Por Carina Ortiz / Daniel Schreiner
La película El robo del siglo, que se estrenó este año con un éxito de taquilla, recreó el cinematográfico asalto al Banco Río de Acassuso en enero de 2006: cinco ladrones entraron con armas de utilería, tomaron el control del banco, violentaron las cajas de seguridad y se llevaron unos 19 millones de dólares. Escaparon por un boquete que ya habían construido, que los llevó a los desagües fluviales, por donde se esfumaron a bordo de un gomón. Entre sus filas la banda contaba con un “ingeniero” que hizo los cálculos para concretar la obra que posibilitó la huida. Salieron airosos del atraco, aunque poco después la pareja de un miembro del grupo, tras un desencanto amoroso, contó lo que sabía: todos, salvo dos, fueron cayendo presos y terminaron condenados.
En Rosario hubo un antecedente, mucho más rudimentario, pero no por eso menos ingenioso y exitoso. Hace 25 años un grupo de ladrones ingresó a la sucursal del entonces estatal Banco Provincial de Santa Fe del barrio Arroyito a través de un boquete, pero le pifió sobre la ubicación del tesoro: los ladrones no contaban con un ingeniero. Con un cambio de planes sobre la marcha, esperaron algunas horas la llegada del camión de caudales y se alzaron con algo más de medio millón de pesos, por entonces equivalentes a dólares. Se escaparon en un auto. Por el espectacular golpe hubo una decena de detenidos entre presuntos autores y encubridores pero no les pudieron probar nada. Con muchos de ellos confesos, en un caso que incluyó desmanejos de todo tipo como denuncias de torturas y hasta un hachazo contra la pareja de uno de los involucrados de parte de quienes querían mejicanear el botín, igual todos fueron absueltos por falta de pruebas y la plata nunca apareció. E incluso el Estado debió pagar ante la demanda de un policía retirado que estuvo preso y procesado en la causa, que se conoce como la del golpe de los balseros boqueteros.
El robo a la sucursal Lisandro de la Torre del Banco de Santa Fe con sede en Génova y Alberdi se produjo el 6 de octubre de 1995. Tres hombres, algunos dicen cuatro, tras navegar unas dos cuadras y media sobre una balsa improvisada con neumáticos por el entubamiento del arroyo Ludueña, desde la desembocadura del Parque Alem, terminaron de abrir un boquete que los depositó en el sótano del banco.
Los ladrones habían trabajado con puntas, picos y palas algunas semanas, aunque otros dicen que cavaron durante unos seis meses y que usaron martillos neumáticos y amoladoras. Usaron trajes de neoprene, tal como a uno de los acusados le incautaron en su vivienda, y día a día fueron removiendo la tierra del improvisado túnel y la tiraron al agua. Incluso cuentan que en un primer intento asomaron en la plaza ubicada junto al banco y nadie se dio cuenta, por lo que siguieron la excavación.
El día elegido el grupo accionó de madrugada. “Si llueve no se puede hacer”, contaría luego un testigo que había escuchado antes del golpe de boca de uno de los asaltantes. Terminaron de abrir el túnel que se había convertido en un lodazal e hicieron un boquete, pero le pifiaron al tesoro por unos 10 o 15 metros. Cuando lograron entrar al banco se dieron cuenta que estaban en el subsuelo, pero fuera de la bóveda, y debieron improvisar.
Con el cambio de planes los nervios se apoderaron de los ladrones: cuenta la leyenda que en total esperaron casi cinco horas para concretar el atraco. La espera se volvió eterna: se quedaron en el subsuelo sin hacer nada, lo que les resultó enloquecedor.
Según el expediente, la espera no fue tan larga. Los dos ordenanzas que llegaron a trabajar de madrugada contaron que, luego de cambiarse, vieron a tres hombres que subieron desde el sótano a las 3.40 de la madrugada, quienes los redujeron, igual que a otro empleado y al tesorero, a medida de que fueron llegando. Ese día cobraban los jubilados y los maestros, que habían logrado un aumento de sueldo luego de una lucha gremial.
