Abel Pintos volvió este jueves a Rosario como había prometido en su última visita también en el Salón Metropolitano hace tres años. Hacía mucho tiempo (para una carrera tan vertiginosa como la suya) que no visitaba la ciudad. Y lo hizo con un cuento-musical en el que repasó su ya clásico repertorio y aprovechó para estrenar las canciones de su más reciente disco titulado 11, un número que, según dijo, lo sigue desde siempre como una suerte de guía cósmica.
Lo espiritual no es una apelación oportunista del músico. Se sabe (y se nota) que el bahiense tiene un ángel especial. Sus shows, por más multitudinarios que sean (y cada vez rompe un nuevo récord), conectan con una fibra que los hace íntimos, y que se viven casi como una ceremonia religiosa. Baste de ejemplo que al pedir a Dios por todos los presentes, las manos de sus fans se levantaron como para recibir su “bendición”, conectar a la distancia.
Pintos sabe sostener el ritmo como pocos, sabe qué quieren sus fanáticos, cómo llegarles y no los hace desear: se entrega para emocionarlos. Pero no es –no caben dudas– una estrategia performática, todo lo contrario: es volver a las raíces de un sentir subjetivo que se conecta y hace carne en el compartir con el otro, si uno está permeado a dejarse atravesar por los mensajes en forma de canciones.
En estos años que lleva de carrera, el músico creció y diversificó su forma de expresión hacia una sonoridad más centrada en la canción pop y romántica (por la que se lo criticó, para variar). Pero como dijo en una entrevista con El Ciudadano realizada hace unos años, “la música es un canal de comunicación y yo desarrollo mi vida a través de ella”. Los géneros son formas de expresar un sentir personal. Y con ese pulso, hace uso del lenguaje musical sin prejuicios de ninguna índole.
“Este concierto se trata de compartir”, dijo, por si hacía falta, como queriendo ponerle palabras a lo que ya era obvio desde el comienzo del show. “Lo digo porque quiero que sepan lo que me pasa a mí por dentro”, continuó cuando el concierto promediaba su primera mitad.
El primero de los conciertos que Pintos brindó en Rosario en este 2017 comenzó este jueves a las 21.10 ante un colmado Salón Metropolitano y concluyó después de las 23. La puesta en escena la dio una banda de siete músicos, algunos de los cuales lo acompañan desde hace casi una década, que lo secundaron en forma de semicírculo. No hubo pantallas de fondo ni escenografía, sólo un simple telón y una estructura en forma de triángulo. Así, Abel ocupó el centro de las miradas.
En el medio del escenario, solo con su humanidad, una forma de mostrar toda su fragilidad. Con esa naturalidad siente, y a través de su cuerpo comunicó con voz, bailes y gestos que lo hacen genuino y honesto. Él vive intensamente las canciones, las siente y canta, pero nunca antes de pasarlas por toda su humanidad. La fiesta se inició con los hits “Cómo te extraño” y continuó con “Tres” y “Pájaro cantor”.
“Muy buenas noches. Qué alegría, hace mucho que no veníamos a dar un concierto en Rosario. Me parece que eso no está bien. Nos re mil conviene vernos un poco más seguido”, le dijo Pintos a su público cada vez más heterogéneo aunque todavía marcadamente femenino. “Gracias, de todo corazón, porque tengo muchos motivos para sentirme contento. Es emocionante subirse al escenario y ver la expresión de las personas que vienen por primera vez”, amplió, antes de anunciar que el show iba a durar mucho tiempo. “Ojalá disfruten de este concierto como nosotros lo hacemos con toda el alma”, y comenzó a recorrer 11 con “Oncemil”.
La primera hora de concierto se concentró en canciones de corte más pop y con baladas pertenecientes, justamente, al flamante álbum, pero luego se metió en una faceta mas folclórica donde sigue luciendo su agudo registro vocal para interpretar temas como “Asuntos pendientes”, “Solo”, y en una búsqueda más rockera, “Alleluja”, de León Gieco, que versionó y supo incluir en su disco Revolución, de 2010, material sobre el cual volvió a lo largo de la noche.
Entre bailecitos desenfrenados y ademanes desestructurados, el artista argentino más convocante y popular del momento, hacía saltar de la platea a sus fans cada vez que, desde el escenario, proponía intercambiar el rol protagónico con sus seguidores dándole la voz para interpretar estribillos. Fue imposible para la seguridad de la productora mantener a la gente en sus asientos por mucho tiempo.
De hecho, Pintos ofreció un concierto de más de dos horas donde sonaron todas sus épocas a partir de un repertorio para nuevos y viejos seguidores: “El Adivino”, “Alguien”, “Una razón” y “Mi ángel”, entre otros, de 11; y “Aquí te espero”, “De sólo vivir”, “Cuántas veces”, “A-Dios”, y “El Mar” (de Abel), entre otros, para volver al escenario a interpretar tres bises bombásticos: “La Llave” y “Crónica” (de La Llave), y cerrar el primero de los conciertos con “Revolución”, una canción que suscita todo el desenfreno que los límites de un espacio pueden albergar y donde la “abelmanía” dio rienda suelta al clásico folclore con el que homenajean a su ídolo que fue una fiesta en sí misma con cotillón, papel picado, globos y hasta nieve artificial.
El músico lloró al interpretar “El Mar» (del disco Abel), un tema que dice “Me siento así, como un niño perdido. Que no aprendió, no quiere jugar. Soñar o llorar, ni sonreír sin ti”. La mitad de las canciones de los once discos de Abel tienen al mar como protagonista e inspiración. No es casual.
Este sábado brindará su último concierto en Rosario antes de continuar su gira por todo el país que sigue generando furor y que el 16 de diciembre, por primera vez, lo tendrá tocando en el Estadio de River, uno de los escenarios elegidos por bandas internacionales y que, por su capacidad, pocos artistas nacionales consiguieron.