Search

A propósito de un chiste de monseñor Casaretto

Por: Carlos Duclos

El primer compromiso de un líder, el más sólido, el que debe perdurar sobre todo otro interés y resistir cualquier embate, es el de salvar al ser humano conducido. Bien se sabe que muchos guías políticos, gremiales y de organizaciones sociales no religiosas, en muchas ocasiones (no siempre) traicionan esta responsabilidad fundamental, aun a sabiendas del mal que provocan en la persona y en la sociedad. Desde un punto de vista religioso, y puntualmente cristiano, pecan gravemente porque como bien dijo el apóstol, “aquél que pudiendo hacer lo bueno no lo hace, comete pecado”. Este pecado que el ser humano argentino advierte cada día, adquiere en estos personajes ribetes de perversidad. Perversidad cuya raíz subyace en todas las corrientes políticas, en todas las ideologías, sean estas de derecha, centro o izquierda. Las palabras, arengas, discursos y las acciones descomedidas y desembozadas de ciertos dirigentes son un paradigma cotidiano.

Pero este primer compromiso en ciertas ocasiones (a veces con más frecuencia de lo que se cree o advierte) es desconsiderado por ciertas corrientes religiosas que, por error, por obnubilación de la mente, por un estancamiento de la idea, por un aferrarse inflexiblemente a ciertas pautas y hasta por dolo en ciertos casos, permiten, con sus moldes, que muchos seres humanos de hoy se ahoguen hasta morir espiritual y mentalmente.

Hay, en mi opinión, un discurso equivocado de muchos sacerdotes, de muchos laicos de la institución católica. Hay un mensaje que no salva a nadie y espanta a muchos y flaco favor le hace esto a la Iglesia (conste que la Iglesia no son los curas, ni las monjas, ni siquiera los laicos practicantes, porque Iglesia es un concepto que, sobre todo, comprende a Dios).

Nada mejor para ilustrar la idea que desarrollo hoy que reproducir un chiste que contó durante una visita a Rosario este gran cura que es monseñor Jorge Casaretto. En aquella ocasión, y ante un grupo de personas, Casaretto dijo que llegaron a la instancia del juicio celestial un colectivero y un cura de un pueblo que, justamente, habían muerto el mismo día. El cura se regocijaba imaginando, mientras esperaba el juicio, las dulzuras celestiales que les estaban reservadas y miraba al colectivero con cierto desdén a quien atribuía como destino el infierno, porque lo único que había hecho cada día de su vida no era sino violar las normas de tránsito.

Lo cierto es que le tocó el turno al colectivero de comparecer ante el sublime tribunal y, sin más trámite, se le dijo al santo que tiene las llaves del cielo que abriera la puerta y lo dejara pasar. El colectivero se sorprendió, pero sin pronunciar palabra y sin pérdida de tiempo se metió en el cielo. El cura no salía de su asombro que se trocó en desconcierto cuando el santo le dijo: “Tú, según el gran tribunal, vas al purgatorio”. Allí no pudo contenerse e indignado expresó airadamente: “¡Pero cómo puede ser esto, yo dí misas todos los días, impartí la confesión, la comunión y demás, y resulta que este tipo que pasó semáforos en rojo, que conducía a alta velocidad, que atravesaba las esquinas sin mirar se va al cielo! ¡¿Qué es esto?!”. Como respuesta recibió la siguiente: “Pero este hermano  aportó al cielo más fieles que tú, porque al menos hizo que el pasaje de cada día, de cada momento, se la pasara haciendo cruces y rezando para llegar a destino, en cambio con tus sermones los fieles se dormían y muchos no volvieron a pisar un templo”.

Y mucho de esto sucede en la institución católica de estos días: el mensaje con frecuencia no germina en el corazón del hombre porque la semilla (palabra) es equivocada, pesada, aburrida y no satisface la necesidad psíquica y espiritual del ser humano agobiado hoy  por tantos problemas.

