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«Nuestra parte de la noche», de Mariana Enriquez, el terror junto al realismo

El poder sobre los cuerpos y el territorio, su cara metafísica a través de sectas que lo invocan en forma de dioses antiguos y caprichosos, y una relación cruenta y amorosa entre padre e hijo, le sirven a Mariana Enriquez para trazar “Nuestra parte de noche”

El poder sobre los cuerpos y el territorio, su cara metafísica a través de sectas que lo invocan en forma de dioses antiguos y caprichosos, y una relación cruenta y amorosa entre padre e hijo, le sirven a Mariana Enriquez para trazar “Nuestra parte de noche”, un inusual fresco de época, a la vez gótico y realista, de uno de los momentos más perversos de la historia Argentina (la última dictadura) hasta los años 90.

En este libro –Premio Herralde de Novela 2019 publicado por Anagrama–, que a Enriquez le llevó tres años escribir, hay terror del más puro, al estilo Stephen King; crónica literaria lisa y llana aunque ficticia; personajes y pasajes que podrían ser notas de revistas roqueras de moda; y poesía que su autora rescata, una y otra vez, de autores bellos y malditos.

“Grité ¡Sal de las sombras Rey de la uñas doradas!”, cita a William Butler Yates al principio de la novela (una de las propuestas más intensas para devorar este verano). Ese dios de uñas doradas, u otro, pérfido y ancestral, ya olvidado por la raza humana, será encarnado por Juan Peterson, protagonista de esta historia, que también es una historia de carretera, medium de una sociedad secreta que intenta liberar a su hijo Gaspar de un destino similar suyo.

— ¿Cómo nace “Nuestra parte de noche”?

— Tenía la imagen de un padre y un hijo, sabía que tenía ganas de escribir una novela de terror, que tuviera una especie de monstruo amorfo, quería trabajar con el ocultismo, con una secta. Con la escritura surgió la incorporación de “La casa de Adela”, un cuento de “Las cosas que perdimos en el fuego”, que medio explica por qué desapareció esa nena y creo que es el único cruce de trama, después hay referencias más leves.

— De fondo están la dictadura y un poder tiránico mayor, internacional y místico, que busca la inmortalidad para perpetuarse en la Tierra, dirigido por tres mujeres.

— El libro habla del poder sobre los cuerpos y el territorio, un poder impune no sólo por permanecer en secreto y resguardar conocimiento. Disputado por otra mujer que sólo quiere intercambios diferentes, no busca cambiar la idiosincrasia de ese poder. Como muere antes, no sabemos si con el tiempo no hubiese sido exactamente como el triunvirato, no específicamente como su madre, que es un demonio, casi la encarnación de eso que buscan. Pero están la inglesa Florence Mathers y su prima Anne Clarke, que no habla casi y representa al poder mudo, el que nadie sabe muy bien qué hace ni dónde encontrarlo y que justamente por eso concentra la mayor potencia.

— La trama está muy vinculada a la enfermedad física y mental.

— Cuando se es chico la enfermedad es una cosa pero cuando sos grande es otra. La empatía suele desvanecerse. Yo trato de trabajar bastante la enfermedad porque me parece que hay muy poca gente enferma en la literatura. Por otra parte, los enfermos muchas veces son déspotas, están enojados, quieren que te enfermes vos, pero no los usan mucho en literatura, una cosa rara, porque es muy interesante a narrar esos cuerpos y esas cabezas.

— “Son los dioses lo que sus fieles hacen de ellos”, escribís y parece una reflexión sobre las creencias místicas y religiosas. Una gran fantasía, en este caso tenebrosa, que engarza muy bien con un fresco de época que va del 70 a los 90.

