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Coronavirus en América Latina: la tormenta perfecta para una región históricamente relegada

Los efectos de la crisis alimentaria en la región ya son visibles: la vulnerabilidad de los trabajadores ha crecido y los precios internos de los alimentos están subiendo más que otros productos de la canasta básica. Por el aumento del desempleo y la caída en los ingresos, millones de personas no están pudiendo adquirir comida, y muchas otras están teniendo que optar por alimentos más baratos y de menor calidad nutricional

Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

La dolorosa historia de los pueblos americanos pareciera no tener fin. Trágica desde su origen, suma hoy al coronavirus para terminar de armar un guión de cine catástrofe hollywodense: la tormenta perfecta está llegando y desnuda la realidad con su habitual vocación destructora.

En el inicio, la decadencia de los pueblos originarios fue la puerta de entrada para el colonizador y su genocidio organizado. Más tarde, las gestas independentistas no fueron capaces de destronar a las oligarquías locales, tradicionalmente emparentadas con los poderes de turno. Así las cosas, al sur del río Bravo, el continente se fundó frágil y desigual, sometido a extranjerías que fueron cambiando de nombre pero siempre mantuvieron su estilo expoliador frente a la sobreabundancia de recursos naturales que ostenta la región, y sin manifestar vocación alguna por el desarrollo del pueblo que la habita. En este contexto, la aparición de una pandemia no podía ser más que un desastre anunciado… Incluso los países que se ufanaban de ser las “perlitas” del continente demostraron su inconsistencia, y dejaron expuesto el efecto perverso que generan siglos de ceguera institucional.

En Costa Rica la crisis sanitaria ha sacado a la superficie las dificultades de miles de hogares, e incluso la miseria de personas que no aparecen en los registros de salud ni en los censos. Hoy parece cebarse con los que viven en los estratos más bajos o incluso en la marginalidad, ya sea en fincas agrícolas cercanas a Nicaragua con alta presencia de migrantes, o en las pensiones insalubres de la zona roja de la capital, San José.

También Chile debió reconocer su cara oculta y aceptar que la evolución del coronavirus es desigual, con el sur del país yendo hacia un desconfinamiento gradual y recuperando su fisonomía, mientras que en el norte las autoridades debieron decretar nuevas cuarentenas.

Ennio Vivaldi, rector de la principal universidad estatal chilena, no duda en manifestar una descripción semejante: “En la pandemia, lo primero que destaca justamente es la tremenda desigualdad existente en la sociedad chilena, que hace que la forma como golpea a los sectores de las ciudades más privilegiados sea dramáticamente distinta a como lo hace en los sectores menos privilegiados. Cuando comenzó a comprometer a los sectores populares, se expresaron en toda su magnitud las consecuencias del hacinamiento y de la precariedad. Una parte de los chilenos no sabía que una fracción muy importante de los ciudadanos comían en la noche en función de lo que ganaban durante el día. Por lo tanto, pedirle a alguien que respete la cuarentena era condenarlo a no tener qué comer, literalmente”.

En este sentido, recientemente la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) junto a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), presentaron un informe indicando que, producto de la crisis provocada por la pandemia de Covid-19, la población en condiciones de pobreza extrema en América latina y el Caribe podría llegar a 83,4 millones de personas en 2020, lo que implicaría un alza significativa en los niveles de hambre debido a la dificultad que enfrentarán para acceder a los alimentos.

Los efectos de la crisis alimentaria ya son visibles: la vulnerabilidad de los trabajadores ha crecido y los precios internos de los alimentos están subiendo más que el precio de otros productos de la canasta básica, según el Índice de precios al consumidor. Por el aumento del desempleo y la caída en los ingresos, millones de personas no están pudiendo adquirir suficientes alimentos, y muchas otras están teniendo que optar por alimentos más baratos y de menor calidad nutricional.

“La gran tarea que tenemos por delante es impedir que la crisis sanitaria se transforme en una crisis alimentaria. Para ello proponemos complementar el Ingreso Básico de Emergencia (IBE) con la entrega de un Bono Contra el Hambre (BCH), que podría materializarse en la forma de transferencias monetarias, canastas o cupones de alimentos a toda la población en situación de pobreza extrema por un período de seis meses”, indicó Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal.

En contraste con esta situación, durante los meses de pandemia, los “latinos” súper ricos sumaron 48.200 millones de dólares a sus patrimonios, de acuerdo a un informe de la organización internacional Oxfam, que toma datos de la revista especializada Forbes. El documento destaca que el incremento de las fortunas de unos pocos, que lideran los rubros de comercio electrónico con un crecimiento del 22%, el mercado tecnológico que aumentó el 36% y el farmacéutico el 8%, se da en paralelo con la debacle de todos los indicadores sociales, que suponen una pérdida de empleos de al menos 40 millones. Sabiendo que ningún país de América latina cuenta con una cobertura para el desempleo al nivel de las naciones europeas, el pronóstico para el futuro de la región resulta poco promisorio, con perspectivas que apuntan al deterioro del entramado social y el consecuente aumento de la criminalidad organizada ligada al narcotráfico.

En consecuencia, nuevos y viejos fantasmas se agitan sobre nuestro lastimado continente. Abrir el juego de la democracia no alcanza para curar las heridas que se siguen perpetuando a través de los siglos. Sería deseable que el desastre provocado por el virus ayude a dejar de lado antiguos egoísmos y prepare el camino para una nueva conciencia latinoamericana, asentada sobre raíces e historias comunes, dolores compartidos, relegamientos eternos. Una conciencia abonada por los héroes libertadores y largamente soñada, que hoy se muestra más urgente que nunca.

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