La fila de jubilados comenzó a formarse en la puerta, sobre avenida Alberdi, mientras los ladrones esperaban la llegada del camión de caudales, aunque la gran cantidad de gente en la cola empezó a incomodar la banda. Era un riesgo para la salida, entonces uno de ellos reacomodó al grupo para facilitar el escape de la entidad por una puerta lateral, sobre calle Génova, desde donde incluso hicieron entrar al banco a punta de pistola a un joven que esperaba el colectivo.
Veinte minutos antes de las siete de la mañana, el portavalores bajó del blindado con las sacas, custodiado por dos policías. Los tres fueron reducidos cuando entraron al banco, los dos uniformados tras sendos culatazos, y fueron al lugar donde ya estaban los otros cuatro rehenes.
Ya con las bolsas con el dinero en su poder, los ladrones escaparon con 513 mil pesos, lo que en ese entonces equivalía a igual número de dólares, en un Renault 12 color verde agua que estaba parado con el capó levantado simulando un desperfecto técnico, en Génova y Antelo, con su correspondiente chofer.
El derrumbe
El banco había quedado bajo agua en abril de 1986, durante las inundaciones que golpearon a toda la zona norte por el desborde del arroyo Ludueña. Ello motivó que se hicieran obras hídricas complementarias al primer entubamiento, como un aliviador cuya construcción terminó en 1992 y la presa retardadora, que sería inaugurada recién dos meses después de este golpe.
Una versión que recoge el expediente cuenta que se produjo un derrumbe mientras los obreros trabajaban en la construcción de un ducto y quedó a la vista la estructura edilicia del banco. Así, uno de ellos tomó nota de una estaca de metal que sobresalía como punto de referencia y ese fue el nacimiento del fabuloso plan, aunque esa versión no fue corroborada por la investigación.
Por el caso fueron detenidos una decena de sospechosos: los que cometieron el golpe, quienes aportaron logística y construyeron el túnel, y quienes tomaron parte del encubrimiento. Como autores materiales del asalto quedaron en la mira por diferentes indicios y pruebas, aunque nunca terminó de probarse, Sergio Fabián “Frío” Rodríguez, quien ni siquiera llegó a ser procesado; Javier Hernández, alias Sergio “Pata” Benedetti, quien caería cuatro años después bajo las balas policiales en la Masacre de Villa Ramallo, y Abel “Veneno” Fernández, quien terminó encausado, aunque sólo por encubrimiento. Un cuarto hombre, sospechado de ser quien hizo de chofer tras el golpe, también fue procesado: José Luis Román, quien vivía frente a la sede del Comando de Villa Gobernador Gálvez, y fue apuntado por dos testigos, entre ellos su ex pareja.
También fueron encausados por robo calificado y privación ilegítima de la libertad el policía jubilado por discapacidad Ramón Domingo “Mingo” Silva y su vecino Omar Hilario “Gordo” Pared. Y por encubrimiento la madre de Román y la pareja de ésta, así como un hermano de Veneno, una gestora y un supuesto testaferro.
La pesquisa
La instrucción estuvo a cargo del luego fallecido juez Carlos Triglia y en las primeras medidas intervino la División Robos y Hurtos de la Jefatura de Rosario, pero las deficiencias e irregularidades en la investigación derivaron en su desplazamiento y reemplazo por la Tropa de Operaciones Especiales.
Nueve días después del golpe al banco, el Gordo Pared “confesó” ante el juez instructor: dijo que vivía a una cuadra de la casa de Mingo Silva, en Empalme Graneros. Dijo también haber trabajado en la confección del túnel con el cuñado de Silva, Alberto “Chaqueño” Aguirre, quien tampoco llegó a ser procesado.
Ocho meses antes del golpe, dijo asimismo Pared, Silva fue a su casa con un plano del aliviador del Ludueña y la bóveda del banco. “Ochenta kilos de plata en cada bolso”, se iban a llevar si todo salía bien. Dijo que trabajaron con picos y puntas los fines de semana, cuatro o cinco veces, y luego se abrió de la banda. Pero Triglia no le creyó y lo procesó.
