A cuarenta años del fatídico 24 de marzo de 1976, es posible decir que de la mano del voto popular se ejecutan políticas sociales regresivas.
De aquellos años de plomo que tuvieron su bautismo en la masacre de Ezeiza el 20 de junio de 1973, día del retorno del General Juan Domingo Perón a la Argentina, a la instalación en la Casa Rosada de la junta militar compuesta por Videla, Massera y Agosti, hay una etapa dramática de luchas obreras con claras diferencias de concepción.
Por un lado, la tendencia a la conciliación de clases con el pacto social ensayado por Gelbard; y por otro, los intentos revolucionarios que alcanzaron su cota más alta en las huelgas de Villa Constitución conocidas como el “Villazo”.
Las políticas de ajuste que comenzaron con Celestino Rodrigo durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón eran la antesala del plan Martínez de Hoz, que llegaría con la dictadura cívico-militar a partir de marzo de 1976.
Genocidio de por medio, se disciplinó una sociedad a fuerza de secuestros, torturas, desaparición forzada de miles de seres humanos, incluidos bebés nacidos y por nacer.
Miles de mujeres y hombres encarcelados y otros miles obligados a partir al exilio.
Un plan de exterminio, la desestructuración de una sociedad y la emergencia de otra más desigual y sumisa.
El terror que persiste
El 24 de marzo de 1944, en Roma, Italia, las tropas alemanas de ocupación nazi perpetraron la masacre conocida como de las Fosas Ardeatinas. Esta matanza fue la brutal respuesta genocida a una acción de autodefensa de los partisanos antifascistas. La soldadesca enfurecida mató a cientos de personas porque no admitieron la osadía de ser enfrentados.
El 24 de marzo de 1976, en la Argentina se produjo el golpe cívico-militar instaurando una dictadura que invadió todos los ámbitos de la vida social, económica y política, sembrando el terror y dando continuidad a la represión iniciada en junio de 1973 bajo el gobierno peronista. Ahora bien, lo que desde entonces llevaban adelante los grupos paramilitares y parapoliciales, quedó formalizado bajo el imperio de las fuerzas armadas con secuestros, torturas y desapariciones forzadas: 30.000 personas fueron aniquiladas por los genocidas y el terror sembrado en los cuerpos. La sociedad en su conjunto fue el laboratorio del perverso experimento de ingeniería social llamado proceso de reorganización nacional.
Derrotas y esperpentos
Según explicaba en uno de sus escritos el militante anarquista gallego Ricardo Mella, la dictadura del número es una de las estrategias del régimen capitalista para que una selecta minoría de arribistas y trepadores pueda erigirse en representante de la mayoría sumisa y pasiva.
El actual gobierno de la Nación ganó en segunda vuelta por una diferencia del 3 por ciento y actúa como si hubiese sido plebiscitado, esa es la lógica de los sentados en tronos gubernativos, bancas legislativas y poltronas judiciales.
En efecto, si observamos la realidad social que nos toca vivir, hallamos que está montada una estructura de dominación que a través de diversos mecanismos enunciados como transparentes, en lo concreto no sólo no lo son, sino que encubren siniestras formas de manipulaciones de voluntades individuales y colectivas.
Esto lo expresó con singular talento el joven Ettienne De La Boétie en su memorable Discurso sobre la servidumbre voluntaria. La mayoría laboriosa y productora sostiene a elites parasitarias, que se van estructurando como una pirámide de amplia base y minúscula cúspide.
Las estrategias están armadas, como diría Michel Foucault, por dispositivos que operan como macropoderes que articulados de modo variable aseguran a los detentadores del poder real su persistencia gracias a la permanente mutación de los discursos persuasivos.
La dominación no siempre se expresa de manera explícita. A los pueblos se les dice en las constituciones que la voluntad de los que están en la cúspide es su genuina expresión. En las sociedades como las que vivimos desde hace siglos, con una cada vez más desigual distribución de recursos materiales y simbólicos, no es posible que la participación de las multitudes se expresen libremente. La ficción de la democracia es sólo eso una ficción.
La Argentina padece desde hace por lo menos cuatro décadas una derrota cultural de los que aspiramos a una transformación en sentido progresivo de una magnitud colosal.
El terrorismo de Estado hizo una tarea de disciplinamiento social que permitió sobre el páramo poner primero a la defensiva y luego en retirada a una masa que logró poner en jaque al sistema.
Nada podía ser igual luego de ese proceso regresivo a escala mayúscula, y de hecho nada fue ni es igual.
Si reflexionamos sobre los debates de los años 60 y 70 del siglo XX y los comparamos con el presente podremos aproximarnos a dimensionar lo antedicho.
Las acciones colectivas y solidarias que articulaban sujetos sociales como el proletariado y los sectores estudiantiles, contrastan notablemente con el individualismo egotista instalado por el neoliberalismo en las décadas del 80 y 90.
El grado de devastación y desarticulación social permite comprender en alguna medida la emergencia de los esperpentos políticos que pululan en diversos ámbitos: laborales, sindicales, gremiales, políticos, educativos, etcétera.
También permite avizorar cómo llegó al gobierno la alianza Cambiemos que hoy detenta el gobierno del Estado.
¿La era del vacío como proclamó Gilles Lipovetsky? ¿La sociedad del espectáculo como afirmó Guy Debord?
Como decía Bertolt Brecht en su poema Preguntas de un obrero que piensa: “A tantas preguntas otras tantas respuestas”.