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A cien años de la masacre de Tulsa: la matanza de negros más silenciada de la historia

El sangriento hecho conocido como “Los disturbios de Tulsa”, donde fueron asesinados 300 afroamericanos por una turba enardecida de blancos y por un bombardeo de fuerzas oficiales fue sistemáticamente ocultado por el poder político estadounidense. El crimen de George Floyd lo volvió público otra vez

Hace un año atrás, cuando una multitud de afroamericanos protestaba y poblaba las arterias a lo largo y ancho de Estados Unidos –a excepción de ciudades del medioeste donde proliferan los white trash, siempre dispuestos a impedir por las armas cualquier disturbio que tenga a los negros como protagonistas– por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, no pocos de quienes marchaban portaban carteles que recordaban una de las más grandes masacres perpetradas sobre la comunidad negra, tan cruel y sangrienta que incluso los gobiernos demócratas se resistieron sistemáticamente a investigar a fondo, hasta que finalmente en 1997 pudo ser abordada con intenciones de reparación.

Se trataba de la matanza  conocido como Wall Street Black, ocurrida en Greenwood, en el distrito de Tulsa, en 1921, a secas llamada “La masacre de Tulsa”.

Mural en Tulsa que recuerda los trágicos hechos

 

Un gueto para negros

Particularmente trágica y dolorosa la historia tiene su inicio en esa pequeña ciudad sureña de Oklahoma donde la comunidad negra había conseguido cierto bienestar, sobre todo en lo que tenía que ver con lograr vivir libre del asedio de los esclavistas, y llevaban una vida tendiente a la prosperidad.

De hecho, Oklahoma fue uno de los últimos Estados en ingresar a la Unión y era considerado una suerte de refugio para negros que habían podido escapar de las plantaciones del sur profundo a mediados del siglo XIX. Incluso en una reciente serie en streaming llamada El ferrocarril subterráneo, que describe un sistema clandestino para proteger a los negros que escapaban de sus patrones, se la menciona.

A salvo de la disputa entre esclavistas y abolicionistas, en Greenwood la minoría negra vivía según sus necesidades y no era asediada, de modo que tenían sus propios comercios y talleres; habían podido formarse y eran médicos y dentistas y regenteaban hoteles, restaurantes y librerías.

Sin embargo, y aquí más que nunca, no todo es lo que parece, y entre la apenas mayoría blanca había quienes no veían con agrado ese ascenso social de los negros e insistían en que la segregación racial debía funcionar a pleno, algo que había sido considerado inconstitucional por una ley de 1916. Así las cosas, cuando asumió un alcalde de cuño republicano, se obligó a la población negra a instalarse en un gueto, lo que originó una serie de tensiones porque debían trasladarse a otra zona  de la ciudad sin razón evidente para ello.

Los negros capturados serían asesinados poco después

 

Un baño de sangre

En el verano de 1920 se produjeron una serie de enfrentamientos y disturbios en varias ciudades del país, originados por las inagotables agresiones de los blancos contra los negros, incluso no solo de los estadounidenses sino también de buena parte de los inmigrantes europeos que rivalizaban con los afroamericanos por conseguir empleos.

Algunas de esas confrontaciones, las de más gravedad, tuvieron lugar en el vecino estado de Arkansas donde cerca de dos centenares de campesinos negros fueron baleados a mansalva tras haberse reunido con dirigentes gremiales para reclamar por una mejora para sus salarios. Como no podía ser de otra manera, los ánimos en Tulsa estaban caldeados por la opresión que comenzaba a sentirse de forma permanente.

En mayo de 1921, Dick Rowland, un lustrador de zapatos de 19 años fue acusado de agredir a la joven blanca Sarah Page mientras subían en un ascensor de un centro comercial. La reconstrucción posterior del hecho puso de manifiesto que el episodio había consistido solo en un accidental pisotón que el joven negro le dio a la joven blanca. Pero en el momento de los hechos, el pobre afroamericano fracasó en su intento de explicar qué había pasado y fue encarcelado y rápidamente el boca a boca desvirtuó lo sucedido para convertirlo en un ataque sexual a la mujer.

