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Acerca de la tristeza más profunda, en tonos sepia

Por Miguel Passarini. El director teatral rosarino Damián Ciampechini, al frente de un variopinto elenco, sale airoso del complejo desafío que implica montar una versión del clásico “Stéfano”, grotesco de Armando Discépolo.

critica-dentroiEl destino trazado e ineludible, aquello que como en una tragedia se presiente porque se aproxima, el hastío de los logros que se esfuman como la vida misma entre risas y llanto y entre las paredes sepia de una vieja casa humilde de la Buenos Aires de comienzos de siglo XX. Allí están Ñeca, Margarita, María Rosa, Stéfano, Don Alfonso, Radames, Pastore y Esteban, los personajes imaginados por Armando Discépolo en la irredenta Stéfano, acaso su pieza más radical, teñida de pesimismo, aciaga y dolorosa como pocas, sobre los infortunios de un hombre que nada podrá hacer contra eso que soñó pero que no pudo concretar.

La fábula de Stéfano es conocida y repetida, aunque mantiene intacta su vigencia, por momentos, verdaderamente estremecedora. Se trata de la historia de un simple músico de orquesta de 50 años, que vive rodeado de su familia de inmigrantes (padres, hijos, mujer) que se siente traicionada por este hombre que sueña con componer una ópera extraordinaria y salvadora, tan inalcanzable como el bienestar que anhelan esos hombres y mujeres, estereotipos de los argentinos que vinieron a “hacerse la América” y terminaron, en muchos casos, parapetados entre las derruidas paredes de los conventillos porteños, añorando un pasado y una tierra a la que nunca podrán regresar.

critica-fotoEn apariencia incomprendido por sus congéneres, fieles estereotipos de los personajes de los inquilinatos porteños de las décadas del 20 y del 30, Stéfano se llena de una tristeza inconmensurable al ver cómo su sueño de supuesto gran compositor se diluye frente a una realidad atroz, marcada por los reclamos, el dolor, la pérdida, una supuesta traición y el futuro de toda su familia que, en concordancia con la realidad sociopolítica argentina de entonces, echa por tierra toda fantasía posible.

Y allí radica la clave de esta versión de Stéfano, obra originalmente estrenada en Buenos Aires, en 1928, por la compañía de Luis Arata, que abreva en la frustración como signo fundante, en la interpelación de los personajes y en la coloratura que deviene del grotesco, un género cuya complejidad pocas veces llega a buen puerto.

Sucede que las tribulaciones y lamentos de los personajes prototípicos del género aparecen en esta versión, aunque por momentos exacerbados, en la mayoría de los pasajes, con la métrica justa entre ese arbitrario, complejo y pocas veces abordable delgado camino que va de la risa al llanto casi con igual intensidad. Por lo mismo que se ríe, se llora en esta paráfrasis marcada por una especie de “amor malentendido”, y vínculos que extraditan las emociones y el cariño, y las convierten en demandas.

Con un elenco que, lejos de temerle, enfrenta el registro del grotesco con coherencia y profundidad, se destacan, por los matices y la contundencia que aportan a sus trabajos, Nives Paschetto como Margarita (la mujer del músico), Franco Bonino como Radames (uno de los hijos) y Armando Durá como Stéfano, quien consigue, sobre todo en los soliloquios, la ambigüedad justa que requiere el personaje, sin abusar del cocoliche que por momentos tiñe otros pasajes y personajes de la obra.

Luego de la sorpresa que implicó Embovedados, y camino a convertirse en un ingenioso director de actores, es decir un creador que entiende, por encima de todo, la lógica de la actuación como un recurso que se debe poner a funcionar para producir ficción e instancias verosímiles más allá del registro elegido, Damián Ciampechini es el gran artