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A propósito de San Martín, ¿todavía sirven los arquetipos?

Por Carlos Bukovac.- Cómo lograr que los jóvenes, en tiempos de frivolidad, se identifiquen con verdaderos héroes como el Padre de la Patria.

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El 17 de agosto se cumplió un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad del general José de San Martín. Observando el número en rojo del calendario es una buena oportunidad para escribir. Ahora bien, ¿qué escribir sobre San Martín que no se haya escrito ya? Pareciera una tarea difícil. De todos modos, si consideramos que se trata del proclamado Padre de la Patria, seguramente habrá alguna idea sobre la cual reflexionar. Y precisamente sobre esa idea de “héroe máximo” de los argentinos es que podríamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿en qué medida sirven todavía los héroes o arquetipos en nuestra sociedad?

Quienes tenemos el honor de ejercer la noble y difícil tarea de la docencia solemos percibir que los jóvenes carecen de modelos o referentes. Ya sea en un diálogo informal o bien como parte del diagnóstico de principios de año, lo cierto es que en sus respuestas suelen repetir: “No tengo ningún referente”, “no hay nadie con quien me identifique” o alguna frase similar. Y si bien es cierto que en el proceso de formación de la personalidad es necesario asumir valores e ideas propias, para llegar a esa instancia siempre se ha considerado positiva la referencia en figuras para admirar sus virtudes. Parece que eso brilla por su ausencia hoy en día…

Si repasamos los libros y artículos que se publican sobre San Martín queda la sensación de que la historia y sus próceres han cambiado. Constantemente hay referencias, por parte de historiadores y periodistas, al prócer “humanizado” y al héroe “bajado del bronce”. Aparecen episodios de faltas disciplinarias, versiones de infidelidades, e incluso una supuesta bastardía. Todas ellas nunca demostradas pero siempre lanzadas a circular con insistencia por los medios de comunicación, lo que provoca, entre quienes las leen o escuchan,  un manto de duda primero y una aceptación posterior.

¿Y cuál será la razón de esta tendencia? Quizás podamos encontrarla en la historiografía encabezada por Ricardo Rojas, autor del clásico El Santo de la espada. Demasiado “caballo blanco” puede haber tenido un efecto negativo. Es necesario reconocerlo: esa corriente derivó en un San Martín acartonado y casi pueril, más propio de la revista Billiken que de un análisis histórico serio. En respuesta a ello, dicen los historiadores actuales, hay que acercar a los próceres a la gente y lograr que no se los vea como de otro planeta. Que se note que también eran de carne y hueso…

Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos: ¿será ese el modo correcto de acercar el prócer a los jóvenes? ¿Será necesario comparar al héroe con algún personaje de telenovela actual para percibirlo en su real magnitud? Quizás no sea ese el camino correcto para conocer, para apreciar, para aprehender, para amar al Padre de la Patria.

Muchas veces se ha oído decir “cada cual debe aceptarse como es”. Permítase un llamado de atención sobre esa expresión. Los arquetipos y modelos, y tal cosa son los próceres como San Martín, se proponen a nuestra consideración precisamente para que no nos aceptemos como somos, sino que nos decidamos a trascendernos. ¿Y qué es un arquetipo? Su origen viene del griego: typos, primitivamente, significaba “marca dejada como consecuencia de un golpe”. Arjé, agrega el sentido de principalidad, originalidad. Por tanto, el arquetipo es una suerte de modelo original que golpea al hombre y lo atrae por su ejemplaridad, un primer molde o idea concretada en una persona, que tiende a marcar al individuo, instándole a su imitación.

Muchos son los filósofos que han afirmado que hay una necesidad ontológica en el hombre de superarse, de ser distinto y mejor de lo que es, un anhelo de quebrar el círculo estrecho de las apetencias menores y hacernos capaces de poner nuestra vida al servicio de Dios y de los demás.

Ahora bien, ¿de qué modo podríamos lograr que los jóvenes de nuestra patria produjeran en su interior esa elevación si les transmitimos que los próceres eran personas ordinarias, comunes y corrientes, e incluso llenas de vicios? Quizás sea difícil que la elevación se produzca por ese camino. Les costará mucho elevarse si el héroe que les muestran es el de los rumores y los chismes baratos. No se enamorarán de ese héroe falso, ese héroe insulso, ese héroe light. A lo sumo tendrán un enamoramiento pasajero, efímero. Al contrario, la elevación debería darse de la mano de hombres que no sean trivializados por la cotidianeidad, sino hombres superiores, héroes.

Pues bien, vaya si fue un héroe el general San Martín. En él sí que podrían fijarse los jóvenes para producir dicha superación. Es mucho más probable que se enamoren verdaderamente si les mostramos que existió un hombre que supo sacrificarse como nadie por su patria: “Tiempo a que no me pertenezco a mí mismo, sino a la causa del continente americano. Mi vida es lo menos reservado que poseo, la he consagrado a vuestra seguridad, la perderé con placer por tan digno objetivo”.

Si les mostramos que hubo un hombre que no conoció ambiciones personales y que siempre antepuso la independencia americana a cualquier espíritu de partido: “El general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas. Divididos seremos esclavos; unidos los batiremos”.

Si les mostramos que hubo un hombre que supo comprender la importancia fundamental de la educación e hizo todo por acercarla al pueblo: “La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia.”

Si les mostramos que hubo un hombre que podía exigirle grandes sacrificios a su pueblo gracias a su ejemplo de enorme austeridad: “Los soldados de la patria no conocen el lujo sino la gloria”.

Seguramente se escuchará decir “¡qué difícil que es!”. Por supuesto que es difícil. Como escribió Machado alguna vez: “Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también…”. En una época tan llena de corrupción y frivolidad, en una época de tantos falsos arquetipos, es fácil contagiarse y apuntar bajo, no vuelo de águila, sino vuelo de gallina…

Sin embargo, si no vivimos de ideales, no viviremos las realidades. El ideal es la forma sublime de la realidad. Pocas veces se alcanza el ideal, pero si por esta experiencia lanzamos los ideales por la borda, nos hundiremos más debajo de las realidades. Impregnémonos de deseos elevados entonces y, sobre el telón de fondo, contemplemos la imagen del general San Martín, el arquetipo más excelso que ha dado nuestra tierra argentina.

Quizás por ese camino sea más fácil lograr que los jóvenes aprecien e imiten la figura del Gran Capitán.

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