Al mismo tiempo, entre la comunidad negra comenzó a circular la versión de que el joven había sido linchado por la misma policía sin juicio alguno. De modo que los enfrentamientos armados no tardaron en ocurrir y en un primer choque murieron diez blancos y dos negros, lo que levantó una indignación generalizada que el periódico local, el Tulsa Tribune capitalizó en una editorial llamando a la “caza del negro”.

Así sobrevino lo que fue un verdadero baño de sangre, más propio de los ataques indiscriminados sobre poblaciones indefensas que las guerras fratricidas suelen ofrecer. Hordas de gente blanca fueron avanzaron hacia la zona donde se concentraban los negros y los sacaron violentamente de sus negocios y viviendas y los asesinaron en las calles.

El infierno desatado duró alrededor de seis horas sin que ninguna fuerza del orden interviniera: hubo incendios, violaciones y tiroteos donde participaron miembros de Ku Klux Klan, y en una asonada inédita que se sumaría a los ignominiosos actos salvajes del gobierno norteamericano, en este caso el de Woodrow Wilson, una escuadrilla de aviones bombardeó toda el área donde se encontraba la población negra reduciéndola a cenizas y asesinando a más de trescientos afroamericanos. Los que pudieron salvarse escaparon raudamente sin siquiera volver la vista atrás.

Los afroamericanos que se salvaron huyeron como pudieron

 

Fosas comunes

“Lo de Tulsa no solo tomó notoriedad porque ahora, en 2021, se cumplen 100 años de lo que representó un verdadero atentado terrorista contra el centro de poder económico de la comunidad negra de los Estados Unidos de la década del 20, sino que es un episodio que fue totalmente silenciado por la historia hegemónica durante décadas y es importante sacarlo a la luz y darle el lugar que se merece”, señaló Valeria Carbone, historiadora argentina y autora del libro Una historia del movimiento negro estadounidense.

En 1997 se creó una comisión para el estudio de las revueltas de Tulsa y recién en 2001 concluyó que la masacre fue posible por el enorme grado de connivencia entre las autoridades políticas y los linchadores blancos, y que nadie nunca fue condenado por los incidentes. También que los cuerpos fueron sepultados en fosas comunes de las que se desconocía el lugar exacto.

Los sectores que acompañan la lucha antirracista norteamericana definen la masacre como un hecho terrorista que fue totalmente silenciado por el poder político de ese país durante décadas. Las movilizaciones producidas luego del crimen de George Floyd en 2020 y que continúan aun con las restricciones de la pandemia por los hechos de violencia policial que siguen sucediéndose sin pausa contra miembros de la comunidad negra, hicieron que el pasado 30 de mayo, el mismo Joe Biden visitase Tulsa para conmemorar el sangriento episodio, convirtiéndose así en el primer mandatario en actuar de ese modo.

“Esto no fue un disturbio, fue una masacre”, dijo Biden sobre los hechos de 1921. Todavía hoy los familiares directos de las víctimas piden saber dónde están los restos de los masacrados, porque por las normas de segregación imperantes en ese momento no se conoce dónde están los cuerpos.

Los supremacistas blancos se prepararon para una orgía de sangre

 

Realidad de una ficción

Otra serie de 2019, Watchmen, basada en un historia gráfica de Alan Moore rescata el episodio de Tulsa pero lo ambienta en un futuro cercano donde reina el supremacismo. Allí un presidente progresista quiere reparar los daños causados a las víctimas de la masacre pero solo consigue becas para estudiantes negros.

Pronto se ve asediado por blancos que no aceptan que se subvencione a los negros. Es gente que vive en caravanas alrededor de un busto del líder republicano  Richard Nixon, el ex presidente que en sus oratorias solía mencionar a Woodrow Wilson –el genocida que ordenó los bombardeos a la indefensa comunidad negra en 1921– como un buen gobernante.

 

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