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Iron Maiden: La Bestia descargó su furia en Vélez

En medio de una estética que remitió al oscurantismo medieval y en la que no faltaron imágenes de Eddie, el monstruo de aspecto cadavérico que simboliza al grupo, la banda comandada por Steve Harris lanzó una furiosa descarga musical a lo largo de dos horas

Con una impactante puesta en escena, el grupo británico Iron Maiden, banda fundamental en la historia del heavy metal, ofreció el sábado un soberbio show ante un colmado estadio de Vélez Sarsfield en el que repasó sus más de 40 años de trayectoria.

En medio de una estética que, en general, remitió al oscurantismo medieval, en el que no faltaron imágenes de Eddie, el famoso monstruo de aspecto cadavérico que simboliza al grupo; y con el fenomenal cantante Bruce Dickinson asumiendo diferentes roles interpretativos en cada canción; la banda comandada por el bajista Steve Harris lanzó una furiosa descarga musical, a lo largo de casi dos horas, en la que no faltó ninguno de sus temas más representativos.

Así desfilaron clásicos como «Two minutes to midnight», «The trooper», «The number of the beast», «Iron Maiden», «The evil that men do» y «Run to the hills», entre unas 16 composiciones.

Además de la mencionada brillantez interpretativa del vocalista, todos ellos contaron con las ráfagas de guitarras de Dave Murray, Adrian Smith y Janick Gers, quienes muchas veces doblaron sus sonidos, una marca distintiva del grupo; sobre las bases creada por Harris y el baterista Nicko McBrain, que por momentos se asemejaban a descargas de ametralladoras.

En medio de un predominio de creaciones musicales con tempos muy altos, se sucedieron imágenes y escenografías que podían ir desde una estética bélica hasta interiores de castillos con candelabros y vitreauxs.

El show que llevó por título «The Legacy of the Beast» tuvo como preludio una promoción de un videojuego propio del mismo nombre; una canción de UFO, banda inspiradora de Harris a la hora de formar Iron Maiden; y un audio con un discurso del primer ministro británico Winston Churchill.

Finalmente, con un avión de combate que colgaba del techo del escenario como escenografía, la banda irrumpió con «Aces high» y «When eagles dove», para luego sacudir a la multitud con «Two minutes to midnight».

Sorpresivamente, a la hora de los saludos, Dickinson lanzó una especie de queja por lo chico que había resultado el estadio para albergar a tantos fans y prometió que en una eventual próxima visita Iron Maiden tocaría en el «fucking River».

Tras interpretar «The clansman», una canción «sobre la libertad», tal como la definió el cantante, «The tropper» dio paso a que ingresara en escena una versión aggiornanada de Eddie, quien se batió en un duelo de espadas con el cantante, que finalmente esgrimió una bandera argentina al consumar su victoria.

La estética medieval y su oscurantismo, especialmente en «Sign of the cross», en donde Dickinson asumió el rol de un monje negro con una cruz luminosa en su mano, tomó el centro de la escena en una sucesión de temas que incluyó «For the greater good of God» y «The wicker man», entre otras.

El excelso cantante, capaz de lanzar estremecedores agudos, fue más allá en «Flight of Icarus», con un efecto en el que disparaba llamaradas desde sus manos hasta que la imagen de fondo que replicaba al famoso personaje de la leyenda protagonista de la canción se desplomaba.

Finalmente, la evocación a la Bestia, tan típica en los clásicos del género, apareció en «Fear of dark», «The number of the beast», «Iron Maiden», «The evil that men do» y «Hallowed be the name».

Tras el apoteótico cierre con «Run to the hills», sonó en los altoparlantes del estadio «Always look on the bright side of life», del humorístico grupo británico Monty Python, lo que marcó un notable contraste con el mundo de demonios, torturas medievales, oscurantismo y leyendas de brujos que hasta ese momento se había apoderado del lugar.

Lo cierto es que la brillante performance de Iron Maiden logró conectar a la audiencia con la etapa más genuina del heavy metal, en la que los sonidos agudos, la velocidad y la fantasía sirvieron como canal de expresión para los sectores postergados de la juventud argentina, en tiempos en donde el terror era mucho más real y peligroso que el encarnado por Eddie.

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