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Aquellos días de septiembre: el primer tetazo fue hace 65 años, en barrio Tablada y por Perón

Apenas corrieron las noticias del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955, barrios de todo el país se convirtieron en focos de resistencia que fueron sofocados a sangre y balas. Berta, quien entonces no había llegado a la adolescencia, relata postales de zona sur de aquellas semanas de angustia

Berta tenía apenas 11 años y estaba azorada por todo, todo lo que, de un día para el otro, comenzó a ver, a escuchar, incluso a adivinar. Aunque ya había percibido que algo no andaba bien, todavía podía ocupar buena parte de su tiempo jugando. Hasta que un día todo cambió. En realidad fueron varios, y uno peor que el otro en aquel invierno que había arrancado tranquilo en el apacible barrio de Tablada y Villa Manuelita. Una semana, acaso dos, duró la esperanza de poder hacerles frente en aquella primavera de sangre.

Berta narra que los que vivían en la barranca habían trepado todos juntos, arrancando por el principio de Gaboto, pero apenas cruzaron Abanderado Grandoli los barrieron a tiros de ametralladora; y que esas armas eran disparadas por civiles. Y muchas otras, pequeñas pero batallas al fin, que vio o que le fueron contando. Y en una de ellas fue en la que ocurrió: pasando el tanque de agua de Grandoli al 4000, las mujeres del barrio, y de otros barrios de ahí hacia el sur, formaron una columna y comenzaron a avanzar hacia el centro. Y frente a pelotones de soldados que habían sido movilizados desde Corrientes, que ya estaban parapetados para cerrarles el paso, se desprendieron sus blusas y los desafiaron. ¡Tiren!, les gritaron con los pechos al aire.

Berta Temporelli, autora del libro «Una Piba Peronista».

 

El primer “tetazo” registrado en el siglo XX fue con trapos celestes y blancos, protagonizado por mujeres que apenas cuatro años antes habían podido votar por primera vez en sus vidas, que hacía seis que habían logrado la patria potestad compartida, y que hacía menos de un año que habían conquistado la ley de divorcio. El primer tetazo registrado fue en 1955, en Rosario, en el barrio Tablada, haciéndole frente a un golpe de Estado, y al grito de: ¡Perón! ¡Perón!

“Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no”

Berta es Berta Leonor Temporelli, y todavía vive en Tablada, el barrio al que siempre terminó volviendo. Volvió de las buenas épocas, cuando la movilidad social que había imprimado el peronismo en el poder le abrió otros horizontes a su infancia, con una chance de prosperar a la que su papá no le rehuyó, y toda la familia por un tiempo anduvo lejos. Y volvió de las malas épocas, cuando con ese todavía adolescente que conoció ahí mismo, en un asalto (que entonces no tenía nada que ver con un robo) y se convirtió en su compañero de toda la vida, tuvo que esconderse y huir cuando otro golpe, más oscuro y letal todavía, barría con sus compañeros, sus vecinos, su propia familia.

El primer tetazo registrado fue en 1955, en Rosario, en el barrio Tablada, haciéndole frente a un golpe de Estado, y al grito de: ¡Perón! ¡Perón!

Golpe a golpe, Berta fue caminando las calles de su barrio de trabajadores, con su parte más pobre, la que se hizo famosa con una pintada que la inmortalizó para siempre. “Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no”, dejaron escrito manos anónimas en una persiana, y la foto que la mostraba volvía a nacer con cada generación que la siguió inmortalizando, con mimeógrafo primero, con imprenta, con audiovisuales, en pantallas de televisión, hasta que el salto a las redes digitales la tornó global, viral, el testimonio vivo de un tiempo y de un barrio. Son postales, anécdotas, y también trágicos recuerdos y duelos de aquel intento inicial de resistencia.

De aquellos días se están cumpliendo 65 años, pero lo cierto es que ese foco no se apagó con septiembre, sino que permanecería vivo por los siguientes 17 años, a veces más calmo, a veces con fuertes enfrentamientos, huelgas y sabotajes.

A las armas

Poco se sabe hoy de los días que siguieron al 16 de septiembre de 1955. En Rosario, como en todo el país, se intentó borrar por la fuerza la memoria de lo que habían sido aquellos años, esos a los que todos los sindicatos, o casi, se refieren como “los mejores días de los trabajadores”.

Incluso muchos desconocen o directamente descreen de que hubiera existido un bombardeo sobre la Plaza de Mayo y la Casa Rosada sólo tres meses antes del golpe, que un mortero de media tonelada haya caído sobre un transporte escolar segando todas las vidas. El más cruento atentado terrorista de la historia nacional, cometido por la aviación naval y que dejó al menos 350 muertos y un millar de heridos y mutilados es, insólitamente, un hecho fuera de la historia para negacionistas.

