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A 30 años de la suma de todos los males: el día que Rosario quedó saqueada

El cóctel de hiperinflación, pobreza y desocupación que hirió de muerte al gobierno de Raúl Alfonsín se descargó con toda furia sobre la población. Y generó en Rosario un fenómeno que nadie había visto hasta entonces: la depredación total de supermercados, depósitos y almacenes. Hubo 8 muertos

Atardecía. En el aire había un silencio extraño que preanunciaba el estallido. Era la fría tarde del domingo 28 de mayo de 1989, en el televisor se reflejaba la imagen del presidente Raúl Alfonsín, anunciando en cadena un nuevo plan económico de emergencia. Sólo dos semanas antes Carlos Menem había triunfado en los comicios y sus operadores continuaban las gestiones para hacerse con el mando en forma anticipada: cinco días antes el diálogo se había roto, y el jefe del Estado había anunciado que cambiaría por completo su gabinete y completaría su gestión, gobernando hasta el 10 de diciembre. Pero el plan, como su mandato y casi todas o todas las variables económicas se estaban derrumbando. Pero aquella jornada de la que se cumplen 30 años, antes de que terminara, iba a ser la peor.

El dólar, que había arrancado el mes a 80 australes, saltó por encima de 200, rompiendo todos los diques del costo de vida. La semana había arrancado con un feriado cambiario y bancario para el lunes 22, y con la población, los que podían, comprando todo tipo de víveres ante el temor –y los rumores– de desabastecimiento. La inflación pasaba de un inatajable 9,6 por ciento mensual al 78,4 por ciento: las remarcaciones de precios ya ni siquiera esperaban de un día para otro: lo hacían en la misma jornada. Empezaba así la híper, y a las cinco de la tarde del miércoles 24, en vísperas de la fiesta patria, muchas personas que habían entrado al súper El Hogar Obrero del barrio Nueva Córdoba, de Córdoba capital, llenaron los changuitos y al acercarse a las cajas pasaron de largo y corriendo hacia las puertas. La imposibilidad de comprar comida indispensable se traducía en una reacción feroz: empezaban los saqueos.

Ese mismo día, antes del anochecer en dos súper de Rosario, la sucursal del barrio Metalúrgico de La Gallega y el Tigre de Cochabamba y Necochea, se repetía una escena similar.

Al día siguiente versiones apuntan a “agitadores de grupos de izquierda” y de acciones planificadas. Pero se había prendido una mecha, y era nacional: hay intentos de saqueo en supermercados de provincia de Buenos Aires y de Mendoza. En Córdoba los comercios cierran sus puertas.

Es viernes 26 y hay un nuevo ministro de Economía: Jesús Rodríguez, que fue y seguiría siendo el más joven de la historia: asumió con 33 años.

A sólo un mes de cumplir los 34, el licenciado en economía de la Juventud Radical acepta lo que desde el primer instante fue visto como un sacrificio político. Rodríguez debuta con aumento de tarifas y estricto control de cambios, y sólo horas más tarde, recibiría el golpe fatal no sólo para su suerte sino la supervivencia de todo el gobierno alfonsinista.

El frío domingo 28 de mayo, cuando la noche no había terminado de llegar, miles de personas salieron a las calles en zona sur. Sólo unos meses antes, a fines del año anterior, el frigorífico Swift había despedido a un millar y medio de trabajadores, y la mayoría vivían allí. La desesperación había inundado a sus barrios, y uno de ellos, Las Flores, estaba a punto de ser marcado para siempre. Desde allí, como una ola creciente, más de veinte supermercados, depósitos de mercadería, autoservicios y hasta pequeños comercios iban a ser devastados. Empezaba en Rosario una revuelta que duraría tres días, se extendería por toda la ciudad y se repetiría en otros lugares del país. “Los saqueos”, uno de los fenómenos sociales más complejos y menos explicados de la historia cumplen 30 años.

Domingo de caos

Los disturbios se prolongaron durante toda la noche. Sin embargo, todavía no había pasado lo peor. El lunes 29 de mayo, el 20 aniversario del Cordobazo, fue la jornada más intensa de los saqueos en la ciudad, que se transformó en el epicentro de la revuelta a nivel nacional. Por orden del gobernador Víctor Reviglio, a las 9 de la mañana el ministro de Gobierno provincial, Alberto Didier, convocó a los periodistas a una conferencia de prensa en la Jefatura de Policía, y anunció que la situación había sido controlada. En los barrios, lo que ocurría era todo lo contrario. “Veías a la gente correr por la calle y te metías. Nos avisábamos entre todos, ese día medio barrio fue a saquear”, recordaba Alicia, refiriéndose a la zona de Dorrego y Doctor Riva. “Había un grupo de vecinos que organizaba. El líder era un choro que después murió en un enfrentamiento con la Policía”, decía en su testimonio.

—¿Por qué empezó?

—No sé, creo que alguien tiró la primera piedra y después nos enganchamos todos los demás.

