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Para Alemania, el combate contra el coronavirus fue como entrar en guerra

La periodista Verónica Marchiaro nació en San Guillermo, Santa Fe, pero vive en Berlín hace más de 20 años y le contó a El Ciudadano cómo atraviesa la pandemia el país teutón. Destacó la fortaleza del sistema sanitario y analizó por qué la tasa de letalidad es allí más baja que en países vecinos

Especial para El Ciudadano

En los quince años que lleva como canciller, Angela Merkel tomó decisiones trascendentes para su destino político y el de Alemania. Pero el 18 de marzo pasado, hizo lo que nunca había hecho desde que conduce una de las principales economía del planeta: usó la cadena nacional. «Es el desafío más difícil que enfrentamos desde la Segunda Guerra», dijo a los 83 millones de ciudadanos alemanes, por televisión. Se refería a la llegada del coronavirus a la nación teutona, después de su explosión inicial en Wuhan, China. «No fue una referencia más, hay un pasado muy fuerte. Yo confieso que lloré frente al televisor. Estaba con mis hijos. Y al verla diciéndonos eso a todos, me conmovió su temple. Hasta con ternura creo que nos habló, como si nos estuviera cuidando». Lo confiesa la periodista argentina Verónica Marchiaro, que vive en Berlín hace más de veinte años, desde donde dialogó con El Ciudadano sobre el impacto del Covid-19.

Nacida en la localidad santafesina de San Guillermo, Marchiaro estudió Ciencias de la Información en la Universidad de Córdoba. Llegó a Alemania en el ’96 y trabaja desde entonces en la redacción para Latinoamérica de Deutsche Welle (DW), que se emite por señales de cable de Argentina como DirecTV y Flow. «Soy responsable de los contenidos del informativo y de una serie de documentales que se llaman Economía Creativa –explica–. Son reportajes de media hora que realizamos en América Latina. Ahora, claro, estamos haciendo teletrabajo y sin viajes al territorio. Esto al comienzo parecía un nuevo virus más, de esos que vinieron de Asia, de los que hemos tenido tantos en los últimos años que parecían terribles y luego aflojaban sin llegar aquí. Hasta que a inicios de marzo se empezó a ver que la cosa se complicaba y de pronto, un día mi jefa me dijo: «A partir de mañana te quedás en tu casa». Da temor que esta nueva normalidad sea por mucho tiempo, aunque también tranquiliza que aún estando en casa se pueda seguir la vida».

Volviendo al discurso de Merkel del 18 de marzo, Marchiaro reflexiona: «Berlín pasó por muchas cosas. Bombardeos, una división en sectores del país, el Muro. Las personas mayores, los que pasaron la Segunda Guerra siendo niños, o adolescentes ya como soldados, las mujeres que se quedaron a remover los escombros cuando los hombres se habían ido al frente de batalla, tienen archivado todo ese sufrimiento. Y creo que por eso mismo tienen aprendida una cierta forma de supervivencia. Son recuerdos anclados de tener que acumular para cuando pueda haber escasez o el hecho de estar siempre alertas siempre. Algo que queda como inconsciente y profundo en la memoria colectiva. Por eso fue muy fuerte que Merkel lo active de ese modo».

La respuesta social y sanitaria

El mensaje de la canciller no sólo le llegó a Verónica. Con 83 millones de habitantes, el país actuó con tolerancia frente a las duras restricciones impuestas por la cuarentena. Al finalizar abril, Alemania tiene 162 mil contagiados por Covid-19, una cantidad mucho más alta que otros países, aunque la óptica cambia si se mira el número de fallecimientos: 6.467. Al haber más cantidad de testeos que en otros territorios, el porcentaje de letalidad del virus sobre los infectados totales es aquí mucho más bajo que en Italia. Y el interrogante que surge es por qué les fue tanto mejor que a sus vecinos del sur. «Es la pregunta del millón –señala Marchiaro–. Por un lado, aquí el virus llegó más tarde. Los primeros contagios, a fines de febrero, fueron casos que venían de Austria, de quienes llegaban de mini vacaciones en pistas de esquí. Al parecer la enfermedad comenzó a transmitirse en una población más joven, no entre los mayores como ocurrió en Italia y España, donde se dieron esas muertes masivas en asilos de ancianos. Al haber infectado al comienzo a los jóvenes, de los cuales muchos se pudieron recuperar, se pudo ganar tiempo para que Alemania se prepare. Se incrementaron muy rápidamente, por ejemplo, de doce mil a cuarenta mil las camas de terapia intensiva, se preparó al personal médico, que no estaba especializado en problemas de vías respiratorias, para poder tratar esto ese tipo de descompensaciones que vienen aparejadas con la enfermedad».

De todos modos Alemania ya llegaba mejor preparada que otros países europeos, como España, Italia y Francia, que en los últimos años hicieron ajustes al sistema sanitario y a la hora de enfrentar la pandemia estaban con las defensas bajas. «El esquema de salud alemán es público, basado en un principio de solidaridad: quien más gana, más pone. Hay un sistema de seguros médicos estatales a los cuales uno elige aportar. La mitad la paga el trabajador y la mitad el empleador. Y si ganás una suma superior a los 60 mil euros anuales tenés la opción, que no es obligatoria, de pasarte a un sistema privado en el que pagás y se te reembolsa después. La ventaja es que tenés algo más de confort y turnos más rápidos. Pero si no estás en ese grupo, la atención general para todos los ciudadanos es impecable. Inclusive si sos un paria, que está del todo fuera de la sociedad, y llegás con una urgencia, no te dejan de atender. No es como en Estados Unidos. En algún momento a Merkel sus ministros le plantearon hacer algún recorte en salud y ella se opuso terminantemente. Es el principio del Estado de Bienestar».

