Maria del Valle Angirama*
“Nati tuvo una historia que arrasaría con la vida de cualquiera, pero ella seguía en pie, con ganas de cambiar, con esperanza. Una historia como la que viven muchas compañeras de nuestras barriadas más pobres: tener más de 10 hermanxs, de los cuales la mitad murieron en manos de la policía, en peleas o por enfermedades.
Una vida al límite, viviendo el día a día, viendo cómo obtener un mango para parar la olla. Desde salir a chorear, o a cirujear con un carro a caballo o prostituirse. Más tarde se enamoró, ese amor que nos venden en las novelas “duele pero no hace mal”, me dijo ella.
Una relación turbulenta, tan violenta que hasta la hizo sentir culpable del suicidio del tipo que quiso asesinarla. Los domingos, me relataba, iba a pasar todo el día al cementerio con sus hijos con reposeras, comida… todo lo que cualquiera llevaría a un picnic. “Nunca los lleve al parque”, me dijo arrepentida. Y ahí está, la falopa para anestesiar ese dolor insoportable.
El martes vino decidida: “no doy más“ nos dijo. Pero estaba ansiosa por saber exactamente cuando se iba… “quiero aprovechar hasta último momento con mis hijxs”, nos dijo. Cuando llegamos a la terminal de ómnibus ella estaba con los ojos cansados de tanto llorar. Lxs chicxs estaban pegados a ella como unas garrapatas. Lloraban y se abrazaban fuerte una y otra vez. Fuimos las últimas en subir al cole. Ella estaba exaltada, mezcla de miedo, angustia pero también esperanza.
Hablaba tan fuerte que la gente se daba vuelta a mirarnos. No paraba de mover las piernas y me decía que tenía frío. Tomamos unos mates, esos sinceros, que te permiten hacer una pausa, respirar, antes de hablar. Ella fumó un cigarrillo en cada lugar que paramos. Pasados los mates fuimos en silencio, pero con los ojos abiertos, expectantes. El instituto Alvear es un lugar enorme, un viejo edificio del SENAF.
Un edificio alto, de paredes frías que fue a tomado por Vientos de Libertad para que funcione un dispositivo de rehabilitación en adicciones destinado a mujeres y disidencias sexuales. Cuando llegamos ahí, ya se sentía otro clima. Nati no podía más, apenas se sentó en la silla de la sala de coordinación se largó a llorar. Se acercaron dos compañeras que la psicóloga convocó, la tranquilizaron, le convidaron cigarrillo, le dijeron que todas habían llegado igual, que se tenía que relajar. ‘yo tengo ocho hijos y recién ahora estoy aprendiendo a ser mamá, acá adentro” dijo una de las chicas. “Vamos a dar una vuelta”, la invitaron, “te vamos a mostrar el lugar”…
Me despedí de Nati con un abrazo fuerte, que nos conmovió a las dos, pero que yo me contuve por eso que te enseñan en la facultad que hay que “poner distancia”. Vientos de Libertad es la esperanza para un montón de pibes y pibas valientes que quieren cambiar , cambiarse y transformar esa realidad insoportable a la que fueron condenadxs.
Es una puerta abierta, una casa a la que siempre sos bienvenidx, un mate dulce compartido, un abrazo fuerte a quien no conoces pero sentís hermanadx en la lucha, un grito fuerte por justicia social y futuro para lxs pibxs”.
Cuaderno de Campo (Viaje de Rosario a Luján, acompañando a una jóven -cuyo nombre fue modificado para preservar su identidad- a realizar un proceso de Rehabilitación en una Casa Comunitaria de Vientos de Libertad) , Julio de 2019.
Historias como las de Nati son con las que trabajamos todos los días en nuestro Centro Barrial “Juventud en Unión y Libertad” en el Barrio Empalme Graneros, al noroeste de la Ciudad de Rosario.
El Programa Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) del cual forma parte el Centro Barrial, constituye una estrategia que creamos distintas organizaciones sociales y eclesiales con inserción y trabajo cotidiano en las barriadas más pobres del país, que de alguna manera veníamos acompañando situaciones de consumo problemático de drogas.
A través de la lucha y la organización logramos el reconocimiento y la institucionalización mediante este mencionado Programa en la Sedronar, permitiendo un acompañamiento más sistematizado.
Vientos de Libertad (una de las ramas del Movimiento de Trabajadores Excluidos), tiene más de 15 años de experiencia y trayectoria, buscando construir un futuro diferente para los pibes y las pibas de las barriadas populares.
Comenzó con un merendero y más tarde con una Casa Comunitaria de Rehabilitación para pibes en situación de consumo y a lxs cuales el Estado no ofrecía alternativa. Hoy en día cuenta con 7 casas comunitarias (situadas en la Provincia de Bs. As) y 26 Centros Barriales distribuidos en todo el país.
Creemos que la droga, para estas juventudes que habitan en el subsuelo de la patria, “es el problema número 10 que tienen”.
Se trata de historias signadas por la marginalidad y la exclusión: la falta de acceso a una vivienda digna, a una alimentación saludable, la falta de oportunidades y la creación artesanal de estrategias para sobrevivir (el cirujeo, el cartoneo, las changas -si tenés suerte de darte maña con un oficio-, la venta ambulante), la deserción escolar para poder colaborar en la economía familiar, la exposición constante a la violencia (perpetrada por la policía, por lxs propios vecinxs, por los narcotraficantes), la facilidad de acceso a la droga, a la tenencia de un arma, historias de vida dolorosas, familias desmembradas, conflictuadas por el “sálvese quien pueda”.
