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La peste negra, la gran depresión del siglo XIV y el coronavirus

La actual pandemia internacional no es ajena a la crisis económica global. Se necesitan cambios drásticos en el orden económico y financiero mundial con un freno a esta pseudo globalización basada en el neoliberalismo de la que aprovechan unos pocos

Por Mario Rapoport (*) / Página/12

La actual pandemia internacional no es ajena a la crisis económica mundial cuyos orígenes pueden remontarse a fines del siglo XX e inicios del siglo XXI en Estados Unidos con las crisis de las punto com, de Enron y de otras empresas, cajas de ahorro y bancos; crisis financieras que repercuten en el mundo hasta el estallido de la crisis mundial de 2008.

Estas crisis van acompañadas de sucesos luctuosos: las sucesivas guerras en Asia y el Medio Oriente, las ocupaciones militares, sobre todo por parte de Estados Unidos; el terrorismo y el ataque a las Torres Gemelas, precedidas en nuestro caso por el atentado a la AMIA y a la embajada de Israel, repetidos luego en Europa.

Las extremas desigualdades sociales, el hambre y las enfermedades en gran parte del mundo, representan por sí mismas millones de muertos. Posiblemente no tanto como el desgraciado siglo XX con la gran depresión de los años ’30, las dos guerras mundiales, el holocausto, los distintos episodios de la guerra fría y especialmente la guerra de Vietnam.

En todo caso, con esta nueva peste que sufrimos, los problemas actuales pueden quizás aceptar un ejercicio de comparación con las desgracias de fines del siglo XIV que significaron el principio del fin de un modelo económico: el feudalismo (aunque hubo que esperar varios siglos para su caída definitiva) y el nacimiento del mundo moderno. Es lo que los marxistas llamaron la transición del feudalismo al capitalismo.

 

La gran depresión medieval

 

En ese periodo se combinó la peste negra de 1348 que asoló varios años a Europa con la agonía económica de un sistema que había dejado de funcionar. Los cambios climáticos, el desequilibrio entre población y recursos naturales (que se expresaron en la gran hambruna de 1315 a 1317), la guerra permanente, la competencia entre los nuevos estados emergentes y la crisis de la deuda pública y privada constituyen también algunas características de nuestro siglo.

Como señala el gran historiador Guy Bois en su libro La Gran Depresión Medieval: Siglos XIV-XV. El precedente de una crisis económica (Universidad de Valencia-2001): “Queda por apreciar la conmoción (específica) provocada por la Peste Negra: una cuestión inmensa, a menudo inaprehensible y no obstante esencial. Una sociedad no pierde impunemente una fracción semejante de su población en unos meses sin ser sacudida cultural, social y materialmente. La dificultad del análisis se refiere al hecho de que los efectos más inmediatos no son necesariamente los más decisivos. En la estela de la epidemia se inscriben manifestaciones aberrantes que atestiguan sobre todo el desconcierto general”

“La peste agravó y prolongó de manera manifiesta la decadencia que sufría la sociedad occidental. Por un lado, la economía señorial, muy dependiente de la mano de obra asalariada, sufrió un golpe severo cuando ésta se volvió más escasa y más cara. Más grave aún: el impacto demográfico acentuó los efectos depresivos del impacto fiscal. Con el resultado de un hundimiento de la producción, y por tanto, del consumo. La epidemia no actuó como un factor aislado o aislable, se enmaraña con otros factores cuyos efectos amplifica.”

Es preciso señalar que muchos fenómenos actuales, pese a las impresionantes transformaciones económicas y tecnológicas producidas desde la revolución industrial, se parecen a los de ese capitalismo mercantil del fin de la Edad Media.

 

La deuda

El incremento exponencial de la deuda en las distintas ciudades fue su principal característica.

