Es que la banda que hacía diez años había irrumpido con su lectura británica de los bluseros estadounidenses, había comenzado a incorporar en la segunda mitad de los 60 elementos propios que dotarían a su música de un personal carácter, algo palpable en placas como Let It Bleed (1969) y Sticky Fingers (1971) y, finalmente, consolidado en esta producción.
Aunque entre los 18 cortes que conforman el álbum no hay ninguno de los grandes clásicos del grupo, sí aparecen canciones que hasta el presente forman parte del repertorio en vivo de la banda, como el caso de «Tumbling Dice» y «Happy», y otras gemas celebradas por sus fans, como «Sweet Virginia», «Shine a Light» o «Ventilator Blues», que convierten a este trabajo en uno de los valorados en la discografía de Los Stones.
Sin dudas, el rock crudo, sucio, desordenado y veloz en muchos casos, que se palpa ya en los primeros temas «Rocks Off» y «Rip This Joint», y sobrevuela el resto del disco, es el mejor ejemplo al que se puede aludir en caso que haya que explicarle a alguien de qué se trata la música stone.
Por supuesto que el resultado del disco se alinea con los pormenores que rodearon a la grabación, realizada en su mayoría en una mansión en la que vivía Keith Richards y por la que desfilaban a toda hora músicos, técnicos, asistentes y un séquito de amigos y arribistas que intentaban sacar su tajada ante la presencia de Los Rolling Stones en la paradisíaca Costa Azul.
Pero lo más importante de todo es que Exile on Main Street le permitió al grupo encontrar el camino que apenas tres años antes era totalmente incierto.
El último año de la década del 60, el grupo había sufrido la pérdida de Brian Jones, uno de sus miembros fundadores y el integrante con mayores inquietudes musicales; además de haber estado en el foco judicial y mediático por una famosa redada antidrogas en la que fueron detenidos Mick Jagger y Keith Richards.
Por otro lado, las finanzas del grupo no eran las mejores, por los malos manejos del tristemente célebre mánager Allan Klein y por la presión fiscal que sufrían a raíz del atraso en el pago de impuestos. La solución fue un autoexilio a la Riviera Francesa, en donde la política tributaria era mucho más flexible.
Así, los cinco Stones se repartieron en diversas mansiones que estaban en la región y, en una de ellas, la de Nellcôte, en donde se hospedó Keith Richards se convirtió en la sala de operaciones del grupo.
Pero la casona de 16 habitaciones y un amplio sótano convertido en sala de grabación se movió en esos días al ritmo de su anfitrión, que justamente atravesaba uno de sus picos de adicción a la heroína.
Largas y caóticas sesiones nocturnas por las que desfilaba una multitud de cholulos y dealers dieron vida a uno de los discos más excitantes y definitivos del grupo. La banda contó además con colaboraciones musicales de figuras como los pianistas Nicky Hopkins y Billy Preston, el saxofonista Bobby Keys y Gram Parsons, entre otros.
La grabación se terminó y mezcló en Los Ángeles y el concepto del disco se completó con el collage de fotos en blanco y negro de la portada tomadas por el suizo Robert Frank.
La recepción inicial del disco entre fans y críticos fue despareja pero con el correr de los años, la placa se fue resignificando y tomó un gran valor. A 50 años de su lanzamiento, la celebración del público cuando suena en vivo «Tumbling Dice» o cuando Richards toma la centralidad del escenario para entonar «Happy»; o que Martin Scorsese haya titulado Shine a Light al registro que realizó del grupo en 2008, dan cuenta de ello.