Norma también recordaba los episodios, pero sostenía que no había líderes, y menos organización previa. “Salí a la puerta a mirar los helicópteros y vi la gente corriendo con bolsos llenos de mercadería”, recordaba. Ella vivía en Felipe Moré al 2400 y decidió ir también: “Fui al supermercado Santa Ana, de 27 de Febrero y Matienzo. Había mucha necesidad, teníamos hambre. La gente rica nos usó para llevarse bebidas finas y electrodomésticos en los autos. Después fuimos los pobres los que salimos en los diarios”, reflejaba con amargura.

Sin embargo, también “las víctimas” ocuparon las primeras planas. Las fotos del SuperBoerio de Córdoba y Guatemala, totalmente devastado, daban cuenta de que los saqueos se habían extendido a toda la ciudad y que no sólo implicaban retiro de mercaderías sino también destrucción de las instalaciones. “Fue como una marabunta”, sostenía Adolfo Boerio, uno de los titulares de la cadena Olivia. “Yo tenía un busto de mi padre y se lo llevaron también”, pone como ejemplo. “Durante los disturbios vi a mis vecinos pero también a otros, desconocidos. Había miles, incluso un tipo me preguntó si lo ayudaba a cargar cosas en el auto. No me acuerdo qué le contesté, pero sé que reaccioné mal”.

“Al principio fue todo muy agresivo porque la Policía no estaba presente. Pedimos ayuda pero nos dijeron que no daban abasto. Mientras tanto iban vaciando el local, pasaban los minutos y el supermercado cada vez más vacío. Entonces las últimas personas saqueaban muy tranquilas. Venían paseando, ¡si nadie les decía nada! Así pasaron cuatro o cinco horas, en ningún momento tuvimos auxilio”, precisaba.

A muchas cuadras de distancia, Cholo volvía de changuear en el motel Capri. “Porque por esos días no había trabajo y uno agarraba cualquier cosa”, relataba el hombre que prefirió no revelar su verdadero nombre. Por entonces tenía 36 años, y una vivienda precaria en Grandoli y 24 de septiembre, donde vivía con su mujer y sus hijos. En el colectivo alguien le dijo que habían “tomado” un supermercado y fue a mirar. “Cuando llegué estaba todo armado. Era un quilombo, no había color ni raza”. Era el depósito de Supercoop, en Ayolas 70 bis. “Ahí apareció una camioneta, pegó un topazo y rompió la puerta. Mucha gente ya estaba avisada, corrían con máquinas de escribir y televisores. Yo me sumé recién al otro día. Cuando entrabas a saquear veías tantas cosas y no sabías qué agarrar primero. Pensabas: «Voy a llevar algo para comer», pero después aprovechabas y te ibas con cualquier cosa”.

La crónica periodística contabilizó 22 locales perjudicados, concentrados en su mayoría en zona sur. “Rosario conmocionada por una ola de vandalismo”, era el titular que coronaba la página sábana de un diario local. Allí constaba que las fuerzas policiales se habían rebasado a pesar de un intenso operativo, durante el cual resultaron detenidas 20 personas. También hacía referencia al recorrido del secretario de Seguridad Social del gobierno provincial, Edgardo Zotto, quien acompañado por el  entonces jefe de la UR II, Benito González,  incursionó en los lugares afectados. Momentos antes, en ese mismo escenario, una multitud de mujeres, niños y hombres jóvenes coreaban: “Que se vayan, tenemos hambre, queremos comer”. La hipótesis oficial hablaba de una coordinación externa: la simultaneidad de los incidentes y la interferencia de las comunicaciones policiales fueron los argumentos que desplegó Zotto para dar por sentado el despliegue de “agitadores”.

El final

En el tercer día de los saqueos, el martes 30, la llegada de 1.200 efectivos de Gendarmería Nacional coincidió con el anuncio del estado de sitio por 30 días y la aprobación en la Legislatura provincial de la ley de Defensa Civil. “La ciudad se militarizó, se dividió en tres zonas controladas por distintos organismos de represión: prefectura, policía provincial y gendarmería”, apuntaba la historiadora e invistigadora del Conicet Gabriela Águila en una entrevista. “La cantidad de detenidos trepó a 1.300, no había lugar para alojarlos ni capacidad operativa para indagarlos. Las autoridades decidieron trasladar a las personas bajo arresto, la mayoría militantes de izquierda, a la escuela de cadetes, a los galpones del puerto, a la Sociedad Rural”, apuntaba por su parte su colega Cristina Viano. A menos de cinco años y medio del final de la última dictadura, móviles policiales circulaban a toda hora sin identificación; uniformados con armas largas custodiaban paquetes de comida y propietarios de comercios se apostaban en las terrazas, armados.

Multiples testimonios dieron cuenta de una campaña de rumores sobre ataques entre vecinos de distintos barrios, megáfonos que alertaban sobre habitantes de villas miseria acercándose para saquear casas. “En mayo de 1989 aumentó la venta de armas para uso personal”, subraya Águila. Hubo 15 muertos en el país por los saqueos, 8 de ellos en Rosario.

Apenas poco más de un mes después el gobierno de Alfonín se retiraba exangüe y Jesús Rodríguez dejaba el Palacio de Hacienda el 8 de julio en manos de su sucesor, Miguel Roig, quien fallecería cinco días después. Empezaba otro proceso.

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