“Yo no quiero ser intendente. No aspiro a ser gobernador. No estoy acá para hacer una carrera política”, había sido su tarjeta de presentación. Y convenció: más de 50 mil votos acompañaron al pastor evangelista Eduardo Trasante y lo dejaron sobre una banca en el Concejo Municipal.
Era la primera vez que un sector político de indudable orientación de izquierda llevaba como candidato –y nada menos que en el primer lugar de la lista, el más expectante– a un líder religioso, a un exponente social y barrial de un culto que poco o nada parecía compartir con el ideario de Ciudad Futura.
Suficientes votantes convalidaron ese movimiento de apertura. A la postre, el ensayo quedaría trunco por otros motivos que no se podían ni atisbar entonces. Pero tampoco el episodio final del paso de Trasante por el cuerpo legislativo, que llegaría sólo un año después, hizo mella en la joven fuerza política ni en la figura del pastor, que admitió un paso en falso y se puso a disposición de la militancia partidaria. Otro gesto escaso en la política. En cualquier lugar del mundo.
La imagen que conmovió a un número de votantes rosarinos equivalente a cinco ciudades fue la explicación que dio Trasante de por qué estaba allí aquel primaveral día de octubre de 2017, en el debate de candidatos y candidatas a ediles. En el turno final de su exposición, el pastor sacudió la contienda. “Ahora, si usted me pregunta por qué quiero llegar al Concejo, quiero responderle con una imagen”, dijo Trasante. Desplegó una foto de gran tamaño: la de una ametralladora FMK-3. “Esta es la ametralladora con la que asesinaron a mi hijo Jeremías –dijo sin quebrar la voz–. Este es el principal problema que tiene Rosario. No puede ser que una persona saque un arma así y con total impunidad asesine a un grupo de chicos”. Impactó.
Una madrugada que cambió todo
Cinco años y diez meses antes, el 1º de enero de 2012, Jeremías “Jere” Trasante, de 17 años, Claudio “Mono” Suárez, de 19, y Adrián “Patom” Rodríguez, de 21, todos militantes del Movimiento 26 de Junio que forma parte del Frente Popular Darío Santillán, fueron acribillados a balazos en una canchita de fútbol de Villa Moreno. Allí estaban para pasar la madrugada del nuevo año. Un cuarto amigo alcanzó a correr. Las balas le picaron cerca. Por milagro salvó su vida. Fue el primer testigo de una venganza tan letal como errada en el blanco.
La masacre de Villa Moreno le dio otro doloroso vuelco a la vida de Trasante, quien había encontrado de pequeño y en un templo la fuerza espiritual para sobrellevar una infancia plagada de carencias y violencia. Su propio padre, que sufrió una invalidez laboral en su trabajo portuario cuando le cayó encima una bolsa de cereal que alzaba un brazo grúa, había también encontrado allí el cambio de castigo por oración.
Así llegó Trasante a ser pastor por segunda generación, cuando la barriada aún estaba en paz. Al menos, no había, como hoy, tanta entrega de muerte a domicilio.
Trasante relató en un extenso reportaje del periodista Juan Hudson para la revista Crisis que recelaba de la militancia de su hijo Jeremías. No le parecía que ese grupo político y social, que estaba en pleno crecimiento en el barrio, fuera a aportarle nada importante a su hijo Jeremías.
De la desconfianza al camino compartido
La desconfianza era mutua: tampoco al movimiento Giros, cuando todavía no existía el Partido Ciudad Futura, miraba con buenos ojos a los evangelistas y pentecostales. Sus templos comenzaron a surgir como hongos en todos los barrios, en especial en las periferias más pobres, con un pensamiento claramente conservador. El celeste y los rojos mantuvieron una buena distancia hasta que la masacre desatada por un enemigo común, con lógica de resolver los conflictos a sangre y fuego, los unió. Incluso, después de su llegada, presencia y renuncia a su banca de edil.
