Gracias a los intersticios de sentido que abre la ficción y a la posibilidad de repensar los hechos históricos desde un presente democrático y plural, la literatura chilena agudiza y reedita el gesto de mantener viva la memoria a 50 años del golpe contra Salvador Allende, el hito que implicó la llegada de Augusto Pinochet al poder y la consolidación del régimen neoliberal que signó la economía y tiñó la subjetividad de la sociedad chilena.
Inspirados en el compromiso político-poético de escritores e intelectuales míticos como Pablo Neruda y Raúl Zurita o en la valentía y el entusiasmo de Roberto Bolaño, quien en 1973, movilizado por el triunfo de Allende, atravesó medio continente en micro hasta llegar a su país, los escritores y escritoras chilenos se nutren de la tradición para, con su impronta, signar desde la literatura la posibilidad de imaginar otros desenlaces, indagar en las trampas de la memoria y contribuir al reclamo de justicia.
«La ficción es un catalizador que, si bien no resuelve los traumas de la dictadura, nos permite darles profundidad. Nos permite pasar de los datos del pasado a un registro más humano» sostiene Nicolás Leyton, fundador y editor del sello independiente La pollera.
En esa línea, la editorial publicó En el pueblo hay una casa pequeña y oscura, de Vladimir Rivera Órdenes, que aborda el tema de la memoria de un pueblo mientras el personaje principal busca los restos de su padre desaparecido, un relato que entrecruza la historia de la comunidad con la personal para problematizar la ausencia del cuerpo.
«La dictadura es un tema muy vigente en nuestra sociedad, pero obviamente el paso del tiempo no es en vano. Por eso, se han ido resignificando los abordajes con el cambio generacional. Los autores ya no son los protagonistas, sino que en 1973 a lo mejor eran niños que sufrieron la dictadura y hoy la revisitan en un ejercicio de memoria distinto. Lo que hacen Nona Fernández, Matías Celerón o Lina Meruane creo que están en esa línea, una aproximación distinta y hasta más experimental», sostuvo.
A través de una fusión entre un relato basado en hechos reales pero que usa cada una de las herramientas y estrategias de la literatura, el escritor y periodista Juan Pablo Meneses explora en su obra Una historia perdida el episodio del bombardeo que marcó el trágico fin de Salvador Allende y de la democracia en Chile.
En su investigación, Meneses se sumerge en la figura del piloto que, en un acto de desobediencia insubordinada, decidió abrir fuego sobre el hospital de la Fuerza Aérea chilena, desafiando incluso las directrices de sus superiores militares. «Siento que la ficción es una manera de ampliar el registro de la no ficción y del periodismo: vivimos momentos en los que hay lugares donde el periodismo no puede llegar. Seguimos teniendo dudas e incertidumbres de cosas que pasaron en Chile hace 50 años atrás, sobre las que no sabemos cómo ocurrieron», contó Meneses durante una entrevista en el marco de la presentación de su libro en la última Feria del Libro, que contó con Santiago de Chile como ciudad invitada y destinó gran parte de su programa a repensar desde la literatura el golpe de 1973 en el país vecino.
Pero Meneses va más allá de su libro para proponer una estrategia que involucra el cierto «fin histórico y social» de la literatura: «Solo con literatura terminaremos escribiendo la historia definitiva. Por sobre el periodismo, por sobre las investigaciones judiciales, por sobre las versiones oficiales, por sobre los documentos escritos, la versión final será literaria»
Nona Fernández es escritora, actriz y guionista, nació en Santiago de Chile en 1971 y publicó el libro de cuentos El Cielo y las novelas Mapocho, Fuenzalida, Space Invaders, Chilean Electric y La dimensión desconocida, distinguida en 2016 con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
Traducida al italiano, el francés, el alemán y el inglés, Nona Fernández aborda en toda su obra la memoria, los fantasmas de aquello que la sociedad aún no pudo procesar y las biografías quebradas por la lógica neoliberal. Le resulta imposible no encontrar un vínculo directo entre el golpe de 1973 y un presente político, teñido por la imposibilidad de lograr un acuerdo para reformar la constitución que Pinochet les legó y que dejó una impronta neoliberal en todo el andamiaje del Estado. Lo dice sin vueltas: Chile es, para ella, «un país democráticamente retardado».
«Lo que venga ahora es lógico en un país democráticamente retardado como el mío: claro, ya no podemos tener ese texto porque está mal visto y claro, el Estado debe ser garante de derechos y no subsidiario. Y bueno, creo que lo tendremos con muchas restricciones de la derecha gradual. Resta entender que Chile es un país neoliberal y conservador y eso está tatuado en el ADN de todos, incluso de los que nos creemos muy abiertos a los cambios. En un punto, creo que aún no logramos darnos cuenta de cómo el neoliberalismo ha horadado en el país más neoliberal del mundo», analiza.
Publicada por Fondo de Cultura Económica, escrita por el investigador y guionista Carlos Reyes e ilustrada por Rodrigo Elgueta, Los años de Allende es una historieta gráfica de denso ejercicio narrativo visual que apunta a recuperar parte de la memoria.
La novela gráfica inicia con una escena en la que un personaje ficticio, el periodista norteamericano John Nitsch, corre en dirección de la Casa de la Moneda justo a tiempo para verla bombardeada. A partir de este punto, la novela se divide en cuatro capítulos que llevan por título: 1970, 1971, 1972 y 1973, una estructura cronológica directa y clara que desarrolla los hechos históricos que se encadenaron desde las elecciones de 1970 hasta la muerte de Allende.
«La idea fue reconstituir para el lector la mayor panorámica de la sociedad chilena de la época que el lenguaje de la historieta nos permitió hacer», sostiene Reyes.
El poeta Raúl Zurita, quien fue detenido horas después del golpe y torturado a tal punto que pagó las consecuencias físicas durante toda su vida, dijo en mayo durante su paso por Buenos Aires que estaba «muy tranquilo, defendiendo el pasado».
Su definición refleja, en parte, el mismo gesto que durante estos años se ha ejercido desde la literatura para robustecer el ejercicio de la memoria: «Tengo algunas imágenes grabadas, imborrables, que se me aparecen como flashes, presencias de la memoria. Salvador Allende en el balcón del Palacio de la Moneda o junto a mis compañeros, cuando fundamos el Colectivo de Acciones de Arte. Defender el pasado no significa desentenderse del presente, que además es imposible. Pero defender los momentos de unidad popular de la historia es una luz que llega desde la historia».