El cantante había nacido en Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe, el 13 de enero de 1940, y su repercusión popular se produjo como una continuidad del fenómeno del Club del Clan, aunque sin vínculo directo con él, especializándose en versiones en castellano, que aún no se llamaban covers, de canciones como «Aline», «Ma vie» y «Venecia sin ti», de los franceses Christophe, Alain Barrière y Charles Aznavour, respectivamente.
«Todavía no puedo creer que sea cierto. Él venía con problemas de salud desde hacía varios meses. Hace como cuatro o cinco días que estaba internado con problemas respiratorios; neumonía. Y bueno, el corazón no le resistió. Para mí era como un hermano», se lamentó Alberto Terreno, su representante y amigo por más de 40 años.
La aparición de sus discos, su presencia en programas de televisión y presentaciones en clubes y lugares bailables fueron, entre otras cosas, responsabilidad de Ben Molar, un nombre esencial en la industria de la música popular argentina y gracias al cual pudo grabar su primer LP, obviamente un vinilo, en 1961, titulado Entre campeonas… un campeón, acompañado por el prestigioso músico Horacio Malvicino.
Corazón, como lo llamaban por entonces, había sufrido los embates de la poliomielitis en su infancia y eso limitaba la forma de sus actuaciones en público, ya que no podía bailar como otros colegas, pero eso para nada le impidió arrastrar a miles de adolescentes, sobre todo chicas, en una suerte de idolatría que sólo Los Beatles gozaban en el otro hemisferio.
Desde 1962 editó numerosos discos como Juan Ramón con la juventud, Jóvenes… jóvenes…, Siempre con la juventud, Juan Ramón solo!!!, Más Corazón que nunca!, Venecia sin ti – Muñeca de cera, Juan Ramón en Benidorm, Juan Ramón en Roma (disco que grabó en italiano), Otra vez Juan Ramón y Los inéditos de Juan Ramón, que se evaporaban de las bateas de las disquerías de entonces.
Ecléctico y sin prejuicios, grabó varios LP con el cuartetero Heraldo Bosio, además de El ídolo eterno, Cómo no creer en Dios, Bachatas… y algo más!, Nacidos para cantar junto con Violeta Rivas, Muchachos impacientes con Marco Antonio Muñiz, Simonette, Emily Cranz y Raúl Lavié, y Resistiré y Con maracas y guitarras junto otro gran ídolo de la canción, Leonardo Favio.
Por distintas razones, entre ellas una oscura leyenda que los envidiosos lanzaron sobre su figura, continuó su carrera en Panamá hacia 1970, con estadías en Colombia y Perú entre 1977 y 1983, donde conoció a su actual esposa, y en varias visitas a Buenos Aires se cansó de llenar el antiguo teatro Astros, sobre la avenida Corrientes.
Contratado en 1983 por Mario Kaminsky, productor de Microfón Argentina, editó una decena de placas entre ese año y 1988, volvió a vender discos en cantidades inusuales y sus presentaciones en televisión no dejaron indiferentes a sus fans, que ya pertenecían a más de una generación.
El artista incursionó sin problemas en la música tropical, en variantes del pop y el cuarteto, y se dice que llegó a grabar más de 1.300 canciones, muchas de ellas desconocidas en la Argentina, que le valieron premios y reconocimientos de todo tipo, entre ellos sus presentaciones anuales en Nueva York, donde la colonia latina lo esperaba para el Día de San Valentín.
Los cines de la porteña calle Lavalle fueron testigos de las aglomeraciones que se producían ante cada estreno en que aparecía como la gran atracción, en títulos como El Desastrólogo (1964, con Pepe Biondi), Nacidos para cantar (1965, con Violeta Rivas, Chico Novarro y el mexicano Enrique Guzmán), Viaje de una noche de verano y Muchachos impacientes (1965), El galleguito de la cara sucia (1966, su gran éxito, con Nora Cárpena, Los Iracundos y Fabio Zerpa), El Bulín (1969, con Norman Briski), El Sátiro (1970, con Mimí Pons) y En busca del brillante perdido (1986, con Olga Zubarry y Ricardo Bauleo).
Juan Ramón fue, sobre todo, un personaje distinto dentro de la canción y el espectáculo argentino; no fue ni galán prepotente ni un dechado de sensualidad al estilo de Sandro, pero los jóvenes copiaban su forma de peinarse, con el flequillo abundante pegado a la frente y su actitud afable, que lo hacía apto para toda la familia. Los años no pasaron en vano para él, los chicos y las chicas, que ya eran otros, buscaron otros rumbos musicales, pero Juan “Corazón” Ramón permaneció en ciertos sectores humildes, para los que aún en vida ya era una leyenda.