El escritor Juan Sasturain, ya en funciones como director de la Biblioteca Nacional pese a que asumirá formalmente su cargo el próximo miércoles, adelantó que se abocará a la reconstrucción del Museo del Libro y de la Lengua, «que fue abandonado en términos criminales por la gestión anterior» y anunció que recuperará la presencia de la institución en la Feria del Libro y el sistema de publicaciones, cuya dirección estará a cargo del sociólogo Horacio González.
Sonriente y enérgico, aunque un poco extraviado todavía con el emplazamiento de su despacho -«territorio mangueliano, pero no me pesa», dice en alusión a las oficinas que mandó a refaccionar uno de sus antecesores, el escritor Alberto Manguel, en el tercer piso del emblemático edificio- el autor de «Manual de perdedores» y «Los sentidos de agua» tuvo hoy su rito iniciático cuando presentó a su equipo frente a los casi 800 empleados que forman parte de la plantilla.
Sasturain, que fue ovacionado al igual que quien ocupará el puesto de subdirectora, Elsa Rapetti -una bibliotecóloga que lleva décadas de trabajo en la institución- correspondió con paciencia cada uno de los saludos y luego ofreció una entrevista exclusiva a Télam donde adelantó que una de sus prioridades será la puesta en valor del Museo del Libro y de la Lengua, el espacio anexo que a partir de ahora dirigirá la periodista y escritora María Moreno.
«Vamos a construir un espacio informático en el cual va a estar duplicado y conservado todo lo que se digitalice. Estará ubicado donde está ahora el Museo del Libro y de la Lengua, pero para eso hay que reacondicionarlo porque durante la gestión anterior fue abandonado en términos criminales, tanto desde el punto de vista del concepto como del funcionamiento», explicó el narrador, antólogo y periodista.
—Dijo que el presupuesto alcanza para pagar los sueldos pero no mucho más que eso y planteó además que hay que poner en valor algunas cuestiones edilicias ¿Lo piensa como un desafío o como una preocupación?
—Respecto a lo edilicio, no es que el espacio esté tan deteriorado pero es un edificio grande y hermosamente monstruoso que contiene muchos elementos que deben ser preservados. Por eso hay que optimizar el funcionamiento y, sobre todo, que se pueda acceder sin burocracia, con fluidez. Por otro lado hay que impulsar estrategias para que la gente se acerque: no basta con tener lo libros, la gente los tiene que leer. Lo que tengo por delante es claramente un desafío y no una preocupación. Es lógico que en el estado de emergencia nacional en el que estamos, y con un presupuesto heredado que ha sido largamente retaceado en los últimos años, tengamos que afrontar como prioridad el desafío de mantener el nivel de salario de los empleados.
—¿Y cómo piensa afrontar esta restricción presupuestaria sin renunciar a generar mejoras significativas en la Biblioteca?
—Hay que buscar otras formas de financiamiento. Estamos con un Estado que se piensa distinto que el estado neoliberal. En esta situación hay que darle prioridad a lo más importante… no se puede ordeñar siempre al Estado. Hay que apostar al financiamiento mixto con el sector privado o coproducir con otros organismos estatales… no superponer inversiones o gastos. Y en ese sentido estaría bueno trabajar con el gobierno de la Ciudad, con el cual tenemos buenas relaciones.
—¿Qué cosas que dejó afuera la gestión anterior le gustaría recuperar?
—Me parece muy importante volver a poner en marcha la editorial de la Biblioteca y nada menos que con Horacio González a cargo de la iniciativa. Van como 400 títulos ya publicados y la idea es darle continuidad con nuevas obras. Hay que garantizarles una buena comercialización y que circulen, algo que sucedía hasta que la iniciativa fue congelada. El otro gran regreso tiene que ver con volver a tener presencia en la Feria del Libro. Es una cuestión simbólica pero no podía ser que la Biblioteca Nacional no estuviese presente. Hubo en ese sentido cierto gesto evasivo de la gestión anterior.
—Si tomamos en cuenta los últimos paradigmas de gestión como el de Horacio González que abrió la Biblioteca a múltiples debates y por el otro tanto del de Alberto Manguel como el de Elsa Barber, se podría pensar que se siente más próximo al primero…
—Eso es cierto: nuestra gestión está mucho más identificada con la de Horacio. Coincido con él en la idea de lo que debe encarnar una biblioteca nacional en un país como el nuestro. Nacional alude a dos cosas que necesitamos jerarquizar: por un lado su énfasis en la cuestión del federalismo. Y por el otro lado, no perder de vista que nacional significa de todos: el concepto supone la inclusión del adversario. En el ámbito de la cultura más que ningún otro, tenemos que lograr que todos sientan que la Biblioteca les pertenece. Tiene que ser un espacio abierto de conversación y discusión. A mí no me gusta confrontar con la gente. Prefiero discutir sobre los conceptos y no sobre las personas. Yo de hecho he leído los libros de Manguel y me han gustado muchísimo, sobre todo «Historia de la lectura». Los logros o errores tienen que ver con las coyunturas y las políticas de gobierno… cosas que trascienden largamente a las personas.
