Por Rodrigo Miró | @RodrigoMiro76
Cae la tarde en Rosario, otoñal, lluviosa. Llega un mensaje de WhatsApp desde un número con característica de Italia. Del otro lado, en Reggio Emilia, ya es noche y primavera. En los dos países es lunes aunque podría ser domingo o jueves, da lo mismo. Es que en cuarentena, los días se parecen. En el audio que acaba de llegar, el último para sumar a esta crónica de El Ciudadano, Federico López Campani, un argentino con terrible tonada tana, que se define a sí mismo como “futbolero y vespista”. Vive hace 17 años en el norte de Italia y regala algunas postales sobre la vinculación en ese país entre el coronavirus, la política, la economía y el calcio.
Con el derrumbe de nuestro país a fines de 2001, Federico se fue a Italia buscar otros horizontes. En Argentina, estaba en el área de Marketing de Telefónica. Cuando llegó a Europa, empezó levantando medias redes en un frigorífico por un tiempo. Hasta que un amigo lo presentó en una firma mayorista de productos eléctricos. Empezó como repositor, después pasó a Ventas y luego a otra empresa multinacional del mismo rubro. Está muy bien instalado en la península. Aunque luego que pase la pandemia, toda la economía italiana deberá replantearse. “Por ahora, me pagaron el sueldo entero y me adelantaron vacaciones. Cuando esto termine, veremos cómo sigue todo. Hay muchos negocios que seguro no van a ser rentables, que ya están complicados, sobre todos los vinculados al turismo y la gastronomía, que acá son importantes. Sí sabemos que la cadena de pagos, para todos los sectores, va a estar difícil”, explica.
Hincha fanático desde que nació del Atlanta de Villa Crespo, Federico mantuvo su pasión por el fútbol en Italia, siguiendo al cuadro del pueblo en el que se instaló, la Reggiana, por las canchas del ascenso. Y entonces, como no podía ser de otro modo, hablar con este argentino sobre la pandemia es también charlar de fútbol. Es que el 19 de febrero, muy cerca de su pueblo jugaron el Atalanta contra el Valencia, por los octavos de final de la Champions League, en un partido que algunos vincularon con la expansión del COVID-19 por Italia.
Para el Atalanta, adonde juega el “Papu” Gómez, al ser la primera vez que la escuadra aurinegra alcanzaba es instancia en la Copa de Campeones, el partido era un hecho histórico. Como la capacidad de su cancha no daba con los stándares de la UEFA, mudaría su localía a Milán, al Estadio San Siro. Y unos 40 mil hinchas recorrerían los 60 kilómetros entre Bergamo y la ciudad del Duomo. Hicieron la previa y alentaron a su equipo, que esa noche ganaría 4 a 1 y dejaría casi definido el paso a cuartos de final. Hasta ahí, una fiesta. Histórico.
Pero lo histórico, para Bérgamo, llegaría poco después y el fútbol no sería el responsable. La foto recorrió el mundo. Camiones del ejército trasladando cientos de ataúdes. Sin estar el país en guerra, ni sufrir alguna catástrofe natural como los terremotos que cada tanto golpean al norte italiano, la región volvía a ver pasar la muerte de cerca.
Todo pasó muy rápido. El 26 de febrero, el primer ministro italiano, Giussepe Conte y su Consejo de Ministros decretaban el aislamiento de once pequeñas localidades del norte italiano que totalizaban 50 mil habitantes, entre todas. En esa zona, se habían dado 76 contagios y 2 muertes por COVID-19, un virus que hasta el momento solamente existía en China, en la zona de Wuhan. Oficialmente el primer caso de COVID-19 en el país se dio en un pequeño pueblo, Codogno, en el que viven 15.900 personas. “Fue increíble. Es como si te dijera que en Argentina, que es enorme y que tiene aeropuertos internacionales, el primer caso aparezca en un lugar como si fuera San Carlos Centro. ¿Y sabés por qué ahí? En Codogno hacen una feria del campo, todos los años en enero, con los típicos stands. Bueno, según se dijo, uno se pescó el virus visitando el stand de una empresa china y después empezó a contagiar, sin saberlo a casi todos los del pueblo. Los primeros no tenían síntomas, o no sabían qué tenían. Y al principio fue así, mucho desconocimiento. Incluso iban los contagiados al hospital, los atendían sin protección y después morían los médicos”, recuerda López Campani.
En la última semana de febrero, cuando arrancó un confinamiento parcial y en una “zona roja” muy acotada, empezaron a faltar mascarillas, barbijos y elementos de prevención en las farmacias. Enseguida creció el pánico, aunque todavía había pocas muertes. El gobierno argumentó de arranque que aislando a esos pocos vecinos contagiados, en zonas casi rurales, el virus no circularía. No había llegado lo peor.
