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A veinte años de la muerte de John Lee Hooker, el prolífico emblema del blues

En 2001, a los 83 años, moría el compositor, cantante y guitarrista negro norteamericano, quien sería un “influencer musical” para músicos y bandas como Rolling Stones, Eric Clapton, Bonnie Raitt, Santana, entre otros muchos, a partir de un hechizante swing con el que inventó un sonido propio

Mediaba junio de 2001 cuando el ya veterano cantante y guitarrista norteamericano John Lee Hooker pactó la que sería su última actuación en un club de blues de Santa Rosa, en San Francisco.

Ya sus actuaciones se habían hecho más esporádicas, pero los dedos mágicos de John Lee y su voz perfilada en ese tono blusero casi perfecto, seguían buscando escenarios pequeños donde estar más cerca de la gente, a diferencia de otros tiempos donde actuaba en festivales o ante una multitud. “Como me estoy volviendo más viejo, quiero ver las caras de quienes me escuchan, y hasta los movimientos que hacen, porque quiere decir que mi música les sigue llegando”, había dicho poco antes.

Como buena parte de los músicos de su generación, Hooker nació en plena segregación, en 1917, en Mississipi, como un nuevo miembro de una familia que tenía más hijos que comida sobre la mesa. Tempranamente, John Lee comenzó a puntear su guitarra; se trataba de incipientes rudimentos aprendidos con su padrastro, que como otros grandes aficionados tocaban muy bien pero ni siquiera pensaban en eso como un posible sustento de vida.

Literalmente con guitarra al hombro John Lee tomó un tren con rumbo norte porque había algo en esas cuerdas que lo seducían como ninguna otra cosa, tal vez porque no tuviera mucho para elegir durante su precaria infancia.

Primero recaló en Memphis donde tocaba en algunos bares para negros; luego estuvo en Cincinnati, pero allí la policía no era nada amable con los de su color y si bien pudo hacerse de unos pesos, no soportaba estar alerta todo el tiempo por si caía la “poli”.

Finalmente, en 1943, llegó a Detroit, alentado por otros músicos que cruzó en su peregrinaje porque allí había una enorme cantidad de lugares para tocar y además “pagaban bien”, y  su voz grave y su “pathos” blusero despertaron la curiosidad de productores que andaban a la caza de “negros del sur porque eran los mejores en lo suyo”, como contó el mismo Hooker en una entrevista en los años 70.

Al principio no fue fácil en Detroit y terminó trabajando de portero en la gigantesca Chrysler, la fábrica de automóviles que abastecía al mundo. Pero él tocaba casi todas las noches y cada vez tenía más público y ya seducía con su cuerpo enorme, sus lentes oscuros y su forma de acariciar la viola.

Todos querían tocar los temas de John Lee

En 1948, una discográfica de Los Ángeles le ofreció grabar un disco, que no sería otro que Boogie Chillen, un primer registro que terminaría vendiendo un millón de copias. “El sonido era muy básico, pero la gente se entusiasmaba con ese sonido y los discos se vendían uno tras otro y yo no me lo podía creer. Mucho después me daría cuenta de que ese disco era la entrada al rock & roll”, confesó Hooker cuando le preguntaron por sus comienzos.

Al mismo tiempo, la crítica especializada lo consideró un punto de inflexión en el blues, al menos en lo que se escuchaba hasta entonces, y rescataba el estilo sureño y rural del blues que en poco tiempo se convertiría en sonido electrificado, abriendo la brecha de uno de los géneros que revolucionó al mundo.

A mediados de los años cincuenta, Hooker grabó un par de discos en Chicago –capital del blues eléctrico en ese momento– donde desplegaba su aceitado estilo para abordar el blues acústico y el boogie eléctrico, algo que poco después lo caracterizaría como un padrino para los cantantes folk de los sesenta –post Woody Guthrie–; hay una escena emblemática en un corto documental sobre Bob Dylan donde puede vérselo al autor de Like a Rolling Stone como telonero de John Lee en un concierto de 1960 en New York. En esa época acuñó una frase de largo recorrido entre sus compañeros de ruta: «El blues no te deprime; cuando estás triste porque las cosas no van bien, te levanta. Es un estimulante, no un depresor».

