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Una vulva gigante que puede disputar narrativas y generar cuestionamientos

Con su obra de 33 metros, instalada en un exingenio azucarero del noroeste de Brasil, que por estos días se hizo viral en las redes, la brasileña Juliana Notari sostiene que “abre heridas coloniales y también una discusión sobre las feminidades y la violencia contra los cuerpos y la Tierra

Con su obra Diva, una gran vulva roja de 33 metros instalada en un exingenio azucarero del noroeste de Brasil, que por estos días se hizo viral en las redes, la artista brasileña Juliana Notari sostiene que “abre heridas históricas, coloniales, que están más allá de las cuestiones de género”, así como también una discusión sobre las feminidades y la violencia contra los cuerpos y la Tierra.

La obra de arte de sitio específico, creada en el parque artístico-botánico Usina de Arte ubicada en el municipio de Agua Negra, en la Zona da Mata Sul (Pernambuco), fue viral desde que la propia Notari lo publicó en sus redes sociales hace unos días.

Tras once meses de trabajo a mano por la dificultad de la forma escultórica, además de la temporada de lluvia y el aislamiento social por la pandemia, la “land art” despierta posiciones enfrentadas en Brasil, y es una noticia que ha recorrido los más importantes portales del mundo.

El miedo primitivo a un órgano poderoso

“La dimensión sagrada de la vulva, además de la sexual, despierta un miedo primitivo de ese órgano tan poderoso. Diva se refiere a la sangre. La sangre menstrual también es un elemento que la sociedad patriarcal y capitalista busca abolir, asociándolo a la suciedad y la vergüenza, así como a la función única de procreación de la mujer”, define a su obra la perfomer e investigadora Juliana Notari.

“En Diva hay una dimensión que abarca la vida y la muerte que potencia la obra: todos nacemos de una vagina y todos volveremos a la tierra cuando muramos. Traer estas cuestiones a mi espectador, impactando su universo, es el objetivo de la obra. Es el objetivo de mi expresión como artista”, dice.

La obra está emplazada en Usina de Arte, un proyecto de revalorización de una antigua planta azucarera –la mayor productora de azúcar y alcohol en los años 50–, que tiene entre sus programas el de residencias artísticas, según cuenta Notari, que fue invitada como “primera artista mujer en participar en el programa del convenio en su segunda edición”.

La residencia es una “invitación a que los artistas desarrollen obras para el lugar, teniendo en cuenta su paisaje, su historia y su contexto”, explica.

Una grieta a escala monumental en medio de la naturaleza

“Con Diva he continuado la investigación que me ha interesado durante más de 20 años”, la cual surgió a partir del hallazgo de “espéculos ginecológicos” en venta en una asociación ubicada en las afueras de Olinda (Pernambuco). Esos objetos fueron el disparador para “problematizar íntimamente varias heridas”, cuenta.

En 2003 con la performance Dr. Diva, Notari, vestida de blanco, abría grietas sobre una pared blanca con un “scopo” y un martillo, cubría los agujeros recién hechos con sangre de buey y pegaba, en las grietas, el espéculo ginecológico, “transformando la pared del espacio de exhibición en un cuerpo femenino cuadrado”.

La búsqueda continuó en 2012 con la intervención urbana Spalt me en varias ciudades del mundo y ahora con este trabajo en el ex ingenio azucarero del noroeste de Brasil.

“Ha generado mucha polémica, es una continuidad de estas investigaciones, pero ahora abre una grieta a escala monumental en medio de la naturaleza”, señala la artista, quien asegura que “no se trata de una intervención en un paisaje idílico o en un ecosistema virgen, sino en un suelo contaminado por el monocultivo de azúcar y sus traumas sociales, las tierras de la antigua Planta Santa Terezinha, hoy transformadas en Usina de Arte”. Y en este contexto, la obra es “una herida”.

Diva mide 33 metros de largo por 16 de ancho y 6 de profundidad. Es la herida más grande que he abierto. La marca de este trabajo es pequeña frente a los traumas de la esclavitud, la precarización del trabajo, el ecocidio y otras violencias producidas en este tipo de propiedades originadas en la colonia”, indica.

Una obra impactante que genera odio

Las repercusiones denostando la obra y a la propia artista no se hicieron esperar, sobre todo de parte de la ultraderecha brasileña, como es el caso de Olavo de Carvalho, astrólogo y filósofo, referente ideológico de Bolsonaro, que sugirió la creación de un pene de las mismas dimensiones como respuesta a la obra.

“Aunque sabía que era una obra impactante, no imaginé que una de sus reacciones sería el odio, ni que tomaría la proporción que tomó en las redes. En cualquier caso, pienso que esas respuestas son de alguna manera consistentes con la herida que dejé abierta en el lugar.

Diva, según parece, no sólo es una herida, sino que también duele. Hiere”, dice Notari. “Una de las heridas abiertas es la misoginia que se deriva del patriarcado estructurante de la sociedad brasileña y que se ha visto constantemente reforzada por los discursos de odio del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, representante de la extrema derecha.

Sus ideas, su comportamiento y sobre todo sus políticas han apoyado a la población que comparte esos mismos valores machistas, que han acabado adquiriendo una especie de «legitimidad» y se han expresado cínicamente, distribuyendo odio y discriminación, atacando las disidencias de género, agrediendo la diversidad étnico-racial del país y profundizando las desigualdades de clase”.

En este sentido, para la artista “el fascismo que toma parte de Brasil es el que motiva los ataques en masa a Diva en las redes sociales». En este sentido, la genitalidad femenina, «históricamente tomada como signo de la mujer, desde hace milenios ha sido atacada, anulada y subyugada por el patriarcado.

La demonización de esta genitalidad es un reflejo de toda la estructura violenta y machista a la que están sometidos los cuerpos no-machos (sean ellos cis o trans) e incluso los cuerpos cuyas performatividades masculinas no coinciden con cierto imaginario hegemónico y falocéntrico de la masculinidad”, señala.

“Mientras que la vulva, la sangre menstrual o el ano, por ejemplo, se convierten en tabú, por otro lado tenemos la consagración del falo, tomado como símbolo de victoria, coraje, fuerza, poder. La totemización de los genitales masculinos en detrimento de otros es ciertamente un proceso que produce desigualdades simbólicas y debe ser confrontado”.

“La solución no es la mayor o menor cantidad de imágenes sobre la vagina en las artes, sino preguntarse por qué tenemos tantos falos por ahí, y ¿por qué las formas fálicas se consideran legítimas mientras se atacan las que se asemejan a la vulva”, reflexiona Notari. Un ejemplo es la obra de Francisco Brennand, Torre de Cristal, un tótem de 32 metros de altura, emplazado en el punto cero de Recife (Pernambuco), convertido en una de las postales de la ciudad.

“Otras ciudades del mundo tienen otros tótems, esculturas, obeliscos e incluso edificaciones fálicas. ¡Nadie se molesta o las reduce al signo de un pene!”

La disputa con la narrativa bolsonarista

¿Qué representa esta herida?, el arte en este caso, “ha logrado a principios de año disputar con la narrativa bolsonarista, y todavía suscitar reflexiones y problematizar cuestiones de género, racialidad, clase social y medio ambiente. La herida terminó abriendo heridas históricas inflamadas”, refiere Notari.

“Desde el comienzo del actual gobierno, el campo del arte, como todos los demás, ha sufrido duros golpes. La vuelta de la censura fue el primero de ellos, después vino la extinción del ministerio de Cultura y, junto con eso, el agotamiento de las políticas culturales, de las instituciones. En medio de todo esto, saber que el arte tiene la capacidad de disputar narrativas y generar cuestionamientos, reflexiones, es vitalizante. El arte es para provocar, traer reflexiones, incomodar aquello que habita en los seres”, afirma y señala que en sus trabajos “se cruzan cuestiones subterráneas, escatológicas, deseos”, que son “indeseadas para el ser humano perfecto que se predica en una sociedad castradora y conservadora: el hombre de bien y la mujer de respeto”, concluye Notari.

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