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A 49 años de la 1ª edición de La Fusa en Mar del Plata, un disco “alquímico”

El disco coincidió con el primer recital que dio Vinicius en Mar del Plata en febrero de 1971, justamente, en el café concert que Silvia Muñiz abrió junto con Coco Pérez en la zona de Playa Grande, pensado para escuchar música en vivo  

“A Tonga Da Mironga Do Kabulete”, “Viramundo”, “Como decía el poeta” y “Lo que tenía que ser” son algunos de los temas del long play La Fusa, grabado por Vinicius de Moraes junto a Toquinho y María Bethania hace exactamente 49 años en Mar del Plata. Fue un «disco alquímico» que funcionó como «piedra de encantamiento» y que revolucionó, de alguna manera, las formas de consumo de la música en la Argentina con la llegada del legendario trovador brasileño.

“La Fusa fue como una endovenosa de alegría, belleza, erotismo y vitalidad en un momento en que la realidad circundante era la devastación y el encierro de donde emanaba una fuerte sensación de claustrofobia», escribe Liana Wenner, biógrafa del cantautor, sobre aquel LP que fue reeditado más de 45 veces desde febrero de 1971.

El disco coincidió con el primer recital que dio Vinicius en Mar del Plata, justamente, en el café concert que Silvia Muñiz abrió junto con Coco Pérez en la zona de Playa Grande, pensado para escuchar música en vivo.

Vinicius se convirtió en un artista referencial. Un foráneo que, con un idioma diferente y costumbres exóticas, logró establecer un vínculo especial con la juventud de la época y funcionó, en medio del caos, como un elemento purificador. La autora habla de “un universo cultural porteño que ya no existe más», de una recuperación de «La Fusa como punto de encuentro de diferentes tradiciones», la gente del Mau Mau, los tilingos o «Carlos Perciavalle inventando el café concert».

Mais que de mais

De más y en generosas proporciones la pasión fluye de la sangre de un bahiano, del paso electrizante de las comparsas de Río y del temblor de las batucadas, muchas veces improvisadas en las puertas de los morros. Esa forma, que desconoce términos medios, propició en Brasil explosiones de amor, sexo, música, poesía e incluso violencia. Así, entre sus historias de arraigo y saudade, a mediados del siglo pasado y en la antesala de los años de plomo, surgió la bossa nova, ese mestizaje de jazz con ritmos de samba que tuvo, entre sus voces más referenciales, al mítico y revolucionario Vinicius de Moraes (1913-1980).

Poeta, crítico de cine y diplomático devenido en cantautor, fue parte de un movimiento que no sólo transformó los campos de la literatura y la música en su tierra sino también las formas de consumo estético en otros lugares de Latinoamérica. Uruguay y Argentina fueron los países que acogieron a la bossa nova con más fuerza y permitieron que la seducción de sus canciones, despojadas de toda carga política, anclara en el Buenos Aires nocturno de 1968, sin encontrar el menor atisbo de resistencia. Por el contrario, en un contexto social sumamente convulsionado el fenómeno Vinicius con su particular forma de cantarle a la vida, al erotismo, a las mujeres y a la amistad (como quien susurra versos de amor), fue un éxito imparable. Así es que relata en forma pormenorizada Wenner ese hechizo que comenzó cuando Ediciones de la Flor publicó su libro de poemas Para vivir un gran amor.

Diplomacia y alcohol

La década del 60 entraba en su último cuarto de siglo. La otrora prosperidad del gobierno de Juscelino Kubitschek, en la que Brasil brilló en el teatro, la poesía, las artes plásticas y hasta en el fútbol (con su primer campeonato mundial), era cosa del pasado. Veinte años más tarde, la dictadura del mariscal Costa e Silva anunciaba medidas extremas y persecutorias contra miles de ciudadanos. De Moraes supo de la noticia a través de la prensa en un hotel de Lisboa. «Esa noche tenían función —reseña Wenner—. Antes de terminar, Vinicius se pronunció contra ese golpe dentro del golpe y recitó el poema «Mi patria» mientras Baden Powell comenzaba a puntear los acordes del himno nacional brasilero». La democracia era historia, pero también su carrera diplomática.

Sus costumbres noctámbulas y la adicción al alcohol lo alejaron de sus funciones. Las recorridas por los bares de Copacabana y las fiestas con bebidas y mujeres hasta el amanecer eran incompatibles con el trabajo del Ministerio. «Era común que sin haber dormido tuviese que ir al puerto de Montevideo a recibir algún barco que llegaba de Brasil». Su amigo Daniel Terra recuerda en el libro que a veces, cuando el buque llegaba, él subía a la planchada con «una botella de whisky encima». Tampoco congeniaba con la paternidad; aunque tuvo cinco hijos fue un padre ausente. Se casó en ocho oportunidades y no faltaron los conflictos de divorcio, especialmente con la bahiana Gesse Gessy. El último matrimonio, «hecho de despedidas y desencuentros», lo contrajo con la argentina Marta Rodríguez Santamaría, treinta y cinco años menor que él.

Al poco tiempo de su primer recital en Buenos Aires, Vinicius era una «leyenda viviente». Extremadamente carismático entabló amistad con intelectuales, burgueses, artistas o bohemios: Daniel Divinsky, María Rosa Oliver, Pirí Lugones, el Bambino Veira, Mario Trejo, Egle Martin y Libertad Leblanc, sólo por mencionar algunos. Amante del tango, conoció a Astor Piazzola y a Horacio Ferrer, quien cuenta en el libro que juntos pensaron escribir a cuatro manos un musical que se llamaría «Los exiliados de la Cruz del sur».

Con emotividad, Wenner contó la llegada de los poemas de Vinicius al país, sus días en Brasil, sus mujeres, los espacios nocturnos en los que impuso nuevas formas de escuchar música e incluso, cuando componía sus versos desnudo en la bañera, el mismo lugar donde encontró la muerte en la madrugada del 9 de julio de 1980.

 

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