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La salida es industrializar la Patria: claves de un modelo de desarrollo nacional

"Hoy más que nunca, en un contexto de falta de trabajo, escasez de divisas y altos niveles de pobreza; la necesaria sustitución de importaciones para industrializar la Patria no se logrará de la mano de aquellos que durante tantos años se beneficiaron del sufrimiento del pueblo", advierte el autor

Rodolfo Pablo Treber

Fundación Pueblos del Sur (*)

Especial para El Ciudadano

A sangre y fuego, la dictadura militar de 1976 impuso una política exterior de libre mercado, flujo de capitales desregulado y sistema productivo privado en la economía argentina. Esto fue parte de una estrategia continental que incluía al Pentágono como actor principal en la acción militar y, en lo cultural, la divulgación académica a cargo de Milton Friedman “and Chicago Boys” y medios masivos de comunicación.

De esa manera la doctrina liberal se instala en nuestra Patria, escudada bajo el eufemismo de “globalización”, término erróneo dado que no se trató de un proceso de relación e intercomunicación entre los países del mundo vinculado al desarrollo económico, tecnológico, social y cultural, sino de sometimiento de países subdesarrollados para que se conserven eternamente en esa situación. Creando así, un orden estanco y autoritario de “países periféricos y centrales” cuando en realidad deberíamos llamarlos oprimidos y opresores, respectivamente.

En ese proceso, una de las falacias más importantes, empleada en los discursos ortodoxos para lograr la aceptación de las medidas económicas, es atribuir la intervención estatal en los sectores productivos exclusivamente a gobiernos de izquierda, socialistas o comunistas. Pero, por el contrario, el nacimiento de las empresas públicas se dio en paralelo al desarrollo de los Estado-Nación en todo el mundo, a fines de optimizar la utilización de recursos naturales, planificar el crecimiento de la producción –hasta el momento precaria–, regular el comercio plagado de tráfico ilegal y violencia, ejecutar estrategias de defensa y unidad territorial; entre otras acciones fundamentales que el privado no desarrollaría por sí solo. Esto demuestra que la producción estatal no estaba atada a una cuestión meramente ideológica, sino a la búsqueda del mejor método para el desarrollo de las naciones y sus pueblos.

Los exitosos resultados de esas políticas a lo largo y ancho del globo derribaron otro de los mitos que pesan sobre las Empresas del Estado: la ineficiencia. Si es que hace falta agregar algo más en este sentido, sólo hace falta decir que todo gran desarrollo tecnológico, en materia de telecomunicaciones, industria aeroespacial, medicina y demás, de los últimos siglos, se inició de una inversión y actividad estatal.

Analizando la propia historia desde 1976 hasta hoy, resulta vital dar luz sobre causas y consecuencias de la naturalización del liberalismo como orden establecido en la economía argentina que solo sufrió variaciones en su nivel de graduación, según el gobierno de turno, pero nunca retomó la exitosa matriz productiva mixta (capital estatal y privado) que perduró desde mediados del 40 hasta la década del 90.

El vaciamiento, desvalorización y parálisis de la industria nacional desde el inicio del gobierno de facto, junto a una gran campaña de formación de sentido común contrario a toda institución estatal, preparó el terreno para que a partir del año 1989 se iniciara un masivo y veloz proceso de privatizaciones en la Argentina bajo la dirección técnica y financiera de los organismos financieros internacionales comandados por los Estados Unidos. Este abarcó empresas productivas y de servicios, como también instituciones de regulación, activos públicos y recursos naturales.

A su vez, el Congreso nacional, mediante las leyes de Reforma del Estado y Emergencia Económica, allanó el camino para la entrega del patrimonio nacional al capital extranjero, haciendo foco en cuatro sectores estratégicos que consideraron prioritarios: comercio, energía, transporte y comunicaciones.

