Claudia Gotta prefiere usar el término biocidio en vez que ecocidio para referirse a las quemas de los humedales. Es historiadora, educadora ambiental y secretaria de Pueblos Originarios de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Llegó a la formación ambiental a través del vínculo con comunidades originarias, con las que trabaja desde hace 35 años y le enseñaron que la relación de las sociedades con la naturaleza puede y debe ser distinta. Desde hace meses, cada vez que sale al patio de su casa en barrio Parque siente el olor a humo y se encuentra con las cenizas de los incendios en los humedales. Cuando le preguntan si tuvo afecciones responde que las mayores son la indignación y la tristeza que le producen la desidia de las autoridades y el avance del mercado sobre territorios de vida. “Este biocidio nos debe llamar realmente la atención porque está en riesgo nuestra vida. Si no hay salud ni garantía de derechos para los ecosistemas, no los va a haber para los pueblos”, explica en una entrevista con El Ciudadano.
Gotta estudió la historia del litoral y explica que las quemas son un fenómeno de larga data. Durante la colonización, el río Paraná transformó en una hidrovía en base a una racionalidad mecanicista. Antes, esta región era la Comarca del Agua, por el nombre guaraní “paraguaí” y el vínculo de los pobladores originarios era completamente distinto al que se desarrolló después. A partir del siglo XVI, pasó a ser la región del Plata, bajo un paradigma que buscaba sumar aventureros a la apertura de tierras. “Estos espacios, que eran básicamente para la vida y para una maravillosa biodiversidad con la cual nuestros isleños supieron convivir durante más de un siglo, pasaron a estar al servicio del mercado. Se mataron especies nativas de flora y fauna para poner el territorio al servicio de otras explotaciones ajenas al humedal, como la vaca, cuya bosta es tóxica para este tipo de ecosistemas. Un lugar que era para la vida terminó siendo para el capital”.
-¿Por qué definís las quemas en los humedales como un biocidio?
-Porque biocidio, como su palabra lo indica, es un atentado contra todas las expresiones de vida sobre un territorio determinado. Hoy nuestro modelo de vida genera un biocidio planetario. El sistema hegemónico capitalista ha alcanzado una virulencia en las últimas cuatro décadas a partir de un neoliberalismo feroz, instalado en nuestras territorialidades en los años noventa. Esta cosificación y mercantilización de los bienes comunes que nos propicia la Madre Tierra se ha enfatizarlo y atenta contra expresiones de vida sumamente diversas que hacen posible nuestra propia vida. Quienes estamos en el campo del Pensamiento Ambiental Latinoamericano, pensamos al ambiente más allá del ecosistema o del medio ecológico. Por eso no hablamos del medio ambiente, sino de ambiente donde entre el medio ecológico, pero también toda la vida social y nosotros como especie. Aunque seamos sujetos sociales, somos parte de este ambiente. Por eso este biocidio nos interpelar: está en riesgo nuestra vida cuando atentamos contra otras expresiones de vida. Si no hay salud ni garantía de derechos para los ecosistemas, no los va a haber para los pueblos.
-¿Cómo analisás lo que está pasando en los últimos meses con las quemas en los humedales?
-Esto es un fenómeno de larga data que es actual y no es espasmódico. Tiene que ver con cómo este humedal, y el río Paraná en general, se transformaron en una hidrovía solo pensada para el mercado, con una racionalidad mecanicista, instrumental y economicista, y los humedales fueron puestos al servicio del mercado. La concepción de estas tierras asumió una mirada colonizadora, cuando son lugares en los que nuestros isleños supieron convivir con la naturaleza durante más de un siglo. Hay sistemas que son propios de ciertos lugares cercanos a la costa para hacer ciertos sembradíos, vinculado a la agricultura familiar y que tiene incluso origen prehispánico. Pero acá se empezaron a quemar los grandes pastizales de las islas y las especies diversas de la flora y la fauna para ponerlo al servicio de otras explotaciones que son totalmente ajenas al humedal. Yo he estuchado voces que dicen que un número de vacas no son dañinas. La vaca no forma parte de este ecosistema. Hace lo que sabe hacer: comer y defecar. Y la bosta es altamente contaminante para un lugar como el humedal, mientras que en la pampa gringa es un abono. Entonces, haber puesto estos territorios de vida al servicio de explotaciones ajenas al ecosistema, pero totalmente en consonancia con los intereses del capital, implicó abarcar cada vez más superficie hasta llegar en estas últimos meses al escenario dantesco frente a nuestra ciudad.
-¿Qué opinás del debate sobre la ley de humedales y el tratamiento en el Congreso Nacional?
-En principio es una ley necesaria, urgente. Hay que debatir los diferentes proyectos y estudiarlos en profundidad. Pero hay que pensar también que existen leyes de glaciares y de bosques que nunca se han terminado de reglamentar y cumplir en la práctica con la rigurosidad que se debe. Tener una ley de por sí no garantiza que este avance sobre el humedal se detenga. Si no hay realmente voluntad política de terminar con ciertas complicidades y negociados con las grandes corporaciones, porque sabemos que hay intereses económicos ganaderos e inmobiliarios que avanzan, no vamos a salvar al humedal. Si tenemos una ley, debemos de pelear la reglamentación y el cumplimiento. Hay que hacer un seguimiento y un monitoreo en los que la responsabilidad ciudadana tendrá un rol fundamental al exigir a los representantes políticos que cumplan.
-¿Qué opinas de quienes aseguran que puede convivir este modelo productivo ganadero con los humedales?
