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A 20 años de Gaudio-Coria, la inédita e infartante final argentina en París que se convirtió en una batalla mental

Fue el último partido por la corona de Roland Garros –hasta la de este año– sin Federer, Nadal o Djokovic. El rufinense llegaba como favorito pero se impuso el de Temperley, en un choque donde la fortaleza psicológica fue decisiva a la hora de la definición

Gustavo Grazioli / Especial para El Ciudadano

Todo sucedió en un partido de tenis, pero no uno cualquiera. Fue en una final entre Guillermo “Mago” Coria y Gastón “Gato” Gaudio en el mítico estadio Philippe Chatrier de París. El trofeo que se debatían era nada más y nada menos que el de Roland Garros, uno de los más codiciados por los tenistas del mundo. Lo que pasó aquella tarde quedó para siempre en la retina de los aficionados a este deporte. Podría haber sido parte de una novela o la precuela de Match Point, el maravilloso thriller psicológico de Woody Allen. Climas cambiantes, sensaciones de éxito constante y diferentes estados de ánimos que pusieron a prueba lo mental. «Si Spielberg hacía una película tal como fue el partido le iban a decir que era demasiado irreal», llegó a confesar Gaudio.

La historia tiene 20 años y se remonta a junio de 2004. De un lado Coria, oriundo de Rufino, Santa Fe, que llegaba como favorito y ubicado en el puesto N°3 del ranking ATP. Del otro, Gaudio, criado en las calles de Temperley, Buenos Aires, N°44 en la tabla de los mejores tenistas masculinos y un desempeño de antología, que terminó de sellarse en ese torneo. “Roland Garros fue lo mejor que me pasó en la vida. Desde los 7 años que soñaba con ganar ese torneo. Yo sabía que número uno del mundo no iba a poder ser nunca y lo único que quería era ganar Roland Garros o la Copa Davis…”, supo declarar el nacido en Temperley.

En la primera ronda, Gaudio venció en cinco sets a Guillermo Cañas, luego eliminó al checo Jiri Novak (14°), después al sueco Thomas Enqvist (65°), lo mismo con el ruso Igor Andreev (77°) y llegó a los cuartos de final. En los dos partidos posteriores logró una de sus mejores performances: derrotó a Lleyton Hewitt (12°) y en la semifinal, hizo lo propio con David Nalbandian (8°). El recorrido lo dejaba de cara a uno de los sueños más esperados: ser finalista de uno de los torneos que conforma el Grand Slam. Coria era su última parada. Un rival con el que se había dado una especie de superclásico por algunos altercados suscitados en enfrentamientos anteriores (festejos con bailes, arengas de más).

Todo fue parte de un espectáculo que tuvo al mundo expectante. Fueron tres horas y media y un total de cinco sets (0-6, 3-6, 6-4, 6-1 y 8-6). Hubo tensión, drama, angustia, euforia y llanto. “Los elementos básicos del tenis son los mismos que los de la vida cotidiana, porque todo partido es una vida en miniatura. Incluso la estructura del tenis, la manera en que las piezas encajan unas dentro de las otras como las muñecas rusas, reproduce la estructura de nuestros días”, dice Andre Agassi en Open, quizás uno de los mejores libros sobre un deportista, a la altura de cualquier pieza literaria.

Aquella tarde parisina, Gaudio se convirtió en el sucesor de Guillermo Vilas, quien 27 años antes y en el mismo escenario, había alzado ese mismo trofeo. El evento tuvo rating en el cable y la TV abierta. El factor psicológico jugó un papel clave y cada uno hizo lo que pudo, cuando todavía la psicología deportiva no estaba en auge. Los nervios, el estrés y las reacciones en favor o en contra del desarrollo del encuentro, terminaron como material de análisis. “¡Qué mal que la estoy pasando!”, fue la popular frase que soltó Gaudio y desenmascara la lucha interna del deportista a la hora de aguantar la presión y mantener el equilibrio psíquico y emocional.

“Durante el torneo, mi psicólogo me mandaba mails para reforzar lo que trabajábamos. Es que un día sentía que era un genio, y al otro que era una mierda. Soy demasiado autoexigente. Por eso para mí el tenis siempre fue dolor y sufrimiento”, dijo tras haber conseguido uno de los torneos más importantes del mundo. A pesar del éxito también llegó a decir: “Habré sido el peor ganador de Roland Garros de la historia”. Al respecto, Leandro Vila en su artículo Todos al diván, explica lo siguiente: “Su baja autoestima lo llevó hasta a minimizar la importancia de su logro. Pese a ser uno de los tenistas técnicamente más completos, el Gato jamás pudo mantenerse entre los mejores. Su falta de fortaleza mental no se lo permitió”.

La fortaleza mental no es innata y en aquella final, el de Temperley se puso a prueba. Superó la instancia y puso a su favor factores externos, como por ejemplo la conexión con la gente y lo que sucedía en las tribunas. El que no corrió con la misma ventaja fue Coria, quien para la prensa llegaba con el trofeo en sus manos sin la necesidad de jugar, pero con la presión externa e interna, y ningún sostén. Los calambres le jugaron una mala pasada e invirtieron los roles en la cancha. “Fue 100% psicológico, porque apenas iba una hora de partido. Empiezo a pensar que me acalambro y en cinco minutos estaba todo acalambrado», reconoció el Mago en una entrevista.

«Sumado al juego físico del tenis, hay un juego mental que puede tener un impacto profundo en el resultado de un partido», escribieron Brad Gilbert y Steve Jamison en su libro ¡Ganar! El combate mental en el tenis. Lecciones de un maestro. Coria después de aquella derrota, reconoció: «Yo pensaba que no era necesario tener un apoyo psicológico, pero ahora pienso que me puede favorecer para salir adelante en lo mental. Lo he pensado y cuando regrese iré a ver a uno». La seguridad del ranking y el favoritismo de las estadísticas no fue suficiente. El Mago se quedó sin trucos y terminó desmoronado por la ansiedad y los nervios. “Me ganó la cabeza».

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