Considerado una de las voces contemporáneas más brillantes de España, Juan Marsé que falleció el último sábado a los 87 años en Barcelona, deja una obra singular en clave generacional con el compromiso social por un realismo literario, el testimonio narrativo, el recurso del humor y la apuesta por mantener encendida la memoria con una buena historia.
Cultivador de lo que se conoce como literatura social, los libros de Marsé (una constelación de novelas, cuentos, guiones, críticas de cine y crónicas) exploraban en clave realista lo que ocurría a su alrededor, como sus textos sobre la posguerra. Él mismo pronunció en discurso cuando recibió el Premio Cervantes: «Un escritor no es nada sin imaginación, pero tampoco sin memoria, sea ésta personal o colectiva. No hay literatura sin memoria».
Nacido el 8 de enero del año 1933 con el nombre de Juan Faneca, Marsé fue adoptado por una familia de campesinos cuando su madre murió al poco tiempo de nacer por consecuencia del parto (de ella, más tarde, tomó su apellido). A los 13 años abandonó los estudios para trabajar en una joyería y muy joven incursionó en el mundo literario, pero la dedicación exclusiva a la literatura tardaría aún.
En 1960 se trasladó a París para trabajar como profesor de español, traductor de películas, guionista y como ayudante de un laboratorio. En 1965 gracias a Últimas tardes con Teresa, que un año después se llevó el Premio Biblioteca Breve, Marsé abandonó el oficio de joyero para empezar a colaborar con editoriales, traducciones y guiones de cine.
A partir de ahí comenzó a dar forma y a delinear la impronta de su obra, realista, de posguerra, con compromiso de época y de clase por su voluntad de traer la voz de los sectores más postergados y no exenta de ironía y humor: en 1970 salió La oscura historia de la prima Montse (1970), mientras que en 1973 se publicó en México Si te dicen que caí y recién pudo editarse en España en 1976 por la censura franquista.
En 1978 se publicó La muchacha de las bragas de oro (1978), que le valió el Premio Planeta, un galardón del que Marsé era miembro habitual pero dejó en 2005, tras denunciar abiertamente la baja calidad de los originales enviados y no atender sugerencias sobre cambios en el proceso de selección.
El narrador escribía en español e ironizaba por la sorpresa que suponía para algunos esa decisión, a lo que respondía: «Soy una anomalía». Si bien no tuvo afiliación a ningún partido político, en el último tiempo había manifestado que no veía «mucho recorrido al proceso independentista» de Cataluña, según informó la agencia de noticias EFE.
Pero fue Barcelona la ciudad donde murió, el escenario más elegido para trazar la vida social de guerra y posguerra, en libros como Últimas tardes con Teresa, Un día volveré, Ronda del Guinardó o Rabos de lagartija. Porque en Marsé aflora siempre la Barcelona oscura y gris de la dictadura que obligó a los de su generación a refugiarse en el cine.
Y justamente fue el cine otra de sus pasiones: en su rol como espectador, sobre todo en su juventud, y luego como el autor de las obras adaptadas (La muchacha de las bragas de oro, El amante bilingüe o El embrujo de Shanghai), aunque los resultados no fueran como imaginaba.
«Todas las películas han sido muy fieles al texto literario, demasiado fieles. Creo que hay que darle la vuelta como un calcetín. Para decir lo mismo que el libro, hay otras formas. La narrativa cinematográfica no tiene nada que ver con la literaria», supo decir.