—La idea de que el adversario enriquece la dialéctica del funcionamiento de una sociedad…
—Es que los argentinos tenemos una hermosa tradición que los más apocalípticos o más sesgada proponen en términos de grieta. No tenemos que temerle a la confrontación: al contrario, lo que tiene que haber es un espíritu democrático y creativo. Todos tenemos que aprender de las experiencias. Hay que aprovechar esa saludable brecha que abrió la gestión de González.
—¿Y le preocupa entonces encontrar el tiempo necesario para compatibilizar su rol de director con la labor escritora?
—Antes que nada soy un lector. Y veo a la Biblioteca como un lugar para leer y para escribir. Borges, de hecho, leía y escribía mientras fue director. El fantasma de que uno necesita un tiempo y un espacio para escribir no se corresponde con la realidad. El tiempo libre no existe: siempre está lleno de algo. Y además uno logra escribir como sea cuando tiene el imperativo de hacerlo.
Un polifuncional que encara la escritura como alguna vez el fútbol
Como el polifuncional que soñó ser cuando se fue a probar para jugar al fútbol en San Lorenzo, el nuevo director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, conoce la experiencia de la lectura y la escritura en sus múltiples pliegues: escritor, periodista, editor y conductor de programas literarios, encarna un paradigma prometedor para ampliar el universo lector de la institución y ponerla en diálogo con la contemporaneidad.
Frente a un reto más arduo que los casos que le tocó dilucidar al inspector Echenique – el solitario personaje que creó allá por 1983 en “Manual de perdedores” y reapareció en “Arena en los zapatos” y “Dudoso Noriega” entre otros- Sasturain afronta por estos días no solo las dudas lógicas en torno a cómo encarar su primera experiencia de gestión pública sino también a cómo compatibilizar el nuevo rol con su labor de escritor, un oficio que no planea dejar en suspenso.
Hace unos meses, casi al mismo tiempo que ganaba en Gijón el premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra escrita en castellano por una obra que se titula justamente “El último Hammet”, Sasturain daba a conocer su último trabajo literario hasta el momento: “El crimen paga”, una selección de veinte relatos que dan cuenta de las tradiciones más sólidas del policial.
El escritor nacido hace 74 años en la localidad bonaerense de González Chávez, tiene varias antologías a cuestas y un tránsito desacartonado como escritor del género, al que le ha legado títulos como Manual de perdedores, “Arena en los zapatos” , “La lucha continúa” , “Los sentidos del agua” y “Pagaría por no verte”.
No es la única afición que cultiva desde hace décadas: es también un gran lector y editor de historietas, un género que durante la primavera democrática lo tuvo como editor de “Historietas para sobrevivientes” y como artífice de «Perramus», un cómic de culto sobre la dictadura que comenzó a escribir junto a Alberto Breccia y obtuvo un premio otorgado por Amnistía Internacional.
Otra de las líneas de su producción está centrada en su pasión por el fútbol, pero ya no desde la práctica del deporte como cuando intentó probar suerte en clubes como San Lorenzo, Independiente y Lanús hasta que una rotura de ligamentos lo alejó del campo de juego, sino como creador de historias que tienen como eje la inconografía futbolera, entre ellos los relatos que integran “Picado grueso”.
«Del fútbol no te curás nunca. Solemos recordar dónde estábamos o qué hacíamos cuando murió Lennon, con quién miramos por televisión el pie timorato de Armstrong en la Luna… y a quién abrazamos el día del gol de Diego contra los ingleses», sostuvo alguna vez en referencia a una pasión que se hizo extensiva además a su afición por Boca, club del que se volvió hincha ferviente a través de su padre.
Hombre todoterreno, Sasturain tuvo una auspicioso paso por la televisión, cuando por Telefé condujo el programa “Ver para leer”, donde todos los domingos a la medianoche hablaba de libros, entrevistaba escritores y recorría lugares históricos para la literatura. Tiempo después continuó sus incursiones televisivas en “Continuará…” por Encuentro, sobre la historia de la historieta argentina, y Disparos en la biblioteca, por la TV Pública, sobre el género policial argentino.
De todos sus oficios paralelos, hay uno que le saca algunos cuerpos de ventaja a los demás: “Soy, básicamente, un escritor. Si me lo preguntás esa es mi vocación, ese es mi mundo. Lo que pasa es que los escritores hacemos muchas cosas para vivir y escribimos en muchos lados. Pertenezco también a una generación que no ha separado lo vocacional del laburo. Y eso, además, es ideológico”, ha dicho.