— Quería escribir una novela de terror en contexto, que no explicara nada pero que por ahí sirviera para interpretar, que funcionara como ecos de cosas, y si vas a reflexionar sobre el poder, el mal y el deseo, ponerlo en dictadura y postdictadura funciona. ¿Qué hay atrás? ¿Qué los hace actuar? En ninguna escena aparecen generales ni milicos porque no son parte de la Orden, pero si lo fueran tampoco lo sabríamos porque los rituales se hacen con máscaras, a cara tapada. Se trata del poder detrás del poder, de una emanación. Que estén las fosas comunes y “El otro lugar” no es lo mismo, pero en distintos planos son lo mismo y yo quería esos ecos. La fosa común tiene algo de artesanía, ponerla en un lugar, acomodar los huesos, y “El otro lugar” es eso en plan performance, como una gran instalación del mal que se parece a los campos de concentración, a los cementerios de soldados, los campos de guerra llenos de muertos.

— Hay relatos casi costumbristas que aparecen con personajes como Luis Peterson, el tío peronista sindical, exiliado y ajeno a la Orden, de Gaspar.

— Está el recorrido de este chico de fines de los 80 y principios de los 90. A un joven de ahora no podría escribirlo con facilidad, no sé cómo piensa y narrar la tecnología que usan es un problema. También hay disputa de clases dentro del hogar, cuando la mujer de Luis, un momento, odia a Gaspar, porque intuye que puede ser peligroso pero también porque no se lo banca por cheto, por hijo de ricos. Y otros relatos, como la escena de sexo ‘hot’ medio Armando Bo, entre el fotógrafo y Juan, que más adelante en la trama algo nuevo develará.

— Y también hay mucha bondad en la narradora, que devela cuestiones esenciales de muchos misterios para sus lectores.

— Podría haber hecho un libro más breve, misterioso y literario. Pero me empezó a pasar que los libros así dejan demasiado iceberg y no entiendo nada. Necesito retórica si me vas a contar solamente las puntitas del iceberg, en esa elegancia me estoy perdiendo lo que pasa y en el perderme lo que pasa pierdo el entusiasmo, la diversión, el engancharme y todas esas cosas que para mí también son parte de la literatura.

El peso de la sangre

Qué hacemos con nuestro hijos, por qué los tenemos y la herencia que les dejamos es otra de las cuestiones que plantea en clave de terror fantástico “Nuestra parte de noche”, la nueva novela de Mariana Enriquez.

“Los muertos están muertos”, “las purgas son necesarias”, dice una joven del culto a La Oscuridad. Hay un interés que cruza toda la trama por comprender con qué nos quedamos y qué perdemos en el camino: vínculos de sangre, la posibilidad de cortar con una historia, una herencia, el condicionamiento que te da la familia.

— ¿De qué manera te interesó el vínculo padre-hijo?

— Siempre hay un texto que te impresiona y para mí fue “La carretera”, de Cormac McCarthy, uno de los primeros libros que leí donde la relación padre hijo caminando por un mundo que se muere y plantea el tema de la herencia como un problema.

Incluso hay un momento donde el padre plantea matar al hijo o matarse los dos, porque sabe que lo que le está heredando es la muerte, y a pesar de ese gran dilema, que él no puede evitar porque el fin del mundo ocurre, está presente todo el tiempo, una y otra vez, el planteo de la pertinencia, de seguir acá y de tener un hijo, y de por qué está haciendo eso.

— Pero este padre-hijo, Juan y Gaspar Peterson, tienen su propia forma y dilemas en “Nuestra parte de noche”.

— Mi padre y mi hijo aparecieron registro diferente, porque esta novela no es apocalíptica, es fantástica, trayendo otra vez el tema de la herencia, de qué hacemos con nuestros hijos, por qué tenemos hijos, qué significa querer perpetuarse, cuánta frustración le ponés y cuánto de tu propio deseo está puesto ahí.

¿El camino de Gaspar es el camino del héroe? Un poco, pero no es un héroe. Viaje, separación, reconocimiento. Usé esa narrativa muy clásica para ambos, para Juan también. Saqué estructuras de mitos clásicos, que sabía de antes pero los desfiguré o reformé de acuerdo a lo que yo tenía planteado en la novela, que toma muchas fuentes

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