Confieso al lector que soy de los que se niegan a considerar el 25 de mayo como la “partida de nacimiento” de nuestra patria. La Argentina no “nació” aquel día, simplemente porque los pueblos no tienen una fecha de nacimiento, como sí tienen las personas. Nuestra nación hunde sus raíces mucho más allá de 1810, en un proceso que dio como resultado lo que fuimos, somos y seremos. En ese proceso, hoy no sólo recordamos sino que al mismo tiempo rendimos nuestro homenaje sincero a los patriotas que aquel día dieron un paso más en el camino de nuestra definitiva emancipación.
El descontento
La Junta que había prestado juramente el 24 de mayo, por la tarde, y que era presidida por el virrey Cisneros, no fue del agrado del pueblo de la ciudad de Buenos Aires: el virrey mantenía su tratamiento protocolar, sueldo, honores y, sobre todo, el mando de las tropas. Esto último reviste la mayor importancia para entender los hechos. Porque no debemos olvidar que como consecuencia directa de la lucha contra los invasores en 1806 y 1807, prácticamente todo el pueblo de la ciudad de Buenos Aires integraba, directa o indirectamente, alguna de las distintas milicias populares que por entonces existían. En otras palabras, en mayo de 1810, no había familia en Buenos Aires en la que alguno de sus miembros no formara parte de los cuerpos de milicianos, fueran Patricios, Montañeses, Arribeños, Naturales, Artilleros de la Unión, Andaluces, Húsares, Migueletes, etcétera.
La noche del 24
A las 4 de la tarde del 24 prestó juramento la Junta de Gobierno surgida de los sucesos del Cabildo Abierto del día 22, y esa Junta estaba presidida por el virrey Cisneros. Durante toda la tarde de ese día, las personalidades del momento se acercaron hasta el Fuerte de la ciudad de Buenos Aires (donde ahora está la Casa Rosada) a saludar a las nuevas autoridades. Si se prefiere, hoy diríamos que todo el “establishment” de entonces estaba satisfecho con la solución del 24 y suponía que el día siguiente sería uno más. Incluso se ordenó que por la noche se iluminaran especialmente los principales edificios públicos en señal de festejo.
Sin embargo, esa noche cambiaría para siempre la historia argentina. Para sorpresa de muchos, gran cantidad de gente se congregaba en distintos puntos de la ciudad, principalmente en el regimiento de Patricios (ubicado a pocas cuadras del Cabildo) para manifestar su total descontento con la continuidad del virrey y, fundamentalmente, con que se le reconociera el mando de las tropas.
Esa conmoción quedó registrada en los diarios que muchos porteños escribían cotidianamente. Por ejemplo, a través de lo que escribió Gervasio de Posadas sabemos que “una especie de conmoción y gritería proveniente del cuartel de Patricios” no permitió que pudiera dormir esa noche. El propio virrey Cisneros diría después que “…en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos y esto era lo que llamaban pueblo….”.
Ese griterío del 24 de mayo por la noche no era otra cosa que el pueblo, formado por lo que entonces se llamaba despectivamente “orilleros”, es decir, la población de los barrios y quintas más alejados del centro de la ciudad, que formaban, como se dijo, el grueso de la milicia patriota que había defendido la ciudad de los ingleses y que ahora reclamaba airadamente –como diría José María Rosa– “su derecho a ser el nervio y la fuerza de la historia argentina”.
Ante el nuevo giro que habían tomado los acontecimientos, esa misma noche se reunió la junta presidida por Cisneros y en su único acto de gobierno decidió presentar la renuncia de todos sus miembros a la consideración del Cabildo.
El “sol” del 25
El 25 de mayo amaneció con llovizna. A las 8 de la mañana se reunió el Cabildo para analizar los nuevos sucesos. La primera reacción de sus miembros a esa hora, y con la Plaza de la Victoria todavía sin gente, fue rechazar la renuncia de la Junta y ratificar a todos sus miembros, con la idea de que el descontento al que aludía la Junta en su renuncia no involucraba a mucha gente. Conforme pasaron las horas y ante el rumor de que el Cabildo iba a ratificar la autoridad del virrey, numerosa cantidad de personas comienzan a reunirse frente al Cabildo y piden la renuncia de Cisneros.
Según las actas del Cabildo, una “gran multitud de gentes” irrumpió en la sala Capitular donde estaban reunidos los funcionarios. Estaban dispuestos a no ceder en su reclamo y expresaban a gritos que “querían saber de qué se trataba”, frase famosa desde entonces y que significa que en concreto el pueblo demandaba a sus gobernantes transparencia en sus actos.
A media mañana, por pedido del síndico del Cabildo, Julián de Leiva, se hicieron presentes los jefes de las milicias populares en la sala Capitular del Cabildo para informar sobre la situación en la ciudad: prácticamente por unanimidad informan que había gran inquietud en las tropas y que no estaban éstas dispuestas a tolerar la continuidad del virrey al frente del gobierno.
Según las actas del Cabildo, mientras esta reunión se llevaba a cabo, gran cantidad de personas ocupó los corredores y las galerías del edificio, además de los que ya estaban en la plaza, y al grito de “el pueblo quiere saber de qué se trata” intentaron entrar en el recinto.
El petitorio
Con el objetivo de calmar los ánimos, el síndico Leiva pidió a las personas congregadas en torno al Cabildo que pusieran por escrito sus demandas, es decir, que elevaran un petitorio, cosa que los revolucionarios cumplieron al poco tiempo, con un petitorio que contaba con aproximadamente 700 firmas.
Los capitulares del Cabildo comprendieron la gravedad de la situación y el error cometido el día anterior con la continuidad de la cuestionada figura del virrey. Hicieron lugar al reclamo y confeccionaron la lista de las personas que integrarían la Nueva Junta de Gobierno: presidente, Cornelio Saavedra; vocales, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea; secretarios, Juan José Paso y Mariano Moreno.
Entre el repique de campanas y salvas de artillería, los integrantes de la Junta de Mayo se cruzaron al Fuerte para hacerse cargo de sus puestos. Eran las 8 de la noche del 25 de mayo de 1810.