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A 45 años del debut de Maradona como jugador: entró en Argentinos y tiró un caño frente a Talleres

En el entretiempo de aquel partido disputado en la tarde del miércoles 20 de octubre de 1976, el fallecido astro albiceleste empezó a escribir su historia en el fútbol argentino

Una multitud de argentinos insiste en haber estado presente aquella mítica tarde del 20 de octubre de 1976, exactamente hace 45 años, cuando un adolescente Diego Armando Maradona debutó en la Primera División y con su figura de mesías marcó un antes y un después en el fútbol argentino.

El correr de los años multiplicó a niveles inimaginables los 7.736 espectadores que concurrieron ese miércoles por la tarde a ver al equipo de La Paternal ante Talleres de Córdoba, en el viejo estadio de Boyacá y Juan Agustín García. En esa jornada inolvidable, el «cebollita» que ya asombraba a muchos por sus malabares en los entretiempos de los partidos de primera, ingresó en el segundo tiempo del partido para alumbrar con un rayo de genialidad el opaco fútbol argentino de eso años.

Hoy, 45 años después y ya sin él físicamente, queda el recuerdo del inicio de los tiempos de mayor gloria para el deporte nacional y el despertar de un amor incondicional entre el mayor genio de fútbol mundial y un pueblo que lo erigió como un dios pagano, un vengador con la casaca «albiceleste».

«Entre y juegue como sabe. Si puede tire un caño», le dijo el entrenador de Argentinos Juniors, Juan Carlos Montes, a Diego en el vestuario cuando en el entretiempo del partido ante Talleres le avisó que ingresaba al campo. Maradona no defraudó: fiel a su estirpe de potrero, el nuevo crack del fútbol argentino, en su primera jugada, a 10 días de cumplir 16 años, le hizo un fenomenal caño al volante cordobés Juan Cabrera que despertó la admiración de los presentes y su primer aplauso.

Cuando Diego entró con la camiseta número 16 en lugar de Giacobetti, Talleres -que era el equipo sensación del interior del país- ya ganaba 1 a 0 con un gol convertido por el exquisito volante Luis «Hacha» Ludueña. El ex defensor de la selección nacional y jugador de Talleres de Córdoba Luis Galván relató años después que ese encuentro era dominado con tranquilidad por la «T» hasta que ingresó el futuro capitán de Argentina.

«A partir de allí cambió todo. Diego se puso el equipo al hombro y nos fueron arrinconando en nuestro arco. Terminamos defendiendo el triunfo. No podíamos creer lo que hacía ese chico con una inmensa melena llena de rulos», recordó Galván.

El viejo estadio de madera de Argentinos estaba casi lleno, producto que se corría la noticia de boca en boca del posible debut de este joven «cebollita». Diego, que en esos momentos se estaba mudando de su Villa Fiorito natal a Villa del Parque, donde el club le había alquilado una casa para toda la familia, se enteró el día anterior, el martes 19 de octubre de 1976, que estaría por primera vez en el banco de suplentes del equipo, en la nueva fecha del Torneo Nacional de ese año.

Maradona se despertó el 20 en su casa de Fiorito -el equipo no se concentraba- y con su único pantalón de vestir viajó en colectivo junto a su padre -Don Diego- con la ilusión de su primer partido en Primera.

Atrás quedaban muchas ilusiones, sus primeros pasos en los campitos del sur del gran Buenos Aires, su llegada a los «Cebollitas» de la mano de Francisco Cornejo, los torneo «Evita» de 1974 y las piruetas en los entretiempos en la cancha de La Paternal. Diego ya iba escribiendo sin saberlo su rica historia, y en ese viaje hacía la ilusión de disfrutar de la pelota, fue acumulando deseos y ansiedades en una cantidad proporcional.

Pocos supieron en aquel momento que en dos oportunidades, mientras militaba en las divisiones inferiores de Argentinos Juniors, estuvo a punto de pasar a River Plate. Justo los «millonarios», el equipo que era su obsesión como ferviente hincha de Boca que ya era, tras coquetear con Independiente, fundamentalmente por su devoción por su máximo ídolo: Ricardo Bochini.

La primera oportunidad fue cuando fichaba para Argentinos cuando un ex jugador de River le prometió «el oro y el moro» al padre de Diego y la segunda vez, ya en 1975, cuando estaba en la quinta y el ayudante de campo de Angel Labruna, Federico Vairo, quedó maravillado por el juego del «Diez».

El destino del mejor jugador del mundo ya estaba marcado: iba a debutar en el momento justo y en el lugar indicado. Atrás quedaron años de sufrimientos y de postergaciones para toda la familia, un sitial del cual Diego se despegó desde lo material, mientras conservó en su memoria los lazos afectivos que la precariedad no logra quebrar en una familia unida.

La historia posterior a ese 20 de octubre es demasiado conocida, los sueños se materializaron en realidad: goleador, la Selección, Boca, Europa, el título del mundo, el ascenso desde el infierno, la muerte, la vida y la gloria.

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