sus materiales más elaborados, con picos sonoros como “Delusion & Confusion” y “My Little Girl” pero que paradójicamente sería un rotundo fracaso comercial. Fue más o menos para esa época que Johnston admitió que necesitaba alguna tutela porque entendía que había determinadas situaciones que lo llevaban a perderse, es decir, a actuar de cualquier forma, incluso de forma agresiva en algunas. Estos comportamientos parecían desaparecer cuando cantaba –y siempre también cuando dibujaba– por lo que su entorno llegó a pedirle que lo hiciera todas las veces que pudiera, cada día, incluso por fuera de los shows.

Sentidos ocultos

El diablo y Daniel Johnston revisa esa intimidad del artista y refiere las relaciones que tuvieron lugar entre la vida y obra: es que en sus letras hay una suerte de espejo de lo que lo que lo atenaza y lo hace prisionero, cierto estado que le fue diagnosticado como enfermedad pero que nunca tuvo un nombre preciso y le fueron tratados más los efectos que el posible origen. Decía en “Catie”:  “Bueno, yo he tenido un montón de horrores/Y he tenido un montón de miedos/Pero lo peor del horror/Es cuando no hay nada aquí/Oh sí, he estado allí/Y no hay nada allí, sí…”, una poética que conformaba un universo demasiado conocido por él cuando las crisis lo sepultaban, y cuando después de salir decía haber visto “el horror” pero no podía explicar de qué se trataba y luego eso se colaba en una canción en un tono de extrañeza, con matices que iban desde lo recóndito y lo oscuro hasta lo místico o ingenuo. Basta ver sus ilustraciones de estética despojada e infantil pero que a veces guardaban sentidos ocultos o algún rasgo que hacía pensar en otras razones que las que estaban allí expuestas.

Voy a ser famoso

Las primeras canciones que grabó en forma artesanal Johnston las repartía en cassettes a sus amigos y conocidos, varios de ellos músicos y que fueron quienes le abrieron el camino distribuyendo a su vez las cintas. Tuvo un solo álbum que batió récords durante una temporada. Se llamó Hi, How are you, grabado en 1983, y tuvo un gran espaldarazo cuando Kurt Cobain lució una remera con la tapa del disco. Había algo que lo volvía loco, si puede decirse eso de una personalidad bastante inestable. Cuando saludaba a alguien a quien no conocía le soltaba: “Hola, soy Daniel Johnston y voy a ser famoso”, una forma de presentarse que le encantaba y la usaba cada vez que podía. Había zafado como pudo del mandato paterno inicial que lo quería en la iglesia pentecostés a la que su padre servía y pronto estuvo trabajando en un McDonals tratando de hacer unos dólares para comprar cassettes para grabar sus canciones. También coloreaba con gran acierto sus dibujos y luego los regalaba por la calle luego de decir quién era del modo que le encantaba. Tuvo hasta una musa de quien decía que lo inspiraba para escribir sus canciones. Se llamaba Laurie y era empleada de una disquería que Johnston frecuentaba. Se hicieron amigos y la chica le lanzaba un beso cada vez que él se iba del negocio. Con ella vivió algo así como un amor platónico ya que al parecer nunca la invitó a salir ni nada por el estilo. Pero tuvo una canción con su nombre y en ella, Johnston canta: “Ella siempre me hizo sentir como en casa/con ella nunca me sentí fuera de lugar…”, reza la canción.

Outsider Art

Algo que también obsesionó a Johnston fueron los cómics. En sus visitas a las comiquerías solía intercambiar sus dibujos a rotulador por algún número que contara aventuras de los superhéroes de Marvel. Esos personajes y otras criaturas más monstruosas; su amor divino Laurie, sus graciosas y absurdas ilustraciones lo situaron en un lugar emblemático en el universo de lo que se conoció como “Outsider Art”, una movida muy relacionada al cómic y al dibujo a mano alzada en el  contexto de una historia y sobre cuyo origen, algunos estudiosos coinciden en mencionar las enfermedades mentales, en cuyo cenit se encuentra el genial Robert Crumb. Ya entrado el siglo XXI algunos de sus trabajos se exhibirían en galerías y museos, tanto en Estados Unidos como en España y Francia. Y se editó un libro monográfico sobre su obra visual en el que el guionista estadounidense Harvey Pekar señala la singular figura de Johnston más allá de cualquier dolencia: “Daniel Johnston no es grande porque tiene trastorno bipolar, sino a pesar de ello”, dijo.

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