Incluso aunque el profuso registro fotográfico y fílmico de las secuelas que dejó el ataque –y del raíd mismo– tornen irrefutable su existencia. Y aun cuando ahora mismo se continúe impulsando declarar aquella triste fecha como el real bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina. Sus cazas interceptores obligaron a huir y derribaron al menos a una aeronave enemiga 27 años antes de la Guerra de Malvinas, en el mismo momento en que el teniente Ernesto Adradas apuntó y disparó las armas de su Gloster Meteor contra un North American de la Marina de Guerra que había intentado escapar siguiendo las líneas de las vías del ferrocarril desde Retiro.

Aquel oscuro septiembre de 1955 terminó en Rosario con al menos 400 muertos, entre niñas y niños, mujeres y hombres

Tres meses después de la batalla aérea sobre Buenos Aires, en Rosario, y en tierra, se combatía con menos tecnología. Con nula tecnología, para el caso. Las crónicas, reconstruidas y vueltas a dispersar secuencialmente, cuentan que casi toda la Policía de la ciudad y el Regimiento 11 permanecieron leales al gobierno democráticamente elegido, y que las fuerzas golpistas movilizaron tropas desde la Mesopotamia para asegurar el nuevo orden.

Berta recuerda de aquellos días a columnas que marchaban, ocupando calle y vereda, con un grito: “La vida por Perón”. Que venían desde el sur, doblaban por Gaboto, donde empezaba el pavimento, y seguían hacia avenida San Martín para intentar llegar al centro. Y que un día, cuando traspasaban 27 de Febrero rumbo a Pellegrini, fueron baleadas desde un edificio.

Que otro día, un grupo que tenía el dato esperó agazapado a estudiantes universitarios que llegaron con cadenas, dispuestos a arrancar el busto a Eva Perón en el ingreso a la Administración General de Puertos. Los emboscaron y los persiguieron a fierrazo limpio. Uno de los que defendieron aquel símbolo era el propio padre de Berta. Y otro, según supo después, quien había sido secretario General de la Unión Ferroviaria: su hija Adelina Cardoso relató los mismos hechos, con calcada exactitud.

Le tiraron. Lo bajaron de un balazo cerca del cuello, lo dieron por muerto y lo arrojaron en una camioneta

Berta recuerda a muchos hombres y muchas mujeres. Entre ellas a Leonor de Tomé, quien logró rescatar y escondió en su propia casa el busto de Eva Perón que estaba en las entonces Diana y avenida Lucero.

Y rescata el testimonio vivo de José Mármol, un joven entonces, que se trepó a una columna a colgar estandartes de Perón y Eva Perón encima de la parada del tranvía 15, en Ovidio Lagos y 27 de Febrero. Cuando llegó un contingente militar, que venía disparando, se envolvió en una Bandera y se volvió a trepar a la escalera: “¡Viva Perón, la puta que los parió! ¡Tiren!”, contó él mismo que les gritó. Y le tiraron. Lo bajaron de un balazo cerca del cuello, lo dieron por muerto y lo arrojaron en una camioneta. “Al llegar al Comando me vino a ver un oficial y cuando se me arrimó le escupí la cara. Me dio un puñetazo y ordenó mi traslado a la Asistencia Pública, de Rioja y Balcarce”, recordó poco tiempo atrás, vivo, anciano y lúcido, el propio Mármol.

Berta, José y muchos otros militantes lograron reconstruir que aquel oscuro septiembre de 1955 terminó en Rosario con al menos 400 muertos, entre niñas y niños, mujeres y hombres. Y con cientos y cientos –nunca se supo cuántos– heridos.

Amor y militancia

Berta creció y, con el tiempo, se sumó a quienes entraron a la adolescencia con la niñez quebrada por el golpe del 55, la Revolución Fusiladora y la Resistencia que se empezaba a hacer mítica, no sólo clandestina. En esos años conoció a “Pelusa” con quien se fue encontrando de a poco, hasta que no se separaron más.

Pelusa es Pedro Bluma, fallecido en mayo de 2004, quien fue concejal de Rosario en la década del 80, tras volver del exilio “no concheto” que ambos transitaron: sin plata, su vía de escape y supervivencia a la última dictadura fue Paraguay. Los dos, junto al también fallecido ex sacerdote tercermundista Santiago Mac Guire, al abogado detenido-desaparecido César Tabares, al escritor Horacio Báster y otros dirigentes integraron en la década de 1960 el Movimiento Revolucionario Peronista en Rosario.

En su libro “Una Piba Peronista”, Berta Temporelli deja testimonio de ella misma, de sus vecinos, y de muchos de los protagonistas de las luchas obreras en barrio Tablada antes y después del golpe que derrocó al presidente Juan Domingo Perón, de la Resistencia, el Rosariazo y finalmente la última y más sangrienta de las dictaduras que destrozaron al país.

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