A la vez, es un mandato social presente, proveniente de una cultura dominante de tinte neoliberal: “sos pobre porque querés”, “no te esforzaste lo suficiente para ganar” en una sociedad que privilegia el logro individual, el “éxito”, que promueve más el “tener” que el “ser”, el “merecer” al “derecho humano de tener una vida digna”.
La droga funciona como un alivio ante tanto dolor, tanta desidia. Una forma de compartir con un otrx, de pertenecer “a una esquina”, a un grupo, de tener un “cumpa”.
De igual manera, constituye una estrategia del poder dominante que “adormece” (si no extermina) a nuestras juventudes, su espíritu rebelde, su capacidad y su fuerza para luchar y transformar todo eso que debe ser cambiado para vivir en una sociedad más justa e igualitaria.
El equipo del Centro barrial está conformado de manera interdisciplinaria por una psicóloga, una trabajadora social, una coordinadora y un acompañante, como así también talleristas y referentes barriales.
Como equipo, entendemos que el abordaje del consumo problemático de drogas debe realizarse de manera integral, es decir, trabajando sobre las múltiples aristas que tiene esta problemática en tanto social, teniendo en cuenta cómo se expresa la misma en la vivencia de cada sujeto, de cada pibe y piba, con su historia de vida, con sus deseos, sus dolores, y con los condicionantes sociales a lxs que se encuentran (valga la redundancia),”sujetxs”.
Desde mi disciplina, el Trabajo Social y junto con el resto del equipo, buscamos construir un proyecto terapéutico para y con cada joven, abordando su singularidad y teniendo como horizonte la construcción de un proyecto de vida. Apuntando al trabajo sobre la responsabilidad, el cuidado, la autonomía y la convivencia con otrxs en la grupalidad.
Pensamos la trayectoria de lxs pibxs en el Centro Barrial como un proceso que no es lineal y mucho menos armónico, sino que es dinámico y contradictorio. Se construye de manera amalgamada con con la trama social, cultural, barrial y familiar de cada pibe y piba, como también con las dinámicas grupales que operan al interior del espacio.
Los procesos se mueven en una lógica de altibajos constantes, lo cual no deja a nuestro trabajo libre de frustraciones y dolores, con la misma intensidad con la que nos esperanza y nos complace. Nos apoyamos en el equipo y en la organización cuando estas cuestiones nos afectan, a través de la supervisión y metodologías de re-trabajo en equipo.
El funcionamiento cotidiano de la “casita” se basa en distintas estrategias para convocar y trabajar con lxs jóvenes: se ofrecen espacios para acompañarlxs en las trayectorias escolares, talleres de capacitación laboral y en oficio, ensayamos formas de trabajo cooperativo (como de panificación o de huerta) y compartimos momentos de ocio y recreación, como también de deporte.
Estas cuestiones son acompañadas por espacios de escucha, reflexión y debate, algunas con mayor formalidad (talleres con metodologías preparadas) otras más espontáneas con mates y torta fritas de por medio; en algunos momentos damos lugar a la intimidad (a través de entrevistas individuales) otras a repensarse/nos grupalmente.
Fuimos construyendo (y seguimos haciéndolo día a día) de manera colectiva acuerdos respecto a las “formas de estar” en el Centro Barrial, pautas de convivencia, de resolver conflictos, de autocuidado y de cuidado al otrx.
Las disciplinas, como el Trabajo Social y la Psicología, permean la organización diaria e intervienen en la emergencia de lo cotidiano, a la vez que se nutren del saber comunitario, del saber popular.
Más allá de la tradicional “entrevista”, “consultorio” (sumamente necesario), compartimos con quienes concurren al Centro Barrial los espacios cotidianos (talleres, almuerzos, cocina, etc.) lo que nos permite la construcción de un vínculo.
Por otra parte, el abordaje pensado de manera integral nos demanda una perspectiva intersectorial. Es por ello que buscamos articular con otras instituciones públicas (principalmente Centros de Salud y Escuelas) como también con otras organizaciones comunitarias (comedores, clubes, cooperativas, organizaciones políticas y organizaciones pertenecientes a la Red Caacs).
De la misma forma, realizamos convenios y formas de trabajo conjunta con Programas Sociales de distintos estamentos públicos (como el Programa Nueva Oportunidad, el Vuelvo a Estudiar, el Yo Sí puedo).
Se trata de un trabajo, como ya he planteado, que nos desafía cotidianamente a ser pacientes, creativxs, a ensayar con lxs pibes y pibas, a armar, desarmar y volver a armar. Como plantea Eduardo Galeano:
“Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla aunque sea un poquito, Es la única manera de probar que la realidad es transformable”.
Trabajo Social, militancia, profesión, trabajo… Sí que resulta difícil articularlos. Es una cuestión que cotidianamente me interpela y me genera preguntas. Por el momento, trato de no pensarlo de manera tan escindida ni dicotómica. Creo (y elegí esta profesión por esta convicción) que el Trabajo Social es una militancia, y no desde un lugar ingenuo o voluntarista sino desde el lugar incómodo y contradictorio en el que nos situamos como profesionales, como trabajadorxs. Hacemos militancia porque nos conmueve la injusticia y creamos estrategias siempre colectivas, artesanales, pequeñas (y no actos heroicos) porque creemos que, como dice Eduardo Galeano, la realidad es transformable.