El asesinato de Jeremías puso en la misma sintonía, al menos respecto al problema de la violencia en los márgenes carenciados de Rosario, a Trasante y a los jóvenes militantes de la 26 de Junio y de Giros. Juntos, y con otros más, reclamaron justicia por el Triple Crimen de Villa Moreno.
El Quemado de una lógica de quemados
La investigación y testimonios no tardaron en enlazar los eslabones y llegar al motivo –si es que puede ser tal cosa– de la masacre. Se individualizó a los asesinos, y uno a uno fueron cayendo. Un día, una mano anónima deslizó un papel por debajo de la puerta de la casa donde ahora el propio Trasante cayó malherido y murió.
En la hoja decía dónde estaba escondido el principal de los asesinos, el instigador de la matanza y el que portaba la temible FMK-3. La mano anónima apuntó a Santa Elena, un apacible poblado de la costa entrerriana sobre el río Paraná. Y hasta el número del teléfono que tenía encima. Una semana después, Sergio “Quemado” Rodríguez, un pesado de la barra rojinegra y uno de los nombres que aparecían en buena parte de las investigaciones sobre narcobandas, dormía en una celda.
Tragedias repetidas
Las movilizaciones, masivas, por justicia por ése e incontables crímenes, tuvieron a Trasante en el frente. Siguió pastor, pero ahora más: hablaba frente a militantes de izquierda y no dejaba de exhibir su fe. Participaba en reuniones, charlas, entrevistas, lo convocaban funcionarios, se sentó con altos dirigentes políticos.
Ya era un emergente social cuando la tragedia volvió a golpearlo: en 2013 murió su esposa, Alejandra, pastora como él y madre de sus siete hijos, incluido el que ya no estaba.
Al año siguiente, de nuevo: esta vez quien cae herido por balas asesinas es Jairo, que tenía la edad de Jere cuando fue asesinado. En Dorrego al 1000, en un boliche, miembros de un grupo se cruzaron con los de otro. Fue una calurosa noche de febrero de 2014 que antecedió a una madrugada fatal.
El encontronazo entre las dos barras fue intenso, con insultos y golpes. Una mala noche de las tantas que viven los pibes que salen a divertirse y terminan probando y probándose con habilidades de púgil. Fue peor: esa madrugada de domingo 2, en el verano que siguió a un año con muertos a montones en Rosario, una mano bajó la ventanilla de un auto, empuñó un arma, apuntó y disparó.
Jairo cayó de la moto en al que iba, herido de muerte. No había llegado a cruzar avenida Pellegrini, recién había pasado Zeballos cuando una bala se le incrustó en el estómago y otra en la cabeza.
Un dirigente con dolor a cuestas y legitimado
Con dos hijos menos por la violencia inexplicable, en noviembre de ese mismo año el pastor Trasante estaba al frente de una descomunal marcha de antorchas. La columna partió desde el club Oroño, la canchita de Presidente Quintana y Moreno donde cayeron Jere, Mono y Patom. El final era Tribunales, donde al día siguiente iban a ser juzgados los acusados por el triple asesinato, junto a policías que llegaban al banquillo por haberlos encubierto. La enorme vigilia volvía a encontrar juntos a jóvenes militantes y al religioso, que ya era un respetado líder social.
Para entonces hacía un año que se había fundado Ciudad Futura. La 26 se había integrado y Giros había dejado de funcionar como tal. El debut en las urnas en ese 2013 había sido realmente auspicioso, con un partido de apenas meses de edad e integrado abrumadoramente por jóvenes duplicando y triplicando a fuerzas políticas antiguas y tradicionales. Con cerca de 20 mil votos redoblaron esfuerzos y también hicieron su apuesta.
El ingreso de Ciudad Futura en el Concejo en 2015 resultaría asombroso. No obtenían una banca residual por divisiones y restos matemáticos. Ocupaban tres de un solo movimiento. Los jóvenes de remeras y buzos rojos pasaron a ser protagonistas centrales de la política rosarina. Unos les temen, otros los atacan, muchos los cuestionan. Nadie los puede soslayar.