En el Hospital de Bérgamo, según revelaría mes más tarde Fabiano di Marco, su jefe de Neumología, el domingo 1 de marzo estalló todo la sala de emergencias. “Nunca lo olvidaré: la guerra. No encuentro otra definición. Pacientes con neumonía severa, que jadeaban. En camillas, en los pasillos. Habían abierto la sala de máxima afluencia, y eso también estaba lleno. Y mientras, Italia quería reabrir sus ciudades. En 24 horas consumimos 5.000 máscaras de filtro. Hubo un pánico general”, dijo en una entrevista que publicó el diario español El País. Y le adjudicó la culpa al partido de fútbol del Atalanta por la Champions. “Viajaron miles en autobús, en coche y en tren. Ahí empezó todo”.
El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, reforzó esa teoría y puso un título que impactó en todo el planeta: “El partido entre Atalanta y Valencia fue una bomba biológica que expandió el virus por el país”, dijo. El argumento prendió, aunque no tenía un basamento científico, ya que los estudios de cepas de coronavirus en Italia detectaron numerosas vías de ingreso y circulación de los contagios. Además, los aeropuertos seguían abiertos y la vida económica continuó.
López Campani afirma: “Echarle toda la culpa a ese partido sirvió para tapar la presión económica que hicieron las grandes empresas, para que todo siga funcionando. Yo que soy futbolero, sé que Brescia, Milan, Reggiana, Piacenza o Padova, suenan allá porque son todos nombres de equipos de fútbol. Bueno, cada una de esas es una ciudad del norte italiano, que queda a 10 o 15 minutos una de otra. Y concentran el polo industrial más grande del país y de los más importantes del mundo. De ahí sale la mitad del PBI italiano. Imaginate. Todo ese poder empresario no quería parar. Acá cerca, por ejemplo, está la sede de Amazon de la que salen miles de pedidos, se usa como Centro de Logística para otras partes de Europa. Para ir a trabajar, la gente siguió usando el transporte, los comercios siguieron como si nada. Entonces, cuando se desmadró todo, resultaba más fácil echarle la culpa a lo del Atalanta, que poner las barbas en remojo todos ellos”.
Entre los actores importantes que tiene en Italia la central gremial empresaria Confindustrias, está la firma Techint. En Argentina, cuando se decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, fue la primera en hacer lobby con el anuncio de 1.450 despidos, violentando inclusive la posición de la UIA, que participa diariamente de reuniones con el gobierno nacional, para armar protocolos sanitarios, verificar la posibilidad de reabrir gradualmente sectores productivos menos expuestos y calibrar mecanismos de ayuda oficial.
Respecto a lo que hizo en Italia la política partidaria ante la pandemia, Federico recuerda: “Hasta esos días había más cruces políticos que discusión sanitaria. Porque en el norte predomina la Liga Nord. Y como son de derecha, para ellos el tema pasaba por hacer control de la inmigración desde China. Y el Partido Demócrata, de tradiciones de centroizquierda, les respondía que el problema no se resolvía parando extranjeros. Nicola Zingaretti, su líder, salió a decir que no había que ser racistas y que tenían que ir todos a comer a los restaurantes chinos y largó la consigna: “No sea racista, abrace un chino”. Y después, los partidos de derecha e izquierda se dejaron de cruzar, cuando se dieron cuenta que esto era una bomba de tiempo, que estalló”.
Finalmente, el drama de las guardias desbordadas y los miles de contagios, pudo más que la codicia empresarial. El lobby del capital concentrado del norte rico de Italia, tendría que ceder ante la emergencia. Y el confinamiento se extendería a todo el país. En el medio, quedarían las escenas casi pintorescas, de los alcaldes que iban a las plazas de su pueblo a mandar a la gente a su casa a los gritos y que retaban a los vecinos por las redes. O los estudiantes que en las grandes ciudades tomaron los trenes antes de la medianoche que empezaba la cuarentena nacional para volverse a sus pueblos, antes que cierre todo y que muchos casos se llevarían el virus a otras regiones.
Para el final, otra anécdota de López Campani: “Cuando se habla del fútbol y el virus acá en Italia, lo que debería saberse es que cuando peor se puso la cosa, los hinchas del Atalanta, que muchos de ellos tienen oficios como carpinteros o electricistas, se comprometieron mucho y laburaron para armar el hospital de campaña de Bérgamo. Inclusive, cuando se habló hace un par de semanas si volvía el torneo, uno de los referentes de la barra, Claudio Galimberti, le dijo al presidente del club que no se podía jugar por respeto a los muertos. Yo me quedo con esas imágenes. Y te digo que esto nos pegó a todos. A un pibe que va conmigo a la cancha, se le murió el viejo. El que no perdió un pariente, tiene un amigo que falleció o estuvo muy grave. Entonces, la ‘doménica sin calcio’ como se dice acá, es rara. Pero se respeta por lo que está pasando”.
https://youtu.be/h1dKKoRS_A0