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Cromañón: se cumplen 15 años de la tragedia del rock

En la noche del 30 de diciembre de 2004 un recital se convirtió en infierno en el barrio porteño de Once. Por el incendio del boliche murieron 194 personas y al menos 1.432 resultaron heridas

Poco antes de las 23 del caluroso 30 de diciembre de 2004 cuando en el escenario arrancó el recital con “Distinto”, el primer corte de Rocanroles sin destino, el último disco de la ascendente banda de rock Callejeros, formada en la matancera localidad de Villa Celina, en el oeste del Gran Buenos Aires. De repente, un “tres tiros” explotó y un fogonazo iluminó el techo. Y, en minutos, República Cromañón, la disco del barrio porteño de Once que había sido bailanta pero desde ocho meses antes se llenaba de pibes rockeros, se convirtió en un infierno. Mañana se cumplirán 15 años de la mayor catástrofe por causas no naturales de la Argentina: 194 muertos y al menos 1.432 heridos. Miles de familias devastadas y otros miles con secuelas que aun hoy no pueden superar.

La tragedia de República Cromañón dejó al desnudo descontrol de los controles del Estado, la ineptitud y la corrupción en las áreas de inspección y de habilitaciones comerciales porteñas y la connivencia de la Policía, haciendo la vista gorda a cambio de dinero. El local estaba habilitado para poco más de 1.000 personas, pero para ese recital se habían dispuesto unas 3.500 entradas.

Se supo, también, que los planos presentados no coincidían con el lugar, que los matafuegos estaban vencidos y que la salida de emergencia estaba cerrada con cadenas. “Cuando se prendía fuego el techo le avise a los de seguridad y se fueron a la mierda. Las puertas estaban cerradas, tuvimos que patearlas hasta romperlas para salir, yo y dos amigos más. Cuando salimos a la calle uno de ellos fue a pedir ayuda a un patrullero que estaba en la esquina y yo con el otro loco nos volvimos a meter adentro para ayudar a los que no podían salir”, escribió un testigo.

“Era una noche más de recital aunque se sentía un clima de euforia: era fin de año y el mensaje de las letras de Pato (Patricio Fontanet) era para todos nosotros”, recordó a Sebastián Alberio, por ese entonces de 19 años, que seguía a Callejeros desde hacía más de un año y había ido al recital junto a su hermano y un amigo.

“Me acuerdo cómo entré, cómo fue el cacheo, que me sacaron las zapatillas y que jodíamos que parecía una revisación médica para una pileta porque ese nivel de control era inédito para un concierto”, detalló.

Mailín Blanco tenía 16 y había ido con Lautaro, su hermano de 13: “Me gustaba mucho ir a recitales, pero con Callejeros me identificaba especialmente con sus letras”.

Juan Filardi tenía 15 y ese jueves de final de año se acercó a Cromañón con dos amigos y su papá, Oscar, que había puesto como condición acompañarlo para dejarlo ir a una zona del barrio de Once que consideraba “peligrosa”.

Como una sucesión de fotogramas, de aquel 30 de diciembre de 2004 las versiones coinciden en controles exhaustivos al llegar, el calor abrasador, la multitud sofocante, el tema de la banda “Distinto” y el fuego.

Y en el caos, el relato también encuentra un orden: la luz que se corta, la irrealidad del espanto fundiéndose a negro y, finalmente, el silencio.

Mailín despertó al otro día a las 6 de la mañana entubada y permaneció internada hasta el 22 de enero. Sebastián estuvo 9 de los 18 días que pasó en el Sanatorio de La Providencia en un coma inducido. Juan permaneció 15 días internado en el Hospital Italiano tras haber perdido el 70 por ciento de su capacidad pulmonar.

“Al despertar apareció un dolor, el de la inescrupulosidad de la muerte, desconocido para cualquier joven de 16 años”, advirtió Mailín, hoy de 31, cuyo hermano falleció en el boliche de Once.

