Jorge Rachid (*)
Un gobierno democrático, votado por el pueblo, que llegó a vencer, en primera vuelta, a una coalición armada desde el odio, el saqueo, la exclusión social, la persecución y cárcel de la oposición, represión, entrega patrimonial nacional, endeudamiento externo, con el apoyo explícito de Estados Unidos y su Embajada, fue puesto bajo ataque desde el mismo momento que asumió.
A la semana de recibir un país devastado por dos crisis de deudas, la interna del hambre y del dolor social inmenso y la de deuda externa que somete la soberanía del país. A esas circunstancias hay que sumarle la sanitaria de las dos epidemias, la de dengue, que tuvo más de 3.000 muertos en los últimos cuatro años; y la del sarampión, cuando el país había sido declarado por la Organización Mundial de la Salud país libre de esa enfermedad, que en los años macristas golpeó y mató nuevamente a niños argentinos por falta de vacunas, debido al ajuste económico y la incapacidad de gestión.
Pero a los 90 días de gestión, en medio de la batalla contra esos dramas heredados, la pandemia mundial llegó al país con contagios importados, con nexo epidemiológico que permitió tomar medidas urgentes de pesquisa y declarar la cuarentena temprana, que permitió salvar 16 mil vidas en los primeros cuatro meses de gestión. Esas medidas se tomaron en el despliegue de una sala situacional que sigue la pandemia a nivel mundial, regional y local, discutida por epidemiólogos, infectólogos, matemáticos, sanitaristas, virólogos, que en conjunto con otras especialidades le dan al gobierno los perfiles necesarios para la toma de decisiones políticas.
En ese sentido el gobierno despliega una serie de herramientas económicas, para asistir a todos los sectores sociales y empresariales a los fines de sostener la cuarentena, una verdadera guerra a un enemigo invisible, una molécula que ha puesto en vilo al mundo.
Esta situación, que ha superado en sus medidas sanitarias y económicas a otras experiencias que han sufrido el dolor de miles de muertos y caídas de los empleos, a nivel internacional ha puesto a la Argentina en la más alta consideración mundial. Ese reconocimiento ha sido apuntalado también por la enorme capacidad de nuestros científicos, que en pocos meses lograron identificar las moléculas virales, crear los kits diagnósticos tanto serológicos como moleculares, siendo el 9° país del mundo en lograrlo, nuestros bioingenieros duplicar los respiradores y además poner en marcha tres fábricas de estos instrumentos vitales en el país, al reconvertir empresas.
Un país en guerra pandémica pero en marcha, con algunos bolsones de necesidades a resolver pero con el objetivo fijado de defender la vida, habilitando la economía necesaria para su sostenimiento, que a medida que se vaya venciendo se irá recuperando lentamente, como en cualquier guerra. Once millones de bolsones de alimentos, 9 millones de ingresos familiares de emergencia (IFE), más de dos millones de ATP, salarios para evitar despidos, congelamiento de tarifas de servicios públicos, decretos evitando despidos y desalojos, créditos a tasa cero para monotributistas y de bajo interés para empresarios son algunas de las medidas desplegadas por un gobierno incipiente, que está sometido al ataque perpetuo.
Uno se pregunta si estas descripciones están llegando al conjunto de los argentinos. Y la respuesta es no. Esa respuesta está dada por la presencia hegemónica de medios, que alguna vez fueron de comunicación y ahora son factores de poder que operan en la direccionalidad de las políticas, son promotores del odio, siembran miedos e inquietudes en la población, llaman a confrontar a un gobierno cuya única preocupación es la de equilibrar la balanza entre la salud y la economía. Eso son Clarín y La Nación, que responden por sí y por terceros golpistas y destituyentes, empujados por intereses cruzados de fondos de inversión, el círculo rojo y la embajada de Estados Unidos; que intentan impedir en la región el asentamiento de políticas soberanas, independientes de los dictados imperiales extorsivos y manipuladores que utilizan sus rampas misilísticas mediáticas, y políticos lacayos que no dudan en atacar sin medir consecuencias sociales y económicas, que se traducen en pérdidas de vidas y hambre generalizado.
Estos mismos medios esconden la información internacional, no muestran las fosas comunes en el Central Park de Nueva York, ni las de Manaos, tampoco las de Bergamo, Italia, ni los camiones refrigerados llenos de cadáveres de España, ni las calles con muertos de Ecuador o Perú y los colapsos sanitarios de Chile y cientos de países del mundo.
En esa situación vivimos en un estado de excitación confrontativa, en donde todas las noticias son leídas en términos binarios que hacen de nuestro pueblo una diáspora de fácil manipulación, antes que un pueblo de sueños comunes. No surge sólo del odio estimulado y provocado, ni siquiera de construcciones de pensamiento diferentes, tampoco del rol del Estado, cuando el reconocimiento del mismo, en el marco de la pandemia, en todo el mundo ha sido reivindicado como ordenador social y ejecutor estratégico y financiero de políticas públicas, desplazando al mercado todopoderoso, instalado por el neoliberalismo dominante en los últimos 50 años.
Pero el enemigo sin rostro, oculto detrás de actores menores, repetidores de guiones y sin capacidad de réplica excepto el insulto o la victimización, amplifica por esos medios voces que hacen a minorías oligárquicas fuerzas dominantes que construyen sentido en la sociedad. Se esconden detrás de excusas para no sesionar democráticamente, gritan en vez de discutir, no aceptan modificar aquellos instrumentos que son percibidos por el pueblo como corruptos, por ejemplo la Justicia o las políticas tributarias.
Pero el enemigo está ahí, detrás de las cortinas de humo fumigadas por los medios, las explicaciones racionales del gobierno, tapados por gritos destemplados y además convocando a linchamientos públicos, rompiendo la cuarentena y poniendo en riesgo al conjunto de los argentinos.
Si esta situación se mantiene, la Argentina se encamina hacia una confrontación civil de consecuencias imprevisibles. El enemigo no siente piedad por esa posibilidad, ya que en el pasado bombardearon, fusilaron desaparecieron miles de jóvenes, persiguieron, encarcelaron sin pruebas, sólo con agitar las aguas del odio y la venganza contra los gobiernos que intentaron defender los intereses populares. Por eso el peronismo es el objeto del deseo del poder hegemónico que desde hace 70 años opera desde las usinas de los intereses norteamericanos y europeos, multinacionales, y fondos de inversión que ven en el Estado Justicialista un enemigo a vencer.
El pueblo peronista, consustanciado de Patria no cederá a esa ofensiva, como lo hicimos desde los albores de la historia, ese pueblo, nuestro pueblo, que es la categoría superior de la Patria, siempre vencerá.
(*) Primero la Patria. www.lapatriaestaprimero.org