Edición Impresa

El hombre: un fin en sí mismo

Por: Juliana Duclos

Martes a la mañana, me levanto y antes de bajarme de la cama recuerdo las palabras del grandioso personaje de Quino, “Mafalda”, diciendo: “Ármate de coraje para bajar al mundo”.

No doy muchas vueltas y me bajo, salgo a la calle, hago unos pasos y me cruzo inmediatamente con la intolerancia social, que ya no sé cómo llamarla, ni tampoco puedo explicármela. ¿Qué nos pasa?, me pregunto. La única respuesta que encuentro es: nos pasa la vida. Nos pasa ver guerras, nos pasa ver hambre, nos pasa el cansancio, la sensación de que todo se escapa de nuestras manos.

Pese a todo, y para evitarnos más dolores, cada vez que tengamos que bajar al mundo, que tengamos esa sensación de que nada queda por hacer, pensemos por un segundo en el otro, aquel otro que nos necesita, pensemos en tantos otros que estarán sintiendo lo mismo.

Este acto fundamental de la vida en sociedad se llama empatía, palabra de origen griego cuyo significado es: en el interior de lo que sufre. Es la capacidad de percibir lo que el otro puede sentir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, y tal vez la forma más sencilla de acabar venciendo esa intolerancia social, esa ignorancia que tanto nos daña.

Vienen a mi mente las palabras de aquel pastor protestante alemán Martín Niemoeller quien en un sermón en la Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern decía: “Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista, cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista, cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío, cuando vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar”.

¿Qué hubiera dicho Jesucristo? Con esto quiero significar que muchas veces el individualismo en el que vivimos no nos permite ver al otro como un ser humano con proyectos, deseos, sentimientos y esperanzas. Lo vemos como un simple “otro” o, mejor dicho, como objeto del cual podemos desprendernos cuando ya no lo necesitamos, o cuando ya no nos sea útil.

Días atrás una persona me dijo: “Vivo la necesidad”. Le pregunté si me podía dar un ejemplo de cómo era vivir la necesidad. No me pudo responder, igualmente no hacía falta la respuesta, yo sabía muy bien lo que me quería decir.

Hay necesidades que son básicas para la vida y obviamente no puedo discutir eso, lo que sí puedo discutir es que el hombre es un fin en sí mismo y no un medio para satisfacer las necesidades de nadie. Martes a la mañana, me levanto y antes de bajarme de la cama recuerdo las palabras del grandioso personaje de Quino, “Mafalda”, diciendo: “Ármate de coraje para bajar al mundo”.

Comentarios

10