-Hay que debatirlo a fondo, porque mi opinión es que tanto el ganado vacuno, la siembra de arroz o estos diseños inmobiliarios que tienen la excusa del ecoturismo son especies totalmente ajenas al ecosistema. Si estamos hablando de una ley de humedales para proteger este medio biótico, no corresponde hacer lugar para especies y desarrollos completamente ajenos. Esta mercantilización de este territorio que no va en consonancia con quienes planteamos la defensa de un territorio para la vida. Pero por supuesto que hay voces disonantes, hay posturas progresistas que encubren otros intereses y cada uno sabe bien qué juego juega. Yo como educadora ambiental y como militante de los derechos humanos, digo que el humedal debe conservarse para la vida, porque si no respetamos eso, nuestra propia vida estará en riesgo.
-La relación de Rosario con el río cambió en las últimas décadas, tanto en el avance económico sobre las islas como en la afectividad de la propia cuidadanía. ¿Cómo lees ese vínculo?
-Yo conocí el río antes de que la ciudad dejara de “darle la espalda”, algo que se decía casi como cliché. Cuando se dio el cambio, llegó un momento donde había más ruido del lado de las islas que del lado de la ciudad. Realmente la avanzada fue atroz. Se han borrado paisajes que nos eran cotidianos. A eso se sumó el puente que cambió la fisonomía del curso del río. Y también cambió aquí, frente a la ciudad, el modo de habitar la isla. Desaparecieron muchos de los escenarios auténticos y de los habitantes ancestrales de los humedales. Hay que entrar muy adentro del delta del Paraná para todavía encontrar isleños. Toda esa transformación fue paulatina y explica una apropiación de ese territorio desde esta mirada hegemónica que está en consonancia con la mercantilización del territorio y de la vida. Si nos quedamos solamente con la quema y con el humo, no comprendemos por qué se llegó a esto y por qué hemos reaccionado tan tarde. Ya en el 2008 presentamos denuncias en los tribunales federales, y llevamos muchísimas firmas al Defensor del Pueblo local y Nacional. Hoy, Rosario y otras ciudades vecinas que aman el río a través de su juventud se han movilizado en estas últimas semanas, pero también hay que estar muy atentos a que esta participación no sea manipulada. Acá está la defensa de la vida, que es la vida del humedal para defender nuestra propia vida.
-¿Cómo estás viendo las movilizaciones?
-Celebro esta movilización que ha puesto en el seno del debate la defensa de la vida del humedal. También es importante ir más allá y vincular este hecho a la alianza entre ciertas estructuras de poder político y económico. Hoy vemos en los medios que se dan nombres de ciertos propietarios (que a veces son más testaferros que propietarios), que siempre los hemos conocido y que aparecen en la escena como nuevos. Celebro la movilización ciudadana y estoy convencida de que esta crisis civilizatoria, que es una crisis ambiental, debe repensar el sistema educativo. Pero también creo que hay que atentos a ciertas cuestiones que tal vez no sean tan visibles. Hay que tener una mirada histórica que nos posibilite entender por qué llegamos hasta aquí con este problema. Además, está claro que aún hoy, en tiempos de pandemia, estos incendios traen condiciones deplorables para las vías respiratorias humanas. Estamos en un escenario donde justamente vivimos acosado por un virus que tienen estas vías respiratorias un lugar propicio para prosperar. Entonces digo, es momento de reaccionar, informándonos, tomando las medidas que debemos tomar de cuidado frente a este escenario de movilización, pero también direccionar esta movilización ciudadana a cuestionar e interpelar el modelo hegemónico extractivista que tiene un escenario en este humedal. Así como tiene un escenario en la cordillera con la megaminería, en el NOA con el litio, la pesca en los mares de nuestra costa o en el latifundio transgénico sojero en nuestros campos, acá en el humedal se ha venido instalando y quiere crecer este modelo económico hegemónico que ha cosificado y mercantilizada la vida.
-¿Por qué es necesario pensar las quemas de los humedales desde una perspectiva ambiental, de DDHH y pueblos originarios?
-Yo ingresé a la formación como educadora ambiental a partir de tener un largo trabajo vinculado a los pueblos indígenas, que en un primer momento fueron un simple objeto de estudio y después de convivencia y de aprendizaje en territorio. El saber indígena es un saber ambiental. Se construye a partir de una noción que no es la de sociedad, sino que es una comunidad que está en comunión con todas las vidas. Además, quienes nos formamos el pensar latinoamericano tomamos varias vertientes, una de las cuales es la cosmovisión indígena, pero también está la teología de la liberación, el pensamiento emancipatorio, las nuevas teorías críticas e incluso corrientes dentro de ciertas ciencias exactas. Cuando se formuló la Declaración de los Derechos Humanos a nivel universal hubo una mirada eurocéntrica y androcéntrica que expulsó a las mujeres, a las y los afro y a las y los originarios de todas las partes del mundo. Y tampoco se concibió a los derechos de la Madre Tierra. No puede haber derechos humanos si no hay derechos para la Madre Mierra, si no hay concepción de los bienes comunes ni una ética del cuidado. La pobreza es un problema ambiental, la defensa de los territorios indígenas es un problema ambiental. En mi caso fue la convivencia con los pueblos indígenas la que me ayudó a saber que no va a haber salud para los hombres y las mujeres, para todas, todes y todos si no aprendemos a concebir a la madre tierra como sujeto también poseedor de derechos.