Desde ese momento el capital concentrado amoldó la matriz productiva nacional a su conveniencia, transformando a la Argentina en un país dedicado a exportar materias primas e importar productos manufacturados con alto valor agregado. Así logran el mejor resultado posible en su ecuación económica, aunque el más perjudicial para el Pueblo argentino: se llevan la riqueza de nuestro suelo a cambio de dólares que luego utilizaremos para comprar sus productos; quedándose con la materia prima y el trabajo al mismo tiempo que nos dejan desempleo y pobreza.

En consecuencia, con la privatización de Ferrocarriles Argentinos, los argentinos perdimos el tren, que era el transporte de las cargas y de los pobres, pero detrás de él cayeron todos los talleres ferroviarios (Materfer, Forja Argentina, Tafí Viejo, Fábrica Argentina de Vagones y Silos, Aceros Potrone, Astillero Río Santiago, Talleres de Vía y Obras, Talleres de Junín, y muchos más). Con la privatización de Aerolíneas Argentinas quebró la línea de bandera nacional, y detrás de ella cayeron los talleres y proveedores aeronáuticos (Área Material Córdoba, Taller Aeronaval Central, Taller de Reparaciones de Ezeiza, Taller de Reparaciones de Aeroparque, y muchos más). Al cerrar Elma, desapareció la bodega argentina (estatal y privada) de nuestro comercio exterior, y detrás de ella cayeron los armadores, talleres y proveedores navales, la Flota Fluvial del Estado, las Flotas de YPF e YCF, las navieras internacionales Astramar, Del Bene, Maruba, Ciamar, los Astilleros Alianza, Sanym, Corrientes, Domecq García, Astarsa, Mestrina, etcétera.

Y así, las privatizaciones destruyeron la industria nacional y el trabajo, generaron dependencia económica y anularon la soberanía política en beneficio foráneo.

Por eso, es sumamente importante retomar este debate y que se multipliquen los ámbitos de discusión, dado que no encontraremos crecimiento sustentable en el tiempo respetando las bases estructurales del sistema económico liberal. Teniendo en cuenta el contexto de alta incertidumbre global, pero por sobre todas las cosas, nuestra propia historia, el Estado Empresario es el único capaz de arriesgar y crear las condiciones necesarias para el desarrollo económico y social.

Para reivindicarlo sólo hace falta decir la verdad: el Estado Empresario es el actor principal en el desarrollo productivo de la historia argentina. No existió industria manufacturera en gran escala antes de la nacionalización del comercio exterior de Juan Manuel de Rosas, tampoco industria energética antes de YPF. No existió industria naval antes del Astillero Río Santiago, ni nuclear antes de Comisión Nacional de Energía Atómica, ni siderúrgica antes de Somisa.

Sólo a modo de ejemplo, casos como YPF o la Dirección General de Fabricaciones Militares desde su creación potenciaron el surgimiento de gran cantidad de industrias estratégicas, junto a sus proveedores, creando cientos de miles de puestos de trabajo con alta capacitación técnica. En materia de desarrollo e innovación, empresas públicas como Invap (Investigaciones Aplicadas), Instituto Balseiro y Arsat demostraron que el Estado Empresario argentino es capaz de llegar a la más alta calidad, asumir riesgos, exportar conocimientos y desenvolverse exitosamente.

Hoy más que nunca, en un contexto de falta de trabajo, escasez de divisas y altos niveles de pobreza; la necesaria sustitución de importaciones para industrializar la Patria no se logrará de la mano de aquellos que durante tantos años se beneficiaron del sufrimiento del pueblo y acumularon ganancias en el extranjero. El impulso inicial lo debe dar el Estado desde el sector estratégico para, una vez más, lograr una explosión de trabajo en el sector privado. El Pueblo argentino no puede esperar más; es urgente volver a recuperar la asociación virtuosa entre el capital social y privado, que, en otras palabras, es volver al modelo de desarrollo nacional.

(*) treberrodolfopablo@gmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

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