El crimen de María Soledad Morales, del que este martes se cumplen 30 años, marcó un quiebre en la Catamarca dominada como un feudo por los Saadi y puso en evidencia la impunidad con que se manejaban los hijos del poder, así como también conmovió a todo un país con las recordadas marchas del silencio que encabezaban los padres de la joven y la monja Martha Pelloni.
«Sole» Morales quedó inmortalizada en la retina de millones de argentinos tal como estaba en las fotos que solían mostrar sus padres, Ada Rizzardi y Elías Morales, cada vez que reclamaban justicia por ella: ya sea con la mano izquierda en la cadera, posando con un vestido, o con su uniforme escolar, pero siempre con una sonrisa.
En la madrugada del 8 de septiembre de 1990, en una Catamarca gobernada por el peronista Ramón Saadi la estudiante del Colegio del Carmen y San José María Soledad Morales fue violada y asesinada, tras haber recibido una dosis de cocaína inyectada: Luis Tula, un hombre casado de 28 años y que había tenido una relación con la joven, la llevó desde el boliche Le Feu Rouge, donde las alumnas de la entidad educativa realizaban una fiesta para recaudar fondos para el viaje de egresados, hasta la megadisco Clivus.
Allí estaba Guillermo Luque, hijo del diputado nacional Ángel Luque, y quien, sobre el cierre del Clivus, le gritó a Tula, según declaró el barman del lugar: «A la flaca la llevo yo, vos anda después».
Horas más tarde, en la mañana del lunes 10 de septiembre, el cuerpo semidesnudo de la joven fue hallado en las afueras de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca: su rostro estaba desfigurado y su padre debió reconocerla por una pequeña cicatriz en una de sus muñecas.
Así comenzó la pesadilla de Ada y Elías, que provocó un antes y un después en la historia provincial: el crimen de «Sole» mostró a todo el país cómo era manejada feudalmente la provincia cordillerana.
La investigación estuvo plagada de irregularidades y complicidades entre la Policía provincial, la Justicia y los dirigentes políticos, generando un caldo de cultivo que explotó en las marchas del silencio que encabezaban los padres de María Soledad y la monja Martha Pelloni, que era la rectora del Colegio del Carmen y San José, para reclamar justicia.
La demanda social obligó al entonces presidente, Carlos Menem, a ordenar su intervención federal de los tres poderes provinciales, lo que terminó con el dominio de los Saadi.
El autor de la violación y asesinato de la joven de 17 años fue Guillermo Luque, hijo del entonces diputado nacional del PJ Ángel Luque, quien también vio terminada su historia política por el crimen.
«Si mi hijo hubiera sido el asesino, el cadáver no habría aparecido nunca», afirmó en esos días el legislador, frase que le valió su expulsión del Congreso y que mostró la impunidad con que se manejaban los hijos del poder en Catamarca.
Guillermo Luque fue condenado en febrero de 1998 a 21 años de cárcel, mientras que a Luis Tula le dieron nueve por considerarlo partícipe secundario de la violación y el asesinato.
Sin embargo, el hijo del entonces diputado salió en libertad condicional «por comportamiento ejemplar» luego de 14 años de encierro, mientras que su cómplice estudió Derecho en la cárcel provincial.