Mauro Federico / #puenteaereo
El villano cinematográfico nació probablemente en los comienzos del cine, de la mano de Charles Chaplin y Buster Keaton. El espectador de la época probablemente sintió una indefinida simpatía por este pequeño esbozo de villano: era el mal desembarcando en el nuevo medio, a través de una travesura innecesaria y satisfactoria para los remates de los sketchs.
Con el progreso del séptimo arte comenzaron a aparecer los villanos pérfidos, exagerados, seres abominables cuyo afán por el mal los convertía en gente que quiso conquistar el mundo, dominar a su prójimo.
Los actores que interpretaron villanos trataron de revivir esa sensación en el público: inspirar una suerte de simpatía dentro del lado oscuro del espectador. Estos actores quedaron encasillados en sus personajes.
El villano perfecto para el establishment
En la película de la política argentina el papel del malo se lo dieron a Gildo Insfrán. Sin ningún tipo de casting que lo haya seleccionado. El gobernador de Formosa desde hace 25 años, electo en siete comicios como máximo mandatario de su provincia con apoyos de entre el 60 y el 70 por ciento de sus coterráneos, se transformó en el villano perfecto para el establishment político, económico y mediático que se autodenomina “nacional”, pero atiende en inmediaciones del Obelisco.
La situación no es novedosa. Pero se reeditó con vehemencia a partir de la implementación de un estricto control epidemiológico desplegado por la administración formoseña para evitar la propagación del coronavirus.
La metodología no es nada simpática, pero le permitió a Insfrán sostener la curva de contagios y fallecimientos bien aplanada. Formosa es la provincia con menos contagiados y menos víctimas por millón de habitantes. Desde que empezó la epidemia, hubo alrededor de 900 infectados. Y en total contabilizó ocho muertes.
Solo a los efectos comparativos con otro distrito de similar cantidad de habitantes (medio millón), Neuquén tuvo alrededor de nueve mil contagiados y más de 800 muertes (diez veces más infectados y cien veces más cantidad de fallecimientos).
Tanto los férreos controles para traspasar sus fronteras, como el estricto tratamiento de las personas obligadas a aislarse en los centros comunitarios, generaron un sinfín de críticas, que tuvieron resonancia en las campanas de la oposición.
Pero esta semana el conflicto escaló bien alto. Tras la detención de dos concejalas opositoras, Juntos por el Cambio pidió la “intervención federal” del distrito y sus representantes nacionales llegaron a comparar los lugares de aislamiento con los centros de detención de la dictadura. Con la amplificación de varios grupos mediáticos el escándalo se metió en la agenda de debate político.
El gobierno nacional no minimizó las denuncias y envió a Horacio Pietragalla, secretario de Derechos Humanos, a inspeccionar las instalaciones denunciadas y entrevistar a denunciantes y denunciados. Su conclusión era esperable: “se produjeron hechos aislados que merecen atención de las autoridades, pero de ninguna manera se puede hablar de violaciones sistemáticas y mucho menos de centros clandestinos”.
Formosa para los formoseños
Formosa apostó a consolidar fronteras adentro el modelo político que comenzó a instrumentar a mediados de los noventa y los resultados obtenidos le permitieron al gobernador sostener los equilibrios necesarios como para revalidar la confianza de sus ciudadanos elección tras elección.
El secreto del gobernador formoseño estriba en que jamás ambicionó una construcción por fuera de su territorio y priorizó la construcción de acciones tendientes a lograr el apoyo de su propio pueblo. Insfrán mantuvo durante veinticinco años una relación equidistante con el poder central que le permitió mantener equilibrios en los momentos difíciles.
Mantuvo buenas relaciones con los gobiernos peronistas y supo construir un vínculo sólido con los K, que lo identificaron siempre como un aliado. Lejos de garantizarle una “pax imperia”, esa actitud pro-Formosa terminó promoviendo una sorda guerra de quienes veían en Insfrán el molde a romper para que a ningún otro gobernador se le ocurra intentar las transformaciones encaradas por él.
Operación Formosa
A principios de 2010 cobró difusión nacional un conflicto entre el gobierno de Formosa y los integrantes de la comunidad Qom La Primavera, cuyo referente máximo era el cacique Félix Díaz.
Por entonces los medios de comunicación hablaban de un “genocidio” en perjuicio de estos grupos étnicos, de la usurpación de sus tierras y el incumplimiento de las leyes que protegen a los pueblos originarios. El tema se judicializó en varias oportunidades pero nunca prosperó. Un par de años después, algunos programas de investigación de la televisión porteña empezaron a poner su mirada en Formosa.
Se sucedieron informes de “investigación” que siempre tenían al mismo núcleo duro de denunciantes. Desde el programa que conducía Jorge Lanata, se armaron varias series de notas con eje en la problemática social de la provincia.
Según varias fuentes consultadas, cada año se recurría al mismo staff de “productores” todos ellos provenientes de sectores de la política enfrentados con el peronismo provincial.
Informes como el de las supuestas “condiciones infrahumanas” en las que vivía otra comunidad aborigen periurbana –los Namqom–; o el informe sobre las “escuelas sin paredes” en 2014, justamente en la provincia donde más escuelas por habitante se construyeron a lo largo de los últimos veinte años: 1.386 nuevo establecimientos educativos; la historia de los “narcozapallitos”, la de los “votantes paraguayos” en cada elección, entre las que se destacan “los miles de formoseños varados queriendo retornar a su casa” y la de los “centros clandestinos de detección del covid”. Todas apuntan a lo mismo: mostrar la “crueldad” e “ineficacia” de la gestión insfranista.
Los que vienen a buscar la mugre
Detrás de cada movida mediática, aparece la oposición local frustrada por las derrotas en cada elección, que eligen como forma de hacer política el armado de operaciones mediáticas a nivel nacional en contra de Formosa.
Recorriendo las calles de la capital formoseña el cronista puede tomar contacto con fuentes que lo advierten sobre una situación casi inexorable: detrás de cada una de estas “operaciones de prensa”, aparece el ex intendente radical Gabriel Hernández, condenado por corrupción, y los legisladores nacionales y provinciales de la oposición.
“Vienen a buscar mugre y cuando encuentran un caso, couchean a la gente para inventar situaciones u ocultar información real y hacer las operaciones mediáticas a nivel nacional; siempre queda en evidencia la falsedad de los datos que presentan como realidad ante la opinión pública”, confía una fuente.
El modelo formoseño sigue resistiendo los embates de un sector de la política que no comulga con un proyecto revalidado hasta el cansancio y el sistemático bombardeo de grupos mediáticos capaces de encontrar un escándalo detrás de cada historia que sirva para socavar al gobierno.