Apenas un tiempo después, Hooker se convierte en otro dios para los quienes se perfilaban como reyes del rithm & blues: los Rolling Stones, quienes habían bebido directamente de los acordes del maestro sureño de los doce compases.

Algunos de los temas de John Lee figuran entre los que más versiones tienen – para Eric Clapton, los mismos Rolling Stones, Van Morrison, Bonnie Raitt, Carlos Santana fueron parte insustituible de sus repertorios en vivo–, entre ellos el irresistible “Dimples”, compuesto en 1955, y luego “Boom Boom”, este último una suerte de himno blusero usado incluso para un anuncio televisivo.

“Nunca supe qué era lo que pasaba con algunos de mis temas pero había momentos en que todos me decían que querían tocarlos, y estoy hablando de grandes músicos. Sí puedo decir que la parte más importante de mí estaba en esas melodías”, dijo una vez.

Vuelta al ruedo

La carrera de John Lee tuvo un marcado declive en los años setenta, tal vez paralelamente a la del blues, un poco bajo la sombra del rock y del pop, que en ese momento pedían pista con muy buena suerte. Pero ya en los 80, la cosa tuvo un inesperado repunte y el blues, al menos en Estados Unidos,  volvió a poblar escenarios y salas de grabación con toda su fuerza.

John Lee Hooker volvió a ser centro de atención y se armaron giras con músicos como Santana y Bonnie Raitt. El mismo Santana, en un recital en Los Ángeles, donde compartirían escenario con John Lee, lo presentó de esta manera: “Hay muchas vidas en la voz de John Lee. Puedes oír la antigua China, las pirámides, las plantaciones de algodón. Él dice que el blues empezó cuando Dios expulsó a Adán y Eva del Paraíso. Bueno, pues ahí es hasta donde él llega”.

En esos mismos años ochenta hizo una presentación con su banda de entonces en uno de los films que harían historia ya desde su título: The Blue Brothers (1980), de John Landis, la sagaz comedia con el malogrado John Belushi y Dan Aykroyd, quienes componían a Jake y Elwood, dos músicos que vuelven a tocar con su antigua banda para pagar una deuda del orfanato donde crecieron. Allí John Lee tocó su aclamado «Boom Boom» entre una multitud de gente negra mientras los despistados protagonistas lo miraban por detrás.

“Hicimos todo lo posible con los productores para John Lee actuará, él era un tótem para nosotros, pero no aceptaron, así que exigimos que apareciese en alguna escena porque de otro modo nos bajábamos del proyecto”, contó Belushi en un número de la revista Rolling Stones poco antes de morir.

También en esa década, Hooker sacó el extraordinario The Healer, un álbum cuyas canciones estuvieron al tope de las listas radiales de blues y rythm and blues durante un par de años.

Y apenas un tiempo después, una reedición a dúo con Bonnie Raitt de I’m in the Mood le permitió obtener un Grammy. “Nunca creí mucho en los premios que te da la industria o los críticos, los verdaderos premios te los da la gente”, había declarado Hooker a la hora de recibirlo.

Y sobre ese disco, Bonnie Raitt apuntó: “Es una de la canciones más eróticas que escuché en mi vida. Cuando la hicimos para el disco no la ensayamos. Simplemente bajamos la luz, nos miramos y la sacamos de primera. Fue como si me hubiera pasado un tren por encima”.

Después habría otras colaboraciones. Van Morrison, Keith Richard o Albert Collins fueron algunos de los que lo llamaron maestro.

Durante sus últimos veinte años cobró fortunas por sus derechos e hizo muchas giras ya ocupando un lugar destacado, pero, como se mencionó, sus espacios predilectos pasaron a ser los más acotados, donde a la luz de unas lámparas y ante unas cincuenta personas, John Lee volvía a pelar sus inmaculados blues y hasta daba rienda suelta a la demanda de los espectadores cuando escuchaba: “Maestro tóquese «Trouble blues»”, “Genio, haga “I’m Standing in Line”. Generalmente nunca pedían los mismos, una muestra de que sus canciones habían tocado el corazón de la gente, ya que había grabado alrededor de 500 temas.

Por estos días, de hace veinte años, se apagaba la estrella de uno de los mayores bluesman de la historia.

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