“Al principio no sabía si iba a poder volver a ser feliz al 100 por ciento, hoy con dos hijos (con Federico, otro sobreviviente de Cromañón), digo que sí, que vivo plenamente y que el mayor homenaje que podemos hacerle a los chicos es vivir”, señaló.

Aunque cree que “la Justicia perdió una oportunidad de desentrañar un sistema corrupto de inspecciones que es el que permite que estas cosas pasen”.

“Era la chance de sacar el velo y ser un punto de inflexión, pero eligió cortar el hilo por lo más delgado y centrar responsabilidades en la banda sin analizar las del poder político y empresarial”, acotó.

En ese sentido, remarcó que “el sistema sigue priorizando el dinero por sobre la vida”. “Cromañón se repite y se repitió. Pero nuestro caso fue un emblema porque demostró que nada funcionaba: ni el sistema de emergencia de la ciudad, ni las morgues que no estaban preparadas, ni nada. El día después se clausuró hasta el Gran Rex”, recordó.

Sebastián, que hoy tiene 34 años y es periodista y músico, advirtió: “Cuando falla el Estado, cuando fallan los controles y la seguridad privada, nos tenemos que cuidar entre nosotros y como público podríamos haber evitado cagarle la vida a una banda. Lamentablemente le pasó a Callejeros”.

Quince años después, “por qué” o “para qué” murieron 194 personas y otras más de 1.400 resultaron heridas aquel 30 de diciembre son preguntas que circulan en su cabeza sin encontrar ningún cauce.

Con resignación, como si fuese necesaria alguna respuesta, arriesga: “En el rock algunas cosas cambiaron, se cumplen más con los horarios, están los carteles de salida de emergencia, ves los matafuegos bien señalizados”.

“Ahora lo primero que miro cuando voy a un recital es si hay salidas de emergencia, si el techo tiene o no una mediasombra, eso se volvió un acto reflejo prácticamente. Pero los lugares siguen sobrepasando la capacidad. La diferencia es que yo, si veo que está muy colapsado de gente, me voy a mi casa”, concluyó.

 

Las condenas

La investigación de la tragedia de Cromañón nunca permitió dar con quien disparó el “tres tiros” que originó todo. Ni siquiera se sabe si está vivo. La Justicia, entonces, fue por la cadena de responsabilidades que hicieron posible que todo ocurriera: que el lugar no estuviera en condiciones, que se sobrepasara la capacidad, que las inspecciones no hubieran sido eficaces.

Omar Chabán, el gerenciador de Cromañón y una figura emblemática detras del rock nacional, resultó condenado a 10 años y 9 meses de prisión. Murió en 2014.

Carlos Díaz, subjefe de la comisaría 7, acusado de recibir coimas, a 8 años.

Patricio Fontanet, cantante y líder de Callejeros, a 7 años.

Raúl Alcides Villarreal, colaborador de Chabán y a cargo de la seguridad de Cromañón, a 6 años.

La entonces subsecretaria de Control Comunal porteña, Fabiana Fiszbin, y sus funcionaros Ana María Fernández y Gustavo Torres recibieron condenas a 3 años y 6 meses las dos primeras y 3 años y 9 meses el último.

Salvo  uno, los demás integrantes de Callejeros recibieron condenas a 5 años de prisión: es el caso de Christian Torrejón (bajista), Maximiliano Djerfy (guitarrista), Elio Delgado (guitarrista) y Juan Carbone (saxofonista). La misma condena le cayó a Diego Argañaraz, manager de Callejeros.

Rafael Levy, dueño del local donde se instaló Cromañón, a 4 años y 6 meses.

Daniel Cardell, escenógrafo de Callejeros,  a 3 años.

Eduardo Vázquez, baterista de Callejeros, resultó condenado a 6 años de cárcel. Es el único que sigue en prisión: fue condenado a perpetua por el femicidio de su esposa.

 

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