Con un país bien preparado desde el punto de vista sanitario para hacer frente a la crisis y una líder política que obligó a esperar el virus con la guardia alta, también influyó en el mejor resultado alemán respecto de otras potencias, como Francia, el modo de vida de su población de riesgo, como explica Marchiaro a El Ciudadano: «En la capital no hay mucho porcentaje de población mayor, quizás está más distribuido por toda Alemania. Y se ven muy pocos adultos mayores en la calle, no desde ahora sino hace tiempo. Ellos viven de por sí muy guardados, es parte de una estructura social de los países nórdicos, pero también por todo el fenómeno de que a los mayores se los fue sacando de sus casas de toda la vida porque ya no podían subir los cuatro pisos en los que siempre habían vivido. Hubo un tiempo de mucha especulación inmobiliaria, además, con sus propiedades. En lo personal te puedo contar de una vecina que dejó de salir a la calle, que la cuida un sobrino; me ha contado cosas de la Guerra, que venía de una granja del norte de Alemania y las épocas duras de escasez. Y siempre me hablaba de haber pasado épocas de incertidumbre, de miedo».

La cuarentenas y los mundiales de fútbol

La cuarentena alemana se flexibilizó desde el 20 de abril. Con la curva de contagios del virus aplanada, se apuntaba a recuperar la vida económica. No obstante en estas horas se abrió el debate porque en los últimos días subió el promedio diario de contagios. Marchario advierte: «Se paró casi todo. Aunque en ningún momento las medidas fueron tan estrictas como las de Argentina. Ahora, se abrieron los comercios de hasta ochocientos metros cuadrados y el lunes próximo retomarían las clases los niños de las sextas clases, que son los niveles más altos de primaria. Los de la secundaria empezaron la semana pasada. Por supuesto, de por medio está la polémica porque de un ratio de 0,7 contagios, del que hablaba Merkel cuando se mostraba relativamente confiada antes de hacer los anuncios de apertura gradual, se volvió a producir una subida en la curva y estamos de nuevo en un porcentaje de 1. Esto significa que cada infectado, le transmite el virus a una persona más. Cuando estemos por debajo de esa cifra es cuando el sistema de salud puede absorber la demanda sanitaria. Esa es la cuenta que se hace todo el tiempo. Y ahora la misma canciller dijo que podemos entrar de nuevo en zona crítica. Hoy el país tiene diez mil plazas libres de cuidados intensivos, de cuarenta mil que hay en total. Y se habla de que podría haber una segunda ola de contagios. La gente aquí está muy laxa, nunca cundió el pánico, nunca se vio a la gente llevando mascarillas de forma extendida en las calles, ni en los negocios. A partir de esta semana en Berlín es obligación llevar en los comercios la mascarilla, que hasta ahora sólo había que hacerlo en el transporte público. Pero, como te digo, la gente se ha mantenido muy tranquila, nunca dejaron de salir o encontrarse en los parques, en grupos muy reducidos, pero haciendo sus picnics que son de rigor aquí. Por las noches sí todo el mundo se guarda y hay un riguroso cierre, pero durante el día es más bien una normalidad, que para mí es tensa porque es una historia de final abierto. Personalmente creo que es un riesgo la vuelta a clases, por ejemplo, además de un trastorno. Yo seguiré haciendo teletrabajo, mi hijo más chico, que va a cuarto grado, se quedará en casa. Pero al más grande, que está en sexto, le toca volver al aula, entrando y saliendo a un ámbito del que no tenemos el control, interactuando con otros niños. Tendremos que aprender a manejarlo, como todo».

En los audios de WhatsApp no se notan los 23 años de Verónica viviendo en Alemania. Su tonada es la misma que si todavía estuviera en Argentina. Y después de varios mensajes intercambiando información sobre el coronavirus, la salud pública y Merkel, llegaba el turno de la pregunta más importante: «Cuando nos cruzamos en los mundiales de fútbol, ¿para quién hinchan tus hijos?». La respuesta llega rápido y sin dudarlo: «Los vemos a todos. Y los chicos palpitan como yo por la Selección. Se sienten argentinos y están muy orgullosos de hablar español, de tener costumbres como el asado o el dulce de leche, que se lo hicieron probar a sus amigos y no les gusta porque dicen que es demasiado dulce». De pequeña fue compañera de estudios de David Narciso –otro colega nacido en San Guillermo que también tuvo su paso por El Ciudadano– y cuando se le pregunta si alguna vez regresó al lugar que la vio nacer, Marchario dejó una anécdota maravillosa, : «La última vez que había estado allá había sido en un viaje en el ’98, ya vivía acá en Alemania. Pasaron casi veinte años hasta que volví. En 2017, la DW me mandó a hacer un documental en la localidad de Morteros, Córdoba. Y me escapé hasta el pueblo. Era un domingo, fue muy raro, estaba todo cerrado. Fui hasta la escuela a la que íbamos con David. Su mamá ahí había sido maestra; la mía, directora. Esa mañana que volví, justo se había hecho un torneo, creo que de voley y había una señora limpiando. Me acerqué con un poco de vergüenza y le pregunté si podía pasar a ver el patio. Le expliqué que era la hija de René Guevara de Marchiaro. Me reconoció, se le cayó el plumero, nos emocionamos mucho. Me dejó entrar y dar una vuelta por el patio en el que jugaba a la rayuela».

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