Estos días se cumplen 40 años de la disolución de la banda más grande del rock pesado, no precisamente por lo que pesaba o por la potencia de los equipos que utilizaban para las presentaciones y giras sino porque luego de Led Zeppelin no hubo otra formación que disputara en esas lides con la eficacia demoledora de un sonido límpido capaz de desnucar en los dos o tres primeros acordes de un tema.
En doce años, desde los inicios en 1968 hasta su disolución en 1980, Zepp se ocupó de campear la escena del rock mundial en inglés con una fórmula que combinaba en exquisitas dosis el rhythm and blues, el hard rock más original, la balada inglesa en su mejor aire de batalla o de juglares, la psicodelia más imaginativa surgida del arco con que Jimmy Page arremetía su guitarra, el power pop en modo proteico y capaz de tomar cualquier rumbo, la reversión ultraísta del blues que podría haber hecho sonar Robert Johnson, todo era posible para esa escuadra invencible que en ocho discos sentó un precedente inviolable en el rock duro –las revistas especializadas la señalaron como la banda más pesada de todos los tiempos– y que hasta su quinto álbum, Phisical Grafitti se hace difícil elegir un mejor tema.
Durante los 70, Zeppelin tocó el cielo económico con las manos al vender cerca de 300 millones de copias de sus discos, estando el mencionado Phisical… y Houses of the Holy a la cabeza seguido por Led Zeppelin IV.
Además mucha agua corrió cuando fue proliferando una narrativa amarilla que hablaba de excesos que incluían groupies menores de edad que decían haber sido secuestradas, peleas a puño con conserjes de hotel, malhumores varios con el staff que los acompañaba cuando las resacas se hacían intolerables, ritos satánicos con animales muertos.
Es decir todo lo que la liturgia de una banda de rock que es venerada hace florecer cada día para que el mito se vaya construyendo en vida, mientras siguen tocando.
Una parte de esto probablemente haya sido verdad –las sucesivas biografías sobre Zepp o sobre alguno de sus miembros buena cuenta han dado de estas peripecias, algunas con conocimiento de primera mano sobre los hechos– y otra no tanto pero lo cierto es que nada ensució un sonido que permanece inmaculado y puede volverse a escuchar y experimentar el mismo sacudón mental y físico de la primera vez.
Zeppelin se queda rengo
La causa que esgrimieron el cantante Robert Plant, el bajista John Paul Jones y el guitarrista Jimmy Page para la separación fue la muerte de John Bonham, el descomunal baterista –y no precisamente por su considerable tamaño, que si lo tenía, sino por sus apoteóticos solos de veinte minutos que quitaban el aliento– que dejaba sin una pieza esencial a la represa sonora de Zeppelin, que había ocurrido dos meses antes ahogado en su propio vómito luego de la ingesta de alrededor de cuarenta copas de vodka, bebida a la que se había aficionado y ya le había traído una serie de complicaciones.
Jones lo había descubierto acostado en un diván de la sala de ensayos y no pudo reaccionar hasta minutos después.
El pilar percusivo de Zepp había desaparecido y con él la formación. “No podemos continuar sin John, quedamos rengos ahora”, habían dicho durante la rueda de prensa donde anunciaron la disolución de la banda.
Dave Grohl, baterista de Nirvana y de Queens of the Stone Age, remarcó sobre Bonham: “Tocaba la batería como alguien que no sabía qué sucedería después, como si estuviera tambaleándose en el filo de una montaña”.
Es imposible no tener en cuenta a Bonham en canciones como “Whole lotta love”, “Inmigrant song”, “Dazed and confused” o “Trampled Underfool” donde se hacían explícitos sus rudimentos para dar golpes certeros sobre sus tambores, platillos y bombo y generar una compacta estructura rítmica sobre la que la densa y diáfana voz de Plant y la increíble viola de Page planeaban delicadas, furiosas y erráticas, todo al mismo tiempo hasta alcanzar ese deleite que solo Zeppelin conseguía.
Zeppelin, la hermandad indestructible
La decisión de separarse parece haber sido tomada por unanimidad ya que –se dijo– privilegiaron dejar un legado intacto; para ellos nadie podría reemplazar a Bonham y en la presentación para el festival Live Aid en Filadelfia tuvieron que rendirse a que ese lugar lo ocupara Phil Collins pero Plant se encargó después de dejar en claro que Zepp no había podido hacer surgir su originalidad.
«Nos faltó John y eso se notó, Phil hizo lo que pudo pero no es de esta tribu”, subrayó el cantante en su desconsuelo.
La banda que se ufanaba de hacer su ritual con sus 70 mil vatios a cuestas para destrozar cabezas con una sutileza incomparable dejaba los escenarios y huérfano el podio del rock pesado, aspirado con entereza y talento por Deep Purple, aunque no alcanzaría a trepar a la cima que cómodamente ocupó Zepp,
Con su propio sello discográfico ya consolidado, Swan Song, y cinco años después de que seis de los discos de Zeppelin estuvieran entre los cien más vendidos de Estados Unidos (en 1975), la banda dijo adiós.
Acababa de aparecer su último álbum Coda, que reunía rarezas no aparecidas en los discos anteriores, y los rockeros del mundo vieron oscurecerse el cenit del hard rock cuando todavía se vendía muchísimo In Through the Out Door, grabado un año antes y que sería el último álbum del cuarteto original.
Zeppelin había atravesado tormentas de todo tipo, el alcohol y sobre todo la heroína habían hecho estragos; también la muerte de un hijo de Plant, las actitudes megalómanas y esotéricas de Page y hasta ciertas diferencias ideológicas mellaron más de una vez la integridad del grupo.
Pero cierto carácter de hermandad permitió que las reyertas y los descalabros pudieran superarse.
Ellos mismos admitieron que tenían un lazo físico que los hacía pensar en el formato de una familia de músicos que, además, sabían que dependían uno del otro para alcanzar ese inestimable sonido.
Page dijo más tarde en una entrevista que la banda “era un asunto del corazón. Cada uno de los miembros era importante para la suma total de lo que éramos”.
Recién veintisiete años después de la separación, en agosto de 2007, la prensa inglesa anunciaría que los ya veteranos Jimmy Page, John Paul Jones y Robert Plant –que había sacado unos discos fabulosos junto a la cantante de bluegrass y country Alison Krauss– y el hijo de John Bonham, Jason, estaban preparando una vuelta a los escenarios para dejar sentado que sólo ellos podían rememorar ese extraordinario bagaje del pasado.