Especial para El Ciudadano
La hoy virtualmente intransitable calle Mitre, fundamentalmente en su tramo delimitado por las calles San Luis y Urquiza, supo ser transitable, sobre todo por la cultura y por los obreros. Antes de la muerte del General Mitre, en 1906, esta bulliciosa calle céntrica se llamó Progreso, y en ella albergó a lo que podríamos llamar la Avenida de los Teatros. En sus respectivas alturas 500, 700 y 900 albergó a tres importantes teatros de la ciudad, Olimpo, Politeama y La Comedia, respectivamente. Hoy día, del primero sobrevive un café en la esquina que estoicamente retiene su nombre, el segundo dio lugar en 1967 a la actual Fundación Astengo, mientras el tercero fue el único que logró sobrevivir y municipalizarse.
Como es sabido, el acceso a la cultura no siempre estuvo al alcance de las clases trabajadores, sea esto motivo de la virtual ausencia de tiempo para el ocio, así como por la maldita economía de subsistencia que dificultaba la posibilidad de gastos que no fueran aquellos que garantizaran la subsistencia del hogar. Sin embargo, hubo una excepción destacable en la ciudad, que fue el Teatro Politeama, rebautizado Nuevo Politeama y luego Gran Politeama, ubicado en la actual calle Mitre al 750.
Además de ser uno de los primeros de la ciudad, supo ser de los más grandes, con capacidad para 1700 personas, con 70 palcos, 615 lunetas y 700 asientos de primera, según informa el Censo Municipal de 1900. Pero su mayor singularidad era su perfil popular y plebeyo, al cual asistían mayoritariamente las clases obreras, con un costo que equivalía a la mitad que el resto de los teatros en promedio. Había sido un teatro sencillo, un largo galpón destinado a obras de teatro y circenses, con sus paredes recubiertas de afiches. Hacia el año 1899 se comenzaron obras de remodelación de la mano de los ingenieros Rezzara y Giuliani, las cuales cambiaros su fisonomía transformándolo en uno de los mayores y más bellos de América del Sur, según nos informa dicho Censo. La obra alcanzó tal envergadura que para su realización fue necesario el apoyo económico de la municipalidad y empresarios locales.
Su competencia fue tan grande que esto generó tensiones con los propietarios de otros teatros de la ciudad, que movilizando sus influencias en el Concejo Deliberante buscaron limitarlo, prohibiendo que desde fines de 1906 funcionara como teatro, pudiendo mantener sus funciones de circo. El año siguiente comenzó con la ciudad atravesada por una huelga obrera que terminó siendo de escala nacional, y los obreros no dudaron en acudir al Gran Politeama para realizar allí sus asambleas, las cuales llegaron a albergar a más de 3000 huelguistas, según informaban La Nación, La Capital y El Municipio. Largas y cruciales asambleas de trabajadores y trabajadoras tuvieron lugar en su interior, pasando por su interior la destacada oradora y feminista Virginia Bolten durante el meeting por el Primero de Mayo en 1907.
Los obreros de la ciudad también se reunían allí para celebrar meetings con la finalidad de discutir una agenda a futuro, así como para conmemorar a sus caídos, como en noviembre de 1908, cuando organizaron un encuentro en el Politeama en memoria de sus compañeros asesinados por la policía en la represión de noviembre de 1904. Pero también pasaron por sus salas y galerías personajes como Daniel Infante, futuro intendente municipal por el radicalismo, como el destacado liguista y posterior líder del Partido Demócrata Progresista (PDP), Lisandro de la Torre, quienes disertaron ante una multitud luego de la huelga de contribuyentes de febrero de 1909 en la cual debieron renunciar todas las autoridades de la ciudad.
Su perfil popular transcendía así el ámbito de la cultura, abriendo sus puertas a aquellas mismas personas que disfrutan en familia del circo y del teatro, que reían y lloraban con obras dramáticas, pero que también lo instituían en su ágora de debate y encuentro. Al interior de su sala, grande y moderna, los obreros no sólo rieron y se maravillaron con obras de grandes dramaturgos como Florencio Sánchez, Roberto Payró o Gregorio de Laferrère, también debatieron los destinos de sus luchas, confrontaron sobre los destinos de la Federación Obrera local y del anarquismo en general.
Fue un espacio que abrió la cultura al pueblo en su sentido más amplio, siendo un lugar respetado de la ciudad y un invaluable patrimonio arquitectónico que llega hasta nuestros días sin que muchas veces nos detengamos a observarlo, movidos por el trajín de la rutina, la locura de su bulliciosa ubicación y la lamentable costumbre de caminar cabizbajos mirando baldosas mientras se nos fuga la historia escondida entre las paredes.
(*) Historiador