Un año después de su nacimiento, los chalecos amarillos franceses quisieron demostrar este sábado que están vivos y que las razones de su lucha se mantienen. Las manifestaciones terminaron en disturbios en París y en otras ciudades, como Nantes, Montpellier y Lyon, pero sin el nivel de violencia y destrozos que se alcanzó en el periodo álgido de la crisis.
Los enfrentamientos más prolongados y graves se produjeron en la plaza de Italia, en París, donde fue atacado un banco y unos almacenes. La policía efectuó más de un centenar de detenciones.
El temor del gobierno es que el malestar acumulado estalle de nuevo y sea más amplio. En las últimas semanas expresaron su descontento sectores muy diversos, desde los policías a los bomberos, de los maestros al personal sanitario.
El próximo 5 de diciembre está convocada una huelga de transporte público que puede servir de catalizador del frente reivindicativo.
La revuelta de los chalecos amarillos supuso una crisis muy seria de orden público y de autoridad del Estado. Lo que empezó como una protesta contra el aumento de los combustibles se extendió a demandas de más justicia social y mejora del poder adquisitivo.