Marcaron de entrada su impronta. Hasta en las imágenes. Los ediles varones iban los jueves al recinto, para las sesiones de cuerpo, con saco y corbata. Tuvieran la edad que tuvieran. De lo único que prescindían, pocos y a veces, era de la corbata. El Concejo de remera y zapatillas comenzó en 2015, y sigue.
Remeras, zapatillas y fe
Trasante ya había sido candidato en esa elección, aunque con menos exposición. Fue quinto en la lista, lejos de aproximarse a una banca. Pero la alianza ya se había sellado y, como recuerda el periodista Hudson, era una extrañeza para la política partidaria, lo más aproximado había sido la candidatura a convencional constituyente del Frepaso, en los 90, de José Míguez Bonino, reconocido pastor metodista de Rosario. Pero en su caso, era uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y tenía una larga y reconocida lucha contra la dictadura y por el esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad, y el juicio y castigo a sus responsables.
Dos años después, el bloque de Ciudad Futura en el Palacio Vasallo celebraba la llegada de un nuevo integrante. Y ése era Trasante, a la cabeza de la lista y por multiplicándose en afiches y pantallas, en notas de diarios y entrevistas radiales, y en actos y mitines.
El paso del pastor por el Concejo también dejó su impronta. De forma natural pasó a integrar dos comisiones de trabajo. Una era Obras Públicas. La otra, Seguridad Pública y Comunitaria. Su labor avanzó en forma individual y colectiva. De su autoría es el proyecto que encomendó al Departamento Ejecutivo instalar cartelería en sistema Braille en los mostradores de la Terminal de Ómnibus.
Trasante le había dado curso a una iniciativa del Parlamento Estudiantil, propuesta por alumnos de la Escuela Especial “Lidia Elsa Rousselle”. También la iniciativa del censo de cuidacoches en la Estación Fluvial, para llevar adelante allí otra experiencia de inclusión y regulación, cuando otros ediles se hacían eco de quejas de usuarios e impulsaban su erradicación.
También participó del reconocimiento a destacadas personas del ámbito local, como la deportista rosarina Serena Paredes o la distinción a una institución como el Club Deportivo y Social Lux por su empuje desde Pascual Rosas al fondo, en Ludueña, a proyectos de raigambre social, cultural, deportiva y científica para beneficio de toda la comunidad.
El aborto, la disonancia
También lo encuentra como edil nada menos que el gran debate nacional por el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. El pastor es un hombre de fe: cree en la vida desde la concepción, no acuerda con el aborto, se manifesta en toda su dimensión la nueva distancia con los otros tres ediles de Ciudad Futura y con todo el partido, que defiende a rajatablas la iniciativa y reclama que sea ley.
Trasante opta por bajar el nivel de exposición. Fija postura, pero no participa de la gigantesca movilización de todas las Iglesias con fuerte y protagónico respaldo de los evangélicos al pañuelo celeste.
La delicada posición de equilibrio del pastor es frágil, sin embargo la logra mantener. Y también se lo permite su fuerza política, que recuerda y responde que no había integrado la lista por ser pastor, sino por ser referente social y un activo protagonista en la lucha por justicia para las víctimas de la violencia narco, la que finalmente, se cree, le segaría su propia vida.
Una acusación, la salida de la banca
De igual modo, el paso del pastor por el legislativo rosarino quedaría trunco. A un año de asumir la banca, a finales de 2018 una noticia volvía a sacudir la política local. Ciudad Futura había sido la primera fuerza en implementar un protocolo interno sobre violencia de género, y una militante había acusado al pastor y edil por acoso. Y en una muestra de transparencia fue el partido el que reconoció en público el hecho, y del mismo modo Trasante admitió su responsabilidad y presentó su renuncia como concejal.
Lo suplantó la reconocida y joven abogada Jésica Pellegrini, y Trasante volvió al puesto que siempre dijo que iba a mantener: el de un militante más. Desde entonces, sus apariciones mediáticas menguaron hasta casi desaparecer. Hasta ahora, cuando insólitamente dos asesinos comenzaron su faena golpeando las puertas de su casa.