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A un año de la invasión a Ucrania, la cultura redobla su peso como botín de guerra

Los pedidos de cancelación, las denuncias de saqueos culturales y la necesidad de tomar partido por uno de los bandos siguen siendo el centro del debate en el mundo intelectual, mientras pocos artistas y escritores se alzan para denunciar el dolor que provoca un enfrentamiento de estas dimensiones
Carlos Daniel Aletto

A un año de la invasión de Rusia a Ucrania, los pedidos de cancelación, las denuncias de saqueos culturales y la necesidad de tomar partido por uno de los bandos siguen siendo el centro del debate en el mundo intelectual, mientras pocas voces de artistas y escritores, en medio de la propaganda y la desinformación de toda guerra, se alzan para denunciar el dolor que un enfrentamiento de estas dimensiones provoca a la vida de millones de personas.

Con la amenaza vigente de que China se sume a Rusia y desencadene un guerra global, según especulaciones recientes del presidente ucraniano Volodimir Zelenski, a un año del comienzo de la invasión rusa queda claro que la guerra no se libra solo con tanques y granadas: el centro de la batalla se encuentra en la propaganda, la información falsa y una campaña que intenta la aniquilación cultural del otro.

El aspecto cultural es fundamental en toda guerra. Para los rusos y los ucranianos, de un lado y del otro de la frontera, e incluso en las zonas de geografías difusas que se disputan ambos bandos, aferrarse a su identidad, historia y cultura nacionales es el núcleo duro de la resistencia.

Un año después de comenzadas las primeras maniobras militares, a contramano del momento histórico de arrepentimiento de los países europeos colonialistas que han empezado a devolver (o a negociar) con sus países de origen las piezas culturales que han saqueado o expoliado en sus invasiones, el gobierno de Zelenski y sus aliados denuncian que Rusia está saqueando monumentos y pinturas pertenecientes a Ucrania.

No solo son las acciones en el terreno de batalla las disputas en juego. En el momento en que la guerra toca cuestiones de etnicidad, identidad nacional, idioma e historia, la cultura no solo está atrapada en el fuego cruzado. Ella misma es un campo de batalla. El presidente ruso, Vladimir Putin, no ha centrado su campaña contra Ucrania únicamente en conquistar territorio o suprimir la resistencia. También quiere subyugar a Ucrania cultural, lingüística y territorialmente a Rusia y negarle su existencia como nación soberana e independiente, según las denuncias expuestas por ucranianos y funcionarios europeos.

Las actividades de neutralidad no son bien vistas en Europa. Hay una exigencia gubernamental a tomar partido. Los intelectuales son obligados a manifestarse públicamente a favor o en contra. Por este motivo Zelenski sancionó, en el último mes, a otras 198 personalidades de la cultura, con lo que son ya 317 los nombres incluidos en las listas de sanciones de Kiev. En el documento 23/2023 el presidente ucraniano valida una decisión del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa que impone «medidas especiales personales restrictivas económicas y de otra índole» durante diez años a ciudadanos en su gran mayoría rusos.

Entre estas figuras de la cultura, se encuentra el director de cine Andrei Konchalovski, responsable de películas como «Tango y Cash», «Siberiada» o «El tren del infierno». Además, en la larga lista de sancionados se encuentra «Goblin», pseudónimo del bloguero ruso Dimitri Puchkov; el productor de la televisión rusa Zvezda, Boris Yanovski; la presentadora de televisión Yana Rudkovska y el actor Boris Korchevnikov, el crítico musical y periodista Sergei Sosedov; el sociólogo Yevhen Kopatko y el publicista Vladimir Kornilov.

En momento de guerra, los países involucrados anulan toda posibilidad de lograr un espacio de autocrítica y reflexión
Los bombardeos rusos también incluyen ataques a estatuas, monumentos, archivos, teatros, bibliotecas y escuelas que representan la identidad histórica y contemporánea de Ucrania. Si bien el patrimonio cultural de Ucrania se ha visto sometido a la amenaza de las hostilidades desde 2014, especialmente tras la anexión de la península de Crimea a Rusia, la destrucción registrada durante este año de guerra refleja el peligro que corre el patrimonio cultural en Ucrania. Sobre este tema se ha pronunciado Krista Pikkat, la directora de Cultura y Emergencias de la Unesco, que ha alertado de que ya son más de 230 los lugares culturales dañados desde que comenzó la guerra a pesar de los intentos por enviar ayuda para «proteger las fachadas y prevenir incendios» en este tipo de instalaciones.Las organizaciones internacionales han denunciado en muchas oportunidades a lo largo de este año los saqueos realizados por las fuerzas rusas en museos, catedrales y otros lugares culturales de Ucrania. En esa línea, la directora adjunta para crisis y conflictos de Human Rights Watch (HRW), Belkis Wille, denunció que miles de objetos de valor fueron sustraídos de espacios culturales por miembros del ejército invasor antes de retirarse de la ciudad de Jersón.

Al menos cuatro instituciones, el Museo de Arte Regional, el Museo Regional, la Capital de Santa Catalina y los Archivos Nacionales de la ciudad, han sido saqueadas por completo en el sur de Ucrania. Estos actos pueden ser considerados «crímenes de guerra», asegura Wille. Durante los últimos días de ocupación en Jersón, las fuerzas rusas se llevaron pinturas, objetos de oro, plata, íconos religiosos y documentos históricos a territorios bajo su control, según la funcionaria de la ONG, un saqueo que considera «sistemático y organizado» con la intención de «robar a los ucranianos su patrimonio nacional».

Ya en abril del año pasado, la Alcaldía de Mariúpol (Ucrania) había informado que las fuerzas rusas sustrajeron pinturas, reliquias religiosas y otros objetos de tres museos de la ciudad, donde el principal teatro de la localidad fue atacado, donde más de 2.000 objetos fueron cargados en camiones del Ejército ruso.

Posteriormente, el Museo de Historia Local de Melitópol, en Zaporiyia, sufrió ataques similares, una situación que también se dio en el Museo de Historia de Nueva Kajovka, al este de Jersón y cerca de Crimea. Todas estas acciones, destaca Wille, están prohibidas en el marco del Derecho Internacional, que se refiere a estos actos como «expolio».

El diálogo y la paz fomentan los momentos más interesantes de la cultura del hombre. En momento de guerra, los países involucrados anulan toda posibilidad de lograr un espacio de autocrítica y reflexión, como seres culturales. La violencia atávica domina el territorio del pensamiento. Nadie puede correrse del lugar, quienes lo hagan son considerados terroristas.

No hay espacios para el pensamiento pacifista. La reciente reunión en Kiev de Joe Biden y Zelenski, con la promesa del presidente estadounidense de brindar más apoyo militar a Ucrania, no permite vislumbrar un posible e inmediato fin del conflicto.
Mientras tanto, parecen ser los daños culturales lo menos importante, cuando centenares de niños y jóvenes son reclutados compulsivamente y mandados al frente de combate. Millones de civiles desplazados y cifras todavía desconocida de muertos. En medio del fanatismo ellos no tienen voz. Son los silenciados.
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