Es que su pareja, según otro testimonio, pagó dinero a un vecino para que no delatara al Gordo e incluso la mujer recibió un hachazo en la cabeza durante un asalto a casa de un pariente mientras les exigían la entrega de la plata del asalto.
Algunos de los rehenes reconocieron al Pata Benedetti luego de que éste fuera detenido, un mes después del golpe y quedó procesado junto con Silva y Román. Luego cayeron la madre de éste y su pareja, estos dos últimos señalados como quienes lavaron dinero comprando autos e inmuebles. Y se sumó el resto de los imputados.
En el medio hubo decenas de allanamientos, detenciones y denuncias por apremios ilegales; un familiar de la mujer de Pared acusó en conferencia de prensa en el Concejo Municipal al comisario Francisco Gambacurta, quien algunos años más tarde, en enero de 2007, terminó suicidándose en Urquiza al 2900 tras una discusión que dejó con heridas de bala a su hija, a su mujer y a un hombre que esperaba el colectivo.
El magistrado de Sentencia Luis Giraudo, hoy jubilado, terminó absolviendo a todos los procesados. El juez cargó las costas del proceso al banco, lo que implicaba que la entidad financiera tuviese que pagar más de lo que le habían robado en concepto de costas y honorarios. Esa decisión fue revisada por la Cámara Penal, que confirmó las absoluciones y revocó lo resuelto respecto de las costas: dispuso que cada imputado cargara con las erogaciones del proceso.
En cuanto al dinero, nunca se encontró. Hubo un dato: estaba en la casa villagalvense de Román, a quien le incautaron un traje de neoprene, pero cuando se hizo el allanamiento se cortó la luz y no se encontraron rastros de la plata.
El oficio de robar bancos
Frío Rodríguez y Pata Benedetti eran amigos y conformaban una sociedad efectiva. Un uniformado que los conoció contó que «el Pata era el corazón, un tipo carismático, aunque muy confiado. Y el Frío era el cerebro, por algo lleva ese apodo”. Ambos quedaron involucrados en el robo al banco por el mismo testigo, quien conocía a la esposa de Pata desde niños, pero zafaron.
Pata moriría a los 30 años bajo las balas policiales en el frustrado asalto al Banco Nación de Villa Ramallo en 1999, este golpe sí con toma de rehenes como sucedería años después en el Río de Acassuso, mientras que el Frío, quien al momento de la Masacre estaba detenido, siguió en carrera.
Entretanto, ambos estuvieron involucrados en otros robos, tanto en Rosario como en San Nicolás, donde se los vinculó con algunos hombres de la célebre Superbanda de Luis “Gordo” Valor.
Pata Benedetti
Tras el robo de los balseros boqueteros, Benedetti estuvo escondido algunas semanas en Córdoba, pero volvió porque extrañaba, contó un allegado. Otro, dijo que su familia fue rescatada por compinches de su vivienda del barrio villagalvense de Pueblo Nuevo, y trasladada a otra casa, ya que se había desatado una cacería que pretendía mejicanear el dinero del asalto.
El 17 de septiembre de 1999, Benedetti, quien incluso había cumplido condena bajo este nombre aunque no era su verdadera identidad, intentó huir junto con sus dos compinches del Nación de Villa Ramallo al que habían entrado veinte horas antes y donde se habían atrincherado con rehenes. En ese lapso, incluso, Pata habló por radio con Chiche Gelblung y hasta lo entrevistó Mariano Grondona en su programa televisivo Hora Clave.
Pata, con sus cómplices Martín “Tito” Saldaña y Carlos “Negro” Martínez, salieron por la madrugada de la sucursal en un Volkswagen Polo verde con el gerente Carlos Chávez, su esposa Flora Lacave y el contador Carlos Santillán.
Habían entrado al banco la mañana anterior tras un empleado de correo. Al gerente le pusieron un collar de explosivos, pero todo terminó en tragedia cuando un mar de policías de la Bonaerense y de la Federal llegó a la puerta del banco.
Tras empantanarse las negociaciones, los ladrones optaron por huir y los recibió una lluvia de balas. Los uniformados mataron a Chávez y a Santillán, mientras que Lacave salvó su vida de milagro.
También sobrevivieron Saldaña, aunque sólo por unas horas ya que fue hallado colgado en la habitación de una comisaría horas más tarde, y Martínez, quien fue condenado en juicio y moriría en un siniestro vial al mando de una moto.
En el mismo debate fue enjuiciado, bajo acusación de haber hecho de campana fuera del banco, el Chaqueño Aguirre, el mismo acusado en el golpe de los balseros boqueteros, pero terminó absuelto. En un segundo juicio oral, hubo siete policías condenados por la matanza.
Benedetti terminó muerto en el acto por un disparo que le atravesó el cráneo. Su cuerpo quedó tirado al lado del auto y allí fue retratado, semitapado por una lona verde clara. La icónica imagen, una foto de la agencia DYN, terminó ilustrando la tapa de un libro sobre la matanza, que provocó un cimbronazo político en la provincia de Buenos Aires, entonces gobernada por Eduardo Duhalde.
Frío Rodríguez
Se dijo en voz baja durante estos veinticinco años, a falta de una condena judicial, que Frío Rodríguez había ideado la mecánica para el golpe en Alberdi y Génova que, como harían una década después los ladrones del banco Río de Acassuso, combinó la modalidad de los boqueteros, usual en los escruches (o sea en robos a edificaciones donde no hay gente), con la de los asaltantes, que en la previsión de no embocarle al tesoro con la salida del túnel, lo que efectivamente ocurrió, usaron las armas para hacerse con las sacas: el plan B.
Benedetti, tras ser procesado, estuvo preso a la espera de sentencia hasta diciembre de 1998, cuando salió en libertad y se reencontró con Frío, que tras mantenerse prófugo en Entre Ríos, según dijo un testigo del caso, marchó detenido algunas semanas hasta ser liberado en julio de 1996, ya que el juez Triglia no había obtenido pruebas para encausarlo.
Para abril de 1999, Benedetti y Rodríguez estuvieron sospechados de concretar un robo a un productor de seguros en zona sur, donde se alzaron con 132 mil pesos. A mitad de año, la misma banda, según la acusación, entró a la oficina de cobros de la EPE en Alberdi y Génova, a pocos metros de la sucursal bancaria donde se había concretado el espectacular asalto al Banco Provincial. En esta oportunidad balearon a un policía al que le robaron el arma y se llevaron 63 mil pesos. También los vincularon con un robo al Banco Municipal en Juan Domingo Perón y San Nicolás, de donde se llevaron apenas 6 mil pesos.
El arma robada al uniformado en la oficina de la EPE apareció en poder del Pata cuando lo mataron en Villa Ramallo y el Frío perdió así a un aliado invaluable. Algunas semanas antes de la masacre Rodríguez había caído preso gracias a una batida en un departamento alquilado en 3 de Febrero al 2400. En octubre de 1999, personal policial descubrió un túnel que tenía listo para escapar del penal de la comisaría 13ª y fue trasladado a Coronda, contó un viejo detective.
Frío salió en libertad en julio de 2002 y un año más tarde volvió a caer. Lo relacionaron con una banda que cometió un robo exprés en el Banco Bersa de Santa Fe y Corrientes en 2003, por el que le darían, recién en 2010, cinco años y medio de cárcel.
Estaba en libertad el 21 noviembre de 2008 cuando un robo a una mueblería en Casilda volvió a visibilizarlo. Los cinco asaltantes se agarraron a tiros, incluso con una versión china del fusil soviético AK47, con policías cuando escapaban en una camioneta robada. En la huida el conductor, el nicoleño Néstor “Azuquita” Soto, perdió el control del rodado y terminó muerto. El caso terminó en condena en 2016 para tres de los ladrones. Frío fue sentenciado a 9 años y medio de cárcel junto con otro viejo cañero, Sergio “Checu” Camos, integrante de otra pandilla célebre, la Banda del Fal.
Mientras tramitaba este proceso, Frío había logrado un arresto domiciliario con salidas laborales, las que cumplía religiosamente, pero el 1° de mayo de 2016 fue baleado por un policía. La versión policial dice que hubo un llamado al 911 y los uniformados llegaron hasta la zona oeste. Cuando intentaron identificar a un grupo de personas, que según los vecinos “habían estado toda la noche de joda”, comenzaron los tiros y se produjo un enfrentamiento. Frío terminó en el Heca con dos plomazos en el abdomen. Su familia aseguró en declaraciones públicas que le plantaron el arma. Volvió a la cárcel tras el alta médica y recibió una nueva condena: cinco años de cárcel, en un juicio abreviado, que redondearon un monto de doce al incluir la sentencia anterior.
Veneno Fernández
Veneno Fernández es otro viejo conocido de las crónicas policiales. Fue detenido cinco meses después del robo al Banco de Santa Fe en Paso de Los Libres, pero sólo fue encausado por encubrimiento, así que pronto quedó en libertad.
Un allegado a la banda dijo: “Es conocido que a Veneno lo llevó un comisario hasta Uruguayana en un Ford Falcon, pero por alguna razón volvió a cruzar la frontera y ésa fue su perdición. En Corrientes había montado un prostíbulo que lo dejó en la ruina: Veneno, por celos, no quería que sus chicas «trabajaran»”.
Veneno se mantuvo casi una década sin anotaciones penales en la provincia, aunque los investigadores estimaron que estuvo detenido por un robo en la provincia de Buenos Aires. Para la pesquisa participó en marzo el 2007 en el asalto a una metalúrgica ubicada en Suipacha al 3800, donde entró armado con otros 5 hombres aunque no encontraron el botín que esperaban. Cayó preso junto con Hugo Zalazar, a quien también le adjudicaban ser parte de la llamada Banda del Fal. En marzo de 2009 lo condenaron a 6 años y 8 meses y en 2010 tras una salida transitoria no regresó a la cárcel.
Cayó de nuevo en septiembre de 2014 en Alvear, tras el robo a un consultorio odontológico donde se alzó con un magro botín y se tiroteó con personal policial. Para la pesquisa además estaba vinculado con otros hechos cometidos en Roldán, Funes y la zona de la Terminal de Ómnibus Mariano Moreno.
Estuvo poco tiempo tras las rejas. El 8 de noviembre del 2014 preparaba un pollo con sus compañeros de celda en la cocina de una comisaría de Villa Gobernador Gálvez cuando el celador fue sorprendido por dos hombres que fueron a rescatarlo. Lo redujeron, Veneno le sacó las llaves de la reja y se fugaron en moto.
A mediados de 2017 fue recapturado en el marco de pesquisa por asociación ilícita. Para la Fiscalía era parte de una banda que supo unir en sus jefaturas a Hérnán “Lichi” Romero, conocido hampón de la zona noroeste, por un lado y Veneno y el Chino Luis Ramos por el otro.
El 2 de julio de este año Veneno reconoció su participación, como jefe de la banda, en varios hechos y volvió a ser condenado, esta vez a 7 años y 3 meses de cárcel. Se hizo cargo del robo al comercio Electricidad Centro de Paraguay al 1000 con un botín de medio millón de pesos y otro a una metalúrgica de Benítez al 3000, de donde los ladrones se llevaron un millón de la misma moneda, ambos en 2017. También de un golpe de mediados de 2014 en Rioja al 3200 con un botín de 25 mil dólares y 80 mil pesos y el ya mencionado asalto al consultorio de Alvear. Consintió un total de 13 años y 11 meses, unificada con la pena que le habían dado en 2009.
Mingo Silva
Ramón Domingo Silva era un policía retirado que cobraba cada mes su pensión en la sede del banco de Santa Fe en Génova y Alberdi. Tenía 39 años y quedó involucrado en el robo por los dichos de su vecino Pared. Incluso había sido uno más de los vecinos de Empalme Graneros que perdieron todo con la inundación del 86.
Silva contó que se conocían porque ambos eran fleteros, pero también porque eran managers de grupos de cumbia que disputaban el mismo mercado. “Pared me conocía del ambiente de la cumbia. Después se enojó conmigo y andaba diciendo que me las iba a hacer pagar. Resulta que él manejaba un grupo, creo que Azúcar Negra, pero en un momento estaban sin tocar y yo me traje a dos o tres músicos para Los Duendes del Caribe, grupo que yo representaba. Era el 93 o 94, y se ve que quedó enojado conmigo y dijo que yo había participado del asalto”, contó el policía retirado.
Silva estuvo detenido dos años y ocho meses y terminó absuelto en 2003, luego de gritar a los cuatro vientos que era inocente. En la investigación lo habían acusado de estar en la cola del banco haciendo de “campana”, pero dijo que esa mañana fue con su pareja en la camioneta al mercado de concentración a comprar verduras.
El policía retirado le hizo un juicio al Estado por la lentitud del proceso y los perjuicios que le ocasionó quedar involucrado en la causa penal por el robo al banco. La provincia debió indemnizarlo con 78 mil pesos más intereses por resolución del Tribunal de Responsabilidad Extracontractual Nº 2.
En abril de 2006 Silva volvió a ser noticia cuando llegó a la misma sucursal del banco de Santa Fe, donde siguió cobrando su jubilación. Según contó iba a hacer un reclamo, ya que no se había dado cuenta que era Jueves Santo, y se encontró con la puerta que da a calle Génova semiabierta. El hombre optó por dar aviso a sus ex camaradas y se fue hasta la comisaría 9ª donde radicó la denuncia. Luego se constató que se había tratado de un olvido del empleado encargado del cierre y no había faltantes.
Una balsa y una linterna
En 1995 el periodista Jorge Turina, hoy jefe de noticias de Telefé Rosario, era cronista del mismo medio, por entonces llamado Canal 5. Trabajaba con el camarógrafo Rubén Jiménez. La mañana del 6 de octubre, ambos fueron enviados a cubrir el robo al Banco de Santa Fe en Génova y Alberdi. Llegaron y la puerta del banco estaba abierta: personal policial revisaba las instalaciones. Aún había gente haciendo cola fuera de la entidad y cumplieron con su labor. Le hicieron una nota a un jefe policial que les contó cómo los ladrones entraron por la puerta, esperaron al tesorero y se alzaron con el botín.
Hasta ahí era un atraco más a un banco, pero un poco de suerte y el olfato de un periodista experimentado en la calle cambió el curso de las cosas. Turina y su compañero subieron al móvil pero decidieron tomar otro camino y fueron por el bajo, costeando el arroyo. Iban despacio y en la zona donde hoy está ubicado el shopping Portal Rosario el cronista vio a dos uniformados de Robos y Hurtos.
Turina le pidió a su compañero que detuviera la marcha. Le llamó la atención la presencia de los agentes que miraban la desembocadura del Ludueña. Se acercó, preguntó, pero los detectives fueron renuentes en darle información. Les dijeron que no estaban haciendo nada pero, en ese momento, Turina vio cómo salía al arroyo una especie de balsa fabricada con cubiertas y madera. Arriba iba otro par de uniformados.
Turina decidió hacer su propia pesquisa: se fue a charlar con los pescadores. Logró que uno de ellos los llevara a remontar el arroyo. Se subieron a la canoa con el camarógrafo y mientras tomaban registros fílmicos de la travesía descubrieron un hueco en el ducto. Decidieron surcarlo, pero no tenían luz para tomar imágenes dentro del túnel, lo que solucionaron improvisando con una linterna que les prestó el pescador.
Comenzaron a surcar el lugar: hicieron un tramo y se empezó a dificultar el avance: el túnel se iba cerrando. Hicieron una curva, iban muy despacio, los remos tocaban con las paredes del pasadizo, hasta que llegaron al final, justo debajo de la entidad crediticia, donde pudieron observar el boquete y tomar imágenes en medio de un lodazal.
El olfato le permitió a este dúo periodístico desentrañar la mecánica del robo y descubrir la perforación que hicieron los ladrones para ingresar al banco y alzarse con algo más de medio millón de pesos/dólares, que a la cotización informal de la moneda estadounidense serían al día de la fecha 77 millones de pesos.