Como señala un catedrático español Antoni Furio Diego (en el diario El País, del 8 de enero de 2012) entre el 40 y el 80 por ciento del gasto público de las principales ciudades españolas en el siglo XIV estaba destinado a pagar intereses. Esto obligaba a crear nuevos impuestos, pero gran parte del esfuerzo fiscal iba manos de financistas y mercaderes que invertían en la deuda pública como hoy lo hacen los fondos de inversión.

Todo ese mecanismo se basaba en las exigencias de las monarquías por los mayores gastos bélicos y por el desarrollo de los mismos estados, donde predominaban los gastos improductivos y el lujo. A esto se agregó una fuerte burbuja inmobiliaria que provocó el alza de los precios de la tierra y finalmente desordenes monetarios con grandes devaluaciones. En algunos países como en Francia la moneda perdió el 50 por ciento de su valor.

La peste llegó con su terrible impacto que diezmó a la población europea (unas 25 millones de personas) agudizando la depresión.

Quizás el ejemplo más singular de la sociedad de la épóca nos la da una obra teatral de Shakespeare, “Un libra de carne” publicada en 1600 pero basada en un relato “primera historia del cuarto día” que integra Il Picorone de Giovanni Fiorentino, obra que data a su vez de 1378 , en plena depresión y con las secuelas de la peste negra.

Globalización

 

Podríamos trasladar estos hechos a la época actual, cuya sociedad vive una especie de nueva Edad Media, en la que algunos llaman “Aldea Global”.

La globalización neoliberal con el desarrollo de la informática, las comunicaciones y los transportes borraron la barrera de los países y junto a ellas también a muchas de las características benéficas de los estados de bienestar, creados luego de la Segunda Guerra Mundial.

El mundo de las finanzas superó al de la producción y el trabajo, que predominaba en las primeras décadas del siglo XX, y la economia comenzó a transformarse, como señala Keynes, en una economía casino. Los Estados dejaron de jugar un rol protector como en el pasado y las fuerzas del mercado pasaron a dirigir los proyectos nacionales. La gran movilidad creada por las nuevas tecnologías comenzó a derrumbar las instituciones públicas y el mundo se convirtió en un bloque comandado por las grandes potencias y corporaciones que impusieron sus condiciones.

El nuevo mapa queda dividido en dos partes: por un lado, un puñado de individuos y familias enormemente ricos, por otro, el resto de la población, clases bajas y medias que van de la extrema pobreza a una vida insegura de trabajos inestables, pesares y algún bienestar.

¿En cuanto se volvió a parecer, con un nivel de recursos y tecnología tremendamente mayor, a la vieja edad media de grandes propietarios de la tierra, un aristocracia sólo interesada en la fortuna y el poder y una población de sirvientes, que no sólo labraban la tierra para sus patrones sino que también les proporcionaban el dominio de sus voluntades? Los actores pueden haber cambiado pero aquella sociedad, mucho más primitiva, padecíó como consecuencia de este esquema estancamiento técnico y productivo, gastos desorbitados, incremento de la deuda de ciudades y habitantes, burbujas inmobiliarias, caída de la producción y de los precios agrarios, guerras permanentes, contracción de la demanda, especulación desenfrenada y crisis monetarias.

 

El mundo en cuarentena

 

Ahora, de la crisis mundial emerge una nueva peste, el coronavirus, de daños incalculables, que cierra las fronteras de los países y pone al mundo en cuarentena. ¿Qué parte de esta historia se debe a esta peste y que parte le corresponde a un capitalismo depravado y antidemocrático donde muy pocos viven en esferas tremendamente superiores al resto?

Una importante revista económica norteamericana American Affairs publicó recientemente un articulo titulado “La deriva americana hacia el feudalismo”. En Estados Unidos los ultraricos representan una emergente aristocracia global o mas bien una nueva oligarquía.