Hace pocos días, en una reunión especial del Congreso para la Prensa Católica, el Papa dijo en Roma que “los cristianos no pueden ignorar la crisis de fe que ha llegado a la sociedad, o simplemente, confiar en que el patrimonio de los valores transmitido a lo largo de siglos pasados pueda seguir inspirando y plasmando el futuro de la familia humana”. Y añadió: “Parece evidente que el desafío comunicativo es, para la Iglesia y para cuantos comparten su misión, muy comprometido. Los cristianos no pueden ignorar la crisis de fe que ha llegado a la sociedad”.

En efecto, el desafío es muy comprometido y bien podría decirse que si el catolicismo no mejora el contenido de su discurso en la trinchera (esto es en cada parroquia e institución religiosa) el fracaso está asegurado y no sólo habrá crisis de fe, sino que se profundizará la crisis moral.

Y algo muy importante ha sostenido en esa ocasión Benedicto XVI: “La búsqueda de la verdad debe ser perseguida por los periodistas católicos con mente y corazón apasionados, pero también con la profesionalidad de operadores competentes y dotados de medios adecuados y eficaces”.

Bien podría decirse que no es sólo responsabilidad de los periodistas católicos, porque poco podrán hacer estos (aun cuando sean excelentes operadores) si no cuentan con el respaldo de un mensaje eclesial aggiornado y el soporte de los laicos pudientes. Para ser bien claros en este último aspecto, respecto de los laicos católicos pudientes y la comunicación social: no hay que rasgarse las vestiduras protestando por los ataques de los medios de comunicación contra la institución católica, como suele suceder, hay que salir a comprar espacios si no se ofrecen en el marco del derecho a la expresión y la igualdad de oportunidades. Hay que apoyar a los periodistas independientes que se atreven, con valor, a fundar pequeños emprendimientos. El poder económico de algunos laicos católicos debe estar al servicio del hombre, en este caso de la palabra que puede ayudar al hombre. Este es un principio fundamental de la Iglesia que algunos han olvidado. Creen que con la confesión y la comunión el cielo está asegurado, que colaborando con la construcción de un templo la salvación está garantizada. ¿Para qué se quieren templos si en los púlpitos se expresan palabras que los vacían? Jesús, en este aspecto, dio una enseñanza muy clara: el maravilloso Sermón del Monte no lo dio en el templo. Y de esto sigue que primero la palabra, y después lo demás. Cierta gente laica poderosa, que a veces se sirve de la Iglesia y no la sirve, ha olvidado, o no le interesa discernir, sobre algo fundamental para Dios: la difusión de la palabra para mitigar tanto dolor, tanta soledad, tanto vacío existencial.

Una palabra que tenga contenido, que transmita esperanza, que mitigue la carga y que salve al hombre. Un hombre que es carne y espíritu, que tiene derecho a tener paz interior en este aquí y ahora y formar parte de la Luz en el después.

No es necesario renunciar a la verdad, no es necesario mudar las escrituras, tergiversarlas, sino darlas a conocer como corresponde. En esto la institución católica (nótese que a veces se emplea la palabra Iglesia y otras no, por las razones antes señaladas), en esto, decía, la institución católica falla por obra y gracia de algunos (no todos) de sus miembros.

Es hora, dadas las circunstancias de la humanidad, que ciertos religiosos y laicos dejen de repetir, como pericos, el latiguillo de forma: “Cristo Salva”, y ayuden mejor a Cristo en la tarea de la  salvación del hombre en su carne, en su psiquis y en su espíritu, mediante el uso de la palabra justa, del discurso agradable al ser humano y a Dios. Sin dejar de recordar, desde luego, para aquellos que busquen justificaciones al error, que si bien es cierto que la fe se demuestra por las obras, en el aspecto religioso y místico, el mensaje es en sí mismo la gran obra.

Bonus New Member
linitoto
dongjitu
slot depo 10k
slot depo 10k
10