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Reflexiones sobre la muerte de Lauti: cuando una cartera vale más que la vida

¿En qué momento una cartera se convirtió en algo más importante que una vida? La mujer que sufrió un intento de hurto en Santa Fe y que vio cómo un adolescente de 17 años era fusilado por la espalda, demostró tener más sentido común que funcionarios, policías y comentaristas

Pobre Lauti. Tenía 17 años y el 29 de octubre caminaba por el barrio Guadalupe de la ciudad de Santa Fe cuando intentó arrebatarle la cartera a una anciana, pero desistió. “Pobre Lauti” fue quizás lo que pensó la mujer, que valoró el gesto de arrepentimiento y decidió darle dinero sin que mediara la amenaza ni el robo. Pero toda la explicación humana termina cuando un policía decide dispararle y matarlo por la espalda. No había armas ni amenazas. Nada. El policía decidió dispararle cuando nadie estaba en peligro y terminar con su vida. Esta actitud del policía es celebrada en las redes. Y hablan de la presentación romántica de un ladrón que no merece comprensión alguna. Ni un juicio, ni una imputación. Hay que matarlo.

No importa la ley, la misma que claman que se aplique, pero en forma selectiva. No todos los ladrones, o los que roban, merecen la misma bronca. El odio no se descarga sobre quien roba o desfalca una empresa y deja cientos de empleados en la calle. Ni con quien decide subir el dólar y mandar a miles de personas fuera del mapa. Ni a los que fugan el dinero de todos los argentinos. El odio siempre cae sobre el pibe pobre de barrio humilde. Se construye para la sociedad como el matable.

«Pa, perdoname»: últimas palabras del chico asesinado por un policía en Santa Fe

Cuando hace cinco años un grupo de personas decidió hacer justicia por mano propia y someter a las torturas más crueles a David Moreira por robar una cartera hasta matarlo, la Justicia no encontró responsables sobre el hecho. No dijo a la sociedad que ese tipo de hechos eran punibles y que aquel que mata debe someterse a la ley ya que el bien más preciado no es una cartera, sino la vida.

El padre de Lauti es Walter Saucedo. Es policía.  Pasaba con su auto cuando vio un procedimiento policial y  una persona en el piso que tenía sangre en la espalda. “Saqué mi torso por la ventanilla y vi a mi hijo tendido boca abajo, me tomé la cabeza con las dos manos y me arrodillé a su lado. Lautaro decía ‘me duele mucho la panza’. Su mano estaba fría y ahí me di cuenta de que estaba malherido”.

“Le dije ‘quédate tranquilo’. Se tranquilizó y me dijo ‘pa, perdoname’. Me di cuenta de que algo había pasado, que algo estaba mal. Me pidió perdón y le dije que no pasaba nada”.

Lauti le dijo que tenía mucho sueño y nunca más despertó. Saucedo recordó que a Lautaro le gustaba andar en bicicleta, que nadaba y que iba a empezar a practicar rugby junto a su hermano. “No le faltaba nada”, agregó para volver sobre su extrañeza respecto al intento de robo que protagonizó su hijo y le costó la vida.

Lo que pasó por la cabeza de Lautaro no lo sabremos nunca. Pero no se puede pensar en una sociedad justa para la cual una cartera vale más que la vida. No se puede justificar al que dispara a alguien que no representa ningún peligro, ni una policía formateada para matar a cualquier costo. La muerte cerró toda posibilidad de respuesta. La gran pregunta no es por qué alguien intenta robar una cartera, sino por qué alguien decide matar por la espalda.

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