Pero para hacer la comparación más nítida, los grandes propietarios de tierras en ese país crecieron un 50 por ciento entre 2007 y 2017, sobre todo en el sur y en el oeste, y poseen en su conjunto 27 millones de acres, el equivalente de dos estados combinados, Maine y New Hampshire. Por otra parte, esos terratenientes ya no se asocian exclusivamente con Wall Street sino con las megatecnólogicas firmas del Silicon Valey (Amazon, Apple, Ffacebook, Google, Microsoft y Netflix) donde anida el nuevo poder americano.

La mayoría de los países del mundo tienen que defenderse de los efectos dañinos de políticas neoliberales que desfinanciaron su salud y su educación, redujeron sus salarios e incrementaron la desocupación, haciendo sufrir a países como el nuestro una gigantesca deuda externa creada artificialmente por los dueños del poder de aquí y de allá. Endeudamiento en el que el ciudadano común no tuvo nada que ver pero de todos modos debería pagar, asi como debe enfrentar los efectos de una enfermedad mortal que nos acecha.

 

Estado y mercado

 

Keynes se planteaba lo mismo frente a la crisis de los años 30. «Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos -dice- son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y de los ingresos”. Según él, el problema del capitalismo era que el mercado no podía asegurar la demanda necesaria, generando desocupación y marginalidad, situación que “el mundo no tolerará por mucho tiempo”.

Y ante tal diagnóstico debería ser el Estado el encargado de lograr el pleno empleo: incrementando el gasto, manteniendo bajas tasas de interés para alentar la inversión, reformando el sistema fiscal, mejorando la distribución del ingreso y regulando el comercio exterior.

Keynes concluía que “el capitalismo internacional no fue un éxito”. Pero cuando se preguntaba como reemplazarlo, no tenía una respuesta fácil. Resulta imprescindible “no estar a merced de fuerzas mundiales que se esfuerzan en instaurar un equilibrio general conforme a los principios del laissez-faire, o a los informes financieros provenientes de la opinión de Wall Street”. Por eso decía que era necesario en esa etapa de transición una mayor autosuficiencia nacional.

Aunque crítico de la experiencia rusa, Keynes reconocía que cuando un país se encaminaba hacia esa autosuficiencia se requería encarar una planificación de la economía interna, pero en forma progresiva, no brutal. Proponía un “vivir con lo nuestro” a la británica.

 

Peste global

 

El coronavirus nos sirve de lección en este sentido. Cada país se defiende por sí mismo, no puede utilizar totalmente las cadenas de producción y comercio mundiales. En cambio, esta peste muestra que la globalización sin fronteras ni Estados perjudica seriamente. Se hace preciso el retorno de los Estados de Bienestar de la posguerra que no dejen privada a la población, como en Estados Unidos, por ejemplo, de un sistema de salud, que hoy que no puede contener la propagación del virus en ese país.

Ya dejó de ser un virus chino como lo proclama Trump y pasó a ser una peste global, que cada país debe tratar de conjurar por sí mismo cerrando sus fronteras y poniendo a sus habitantes en cuarentena. Pero esto sólo no basta, también se necesitan cambios drásticos en el orden económico y financiero mundial con un freno a esta pseudo globalización basada en el neoliberalismo de la que aprovechan unos pocos, que no impidió las agresiones y las guerra y, contribuye a acentuar las desigualdades y ayuda a diseminar la nueva pandemia.

Se necesita el control de los capitales y una especie de “vacuna universal” contra los fondos buitre, que obligue a la reestructuración de las deudas existentes creadas en gran parte artificialmente y su no dependencia, como preconizaba José María Drago, de la jurisdicción de los acreedores.

Este episodio podría modificar la mirada que se tiene sobre los riesgos del aprovisonamiento y la organización mundial de la producción. En efecto, Europa no posee para toda una serie de sectores el dominio de su autonomía. Una cuestion que nosotros debemos dilucidar frente a la enfermedad y a la crisis, ambas importadas. Son dos virus en vez de uno.

(*) Profesor emérito de la UBA y del ISEN

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