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Alberto Fernández, el «tipo común» que frustró el sueño de reelección de Macri

Al hincha de Argentinos Juniors y dueño del perro Dylan le llega a los 60 años el desafío mayúsculo de arrancar su camino como noveno presidente argentino desde la vuelta de la democracia, en 1983; y de encarnar al mismo tiempo otro retorno del peronismo a la Casa Rosada, tras cuatro años

Alberto Ángel Fernández, el hombre que se define a sí mismo como un «tipo común», logró en las elecciones nacionales de este domingo un triunfo inapelable, que lo consagra sin más trámite como nuevo presidente electo de la República Argentina, a expensas de Mauricio Macri, que así vio truncado su sueño de reelección.

A Fernández le llega a los 60 años (2/4/59), el desafío mayúsculo de arrancar su camino como noveno presidente argentino desde la vuelta de la democracia, en 1983; y de encarnar al mismo tiempo otro retorno del peronismo a la Casa Rosada, tras cuatro años en los que sus referentes tomaron posiciones, aún desperdigados, en las filas de la oposición, salvo contadas excepciones.

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Cuenta siempre Alberto Fernández –pieza clave en la gestación y primeros años del kirchnerismo–, que no más conocerlo quedó seducido por Néstor Kirchner, y por el convencimiento que éste tenía de que sería presidente algún día, lo cual en aquel año 2000 sonaba a cuento fantástico.

Se desconoce si el flamante presidente electo tuvo la ilusión de que él también podría alguna vez hacer cumbre en la más alta magistratura de la Nación.

En cualquier caso, la quimera dejó de ser tal cuando Cristina Kirchner, sacudió la mañana del sábado 18 de mayo con su declinación a encabezar la fórmula peronista, en beneficio de Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete del primer gobierno kirchnerista; y de la gestión inaugural de la ahora vice suya, aunque sólo unos pocos meses, hasta su salida destemplada de esa administración.

Visto los resultados, habrá que conceder lo acertada que resultó aquella estrategia electoral.

Fuera de los aciertos que también podrían adjudicarse al gobierno hoy derrotado, el plan económico de la administración Macri –si acaso hubo tal–, se malogró sin contemplaciones, con indicadores en rojo en casi todos los ítems; para peor, la gran bestia negra nacional, la inflación, sigue entre nosotros.

La fragilidad del cuadro económico -que el candidato y profesor de derecho penal en la UBA, con olfato entrenado, explotó al máximo en la campaña- selló la suerte de Macri, y en un mismo acto el éxito electoral del Frente de Todos; la reagrupación de peronistas y kirchneristas, para la que Fernández desplegó sus dotes de operador sagaz, sin saber aún el papel que le iba a tocar desempeñar en el armado.

Además de las urgencias de la economía, Alberto Fernández deberá lidiar con el complicado humor social que provoca el encono entre kirchneristas y quienes no lo son; el presidente electo ha prometido que promoverá una «gran reconciliación nacional» (evoca la prosa de Raúl Alfonsín), hasta convertir la famosa «grieta» en cosa del pasado.

Pero es la relación que el presidente Fernández mantenga con la ahora vicepresidenta electa, la cuestión que despierta más interrogantes.

Influyen para ese análisis el fuerte temperamento de ambos, la siempre complicada demarcación de límites políticos y la matriz ideológica que Alberto Fernández quiera imponer a su gestión, que algunos voceros del PJ aventuran podría resultar «demasiado políticamente correcta» a los ojos del kirchnerismo más duro, expresado en La Cámpora.

«No estoy atado a ningún dogma», avisó el presidente electo en un spot publicitario que se ha visto estas semanas.

Ambos integrantes de la fórmula ganadora han dicho ya mil veces que el suyo es hoy el vínculo de «dos viejos amigos», de entendimiento y heridas restañadas.

En el tránsito hacia una «mutua comprensión» de las cuestiones que los habían separado, Fernández fue quien dio la idea a la ex presidenta de escribir un libro de memorias. Luego sería Cristina Kirchner quien dio la idea a Alberto Fernández de ser presidente.

Atrás quedaban años de iracundia y de expresiones de condena -a cargo del presidente electo- por la «transformación» del kirchnerismo a partir de la muerte, en 2010, de Néstor Kirchner, y en ocasiones poniendo en entredicho la dimensión moral de Cristina Kirchner.

«No me voy a pelear nunca más con Cristina», sostiene ahora el presidente electo, que supo ser con ella y Néstor Kirchner, una de las tres patas de la mesa en la que, entre 2003 y 2008, se decidía absolutamente todo lo concerniente a la línea política del kirchnerismo.

Años después, aquel triunvirato -al que ni siquiera accedía el entonces poderoso ministro de Planificación Federal Julio de Vido- quedaría reducido a lo que resolvieran Cristina Kirchner y Carlos Zannini, como precisa «El Último Peronista», libro indispensable sobre Néstor Kirchner, de Walter Curia.

Cuando Fernández llegó a la jefatura de Gabinete ya sabía lo que era la función pública: había sido funcionario -en tareas de orden técnico- de los gobiernos de Raúl Alfonsín (a quien admira), de Carlos Menem, y de Eduardo Duhalde, con quien también comparte muchas posiciones doctrinarias.

En la precuela del kirchnerismo, se afilió al Partido Nacionalista Constitucional de Alberto Asseff (hoy devenido macrista tardío), para
saltar luego al PJ porteño; del que provienen la mayoría de sus amigos (varios podrían acompañarlo en el gobierno que viene). En pareja con la actriz y periodista Fabiola Yañez, tiene un hijo (Estanislao), de su primer matrimonio.

Nunca renunció al PJ, pese a sus acercamientos políticos con Domingo Cavallo, primero, y con el Frente Renovador de Sergio Massa, años atrás.

Se iría enojado del kirchnerismo el abogado que se crió en Villa del Parque y es ahora vecino de Puerto Madero: la interminable crisis del campo en 2008 lo había desgastado sin remedio.

Aquellos días hizo lo que pudo para frenar a Néstor Kirchner que, perdida la batalla de las retenciones, quería que su esposa Cristina renunciara sin más.

El ahora hincha más famoso de Argentinos Juniors llegó incluso a pedirle a Carlos «Chacho» Alvarez que llamara a Lula, entonces presidente de Brasil, para que éste a su vez convenciera a los Kirchner de no dar aquel paso.

Al final no hubo dimisiones, pero la iniciativa no fue del agrado de Néstor Kirchner y Alberto Fernández se fue a su casa: «…Pues andar nuevos caminos, te hace olvidar el anterior», quizás haya tarareado en esa instancia -y quizás también esta noche- la canción emblema de su amigo Litto Nebbia.

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