La peor noticia. La que no queríamos escribir. Murió Diego Armando Maradona y ya es leyenda. Esta vez no la pudo gambetear y la noticia nos desgarra. Pensábamos que no iba a ser tan pronto, que iba a zafarla de nuevo. Pero no. El corazón del Diez dijo basta.
La fría crónica periodística dirá que el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos nos dejó un miércoles 25 de noviembre a los 60 años. Después de haber estado internado a fines de octubre, se encontraba recuperándose en una quinta del Tigre cuando sufrió una descompensación y un paro cardíaco terminó con su vida. El gobierno decretó tres días de duelo nacional. Su pueblo lo llorará por siempre, con dolor pero también con emoción: como ocurre con todos los ídolos populares.
La biografía de Maradona se irá agigantando cada día, cada semana, inconmensurable. Diego es el crack de Villa Fiorito que conquistó el planeta fútbol. También el líder indiscutido de la última Selección Argentina campeona del mundo. Es el futbolista que enfrentó a la FIFA y al poder global. Le cortaron las piernas y siguió jugando. Se retiró en 1997, en forma prematura, y sin embargo volvemos a ver sus viejos goles como si fuesen de ayer. Maradona logró hacer arte del fútbol. Hoy lo lloran en todo el mundo: ese es el tamaño de su legado.
Repasar los logros deportivos de Diego es acaso una obligación periodística: lideró el equipo infantil de Los Cebollitas; declaró siendo un niño, en forma premonitoria, que su sueño era ser campeón del mundo; debutó en la primera de Argentinos Juniors a los 15 años y maravilló a todos; con esa casaca y con la de Boca nos regaló algunos goles inolvidables, impresos con la magia de su desfachatez; se fue a Barcelona a los 21 años; sufrió sus primeras lesiones pero siempre volvió; revolucionó el fútbol italiano con la camiseta del Nápoli, su segunda patria; levantó la Copa del Mundo en 1986 y se colgó la medalla de plata en 1990; después de una primera suspensión por dopping, regresó primero a Sevilla y luego a Newell’s; jugó el Mundial 1994 y le cortaron las piernas (a todo un país ilusionado también); nueva suspensión, regreso a Boca, reconocimiento mundial y un retiro preanunciado que iba a quedar inmortalizado por aquella frase en su partido de despedida: “La pelota no se mancha”.
Sin embargo, la biografía deportiva de Maradona no alcanza para dar cuenta del tamaño de su leyenda. Si hay un punto en el cual casi todo el país está de acuerdo –este país tan pasional de grietas insalvables– es en que su mayor legado fue darle alegría a la gente haciendo algo tan sencillo como jugar al fútbol. Nos dio alegría: ni más ni menos. Nos hizo felices: ¿de cuántas personas podemos decir lo mismo?
Pero no solo eso. Desde aquella inolvidable tarde del 22 de junio de 1986, cuando dejó seis ingleses en el camino para convertir el mejor gol de la historia, Maradona y Argentina se convirtieron para siempre en un sinónimo. La bandera celeste y blanca y la casaca a bastones verticales van a estar para siempre asociadas a su figura. Un deportista que ya es leyenda y que también supo condensar los valores que nos distinguen como país.
Vendrán días de dolor, de recuerdos, de homenajes. Tal vez debamos dejar pasar algunos meses para tomar conciencia del tamaño de su legado. Maradona nos hizo llorar de alegría en el 86 y de tristeza en el 94. Nos conmovió con aquel discurso a fines de 2001 en el punto central de la cancha de Boca: “Yo me equivoqué y pagué”. Nos devuelve a los mejores momentos de nuestro pasado reciente cada vez que repasamos sus goles, sus gambetas, su magia…
Los diarios dicen que Maradona murió de un paro cardíaco. Yo no estoy tan seguro. Nunca mueren las leyendas. Y Diego va a vivir por siempre en nuestros corazones.