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Viven en el exterior, viajaron a Rosario a visitar a su familia y quedaron varados por la pandemia

Mariana, Bruno y Antonela llegaron días antes del anuncio del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Ninguno imaginaba que la pandemia pudiera alcanzar tan rápido a Argentina. Sólo Antonela logró regresar. Mariana y Bruno deben esperar hasta septiembre

“Mis vacaciones pasaron a ser una tortura estando encerrada en una casa sin poder ver a nadie, además de sentir mucha culpa y miedo de ‘haber traído el virus a la ciudad’“, así describe Mariana González su visita a Rosario a principios de marzo. Ella, Bruno Boggio y Antonela D’Angelo viven fuera de Argentina desde hace un tiempo y eligieron marzo como fecha de visita a su ciudad natal: nunca imaginaron que una pandemia pudiera arruinar sus planes de vacaciones.

González tiene 29 años y en 2019 decidió mudarse a Dublin, Irlanda, donde ya había vivido entre 2016 y 2017. Llegó a Rosario el 6 de marzo. Hasta el momento sólo había escuchado de los casos de coronavirus en China y cómo se estaba complicando la situación en Italia. En Irlanda se había conocido el primer caso seis días antes de que viajara. “Nunca se me pasó por la cabeza que podía pasar esto en Argentina”, relató.

El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud -OMS- declaró al Covid-19 como una pandemia. En Argentina, el aislamiento social y obligatorio se inició el 20 de marzo, para cuando González terminaba de cumplir su cuarentena preventiva dado que ya se había establecido desde el Gobierno nacional que aquellas personas que vinieran de zonas de circulación del virus -como Europa- debían evitar contacto social.

González es nutricionista y, hasta marzo, se desempeñaba como analista de contenido para el mercado español analizando aplicaciones. Se estaba por cumplir un año de su partida y decidió venir de vacaciones para pasar tiempo con su familia, amigas y amigos. “Las sensaciones vividas a lo largo de estos meses fueron muchas: desesperación, decepción, tristeza. Fueron muchas cosas perdidas a lo largo de este tiempo como, por ejemplo, mi trabajo. De repente todo se volvió tan incierto que cuesta no amargarse”, contó.

Bruno Boggio -también de 29 años- reside en Bourdeaux, Francia, desde hace un año y medio. Vino por primera vez de visita a Rosario el 8 de marzo. Por entonces, relató, la situación en Francia estaba “explotadísima”. Sin embargo, no le parece que se le estuviera dando demasiada importancia “más allá de las medidas de higiene como lavarse las manos”. Al momento de viajar, Boggio no imaginó lo que podía suceder, pero no pasaron más de dos días hasta que dijo: “Mmm quizás quede atrapado acá”.

Boggio estudió Bromatología. Luego viajó por un tiempo hasta que, en uno de sus regresos, decidió que quería intentar vivir en otro país. Eligió Francia porque le interesaba estudiar otro idioma, estuvo trabajando en un local de ropa hasta que decidió anotarse a estudiar francés para poder dar clases de español. Sus planes de estudios se vieron momentáneamente truncos por la pandemia.

Ni González ni Boggio pueden volver a sus países de residencia hasta septiembre.

Antonela D’Angelo tiene 34 años y reside hace más de un año en Barcelona, España. Es arquitecta pero no ejerce la profesión. Viajó con el objetivo de estudiar y cambiar su rumbo profesional. Llegó a Rosario el 5 de marzo y lo que iba a ser una visita para celebrar su cumpleaños junto con su familia y amigos, se transformó en una estadía que duró 83 días, 75 de los cuales los pasó en aislamiento social.

Al llegar a Argentina, a diferencia de lo que les pasó a González y Boggio, entregó una declaración jurada donde detalló no tener síntomas. Aún no se tomaba la temperatura. El primer caso en España se registró el 31 de enero. Sin embargo, la escalada de casos se empezó a dar los primeros días de marzo. A D’Angelo le sorprendió “la rapidez” con la que el virus llegó a Argentina. La aerolínea en la que viajó no tardó en comunicarle, a los pocos días de llegar, que su vuelo de regreso a España había sido cancelado sin ninguna fecha estimativa de vuelta.

No hay nada mejor que casa

D’Angelo se tuvo que dirigir al consulado español y pudo regresar a Barcelona a fines de mayo. A pesar de la tranquilidad de poder volver al país donde estaba apostando su proyecto de vida, reconoce un cierto alivio en que la situación la haya encontrado en su ciudad natal: “Al tener personas mayores que entraban en los grupos de riesgo, desde lejos hubiera estado mucho más asustada y preocupada. Estar en Rosario me dio cierta tranquilidad”.

Lo mismo siente González: “Lo mejor que me pudo haber pasado es estar acá. Atravesar esta pandemia al lado de mi mamá y saber que mi familia está cerca me alivia”.

Para quienes viven lejos de sus países de origen la pregunta sobre el hogar es recurrente. Los tres asocian esta idea a algo que excede las circunstancias físicas y geográficas. Para Boggio es un concepto que fue cambiando a medida que fue creciendo y piensa que puede ser algo efímero. En general, dice, tiene que ver con la comodidad que siente con respecto a su estilo de vida de ese momento.

Para D’Angelo, que ya vivió varias veces en el exterior, la idea de hogar está un poco desdibujada: “Cuando vivís fuera entendés esa frase hecha que dice que los amigos son la familia que elegimos porque los vínculos a la distancia son diferentes. Tengo a mis amigos de toda la vida, que aunque hoy las redes te mantienen en contacto cotidiano, cuando vuelvo parece que no pasó el tiempo y no existe eso de ‘ponernos al día’”.

González reflexiona que “allí donde se sienta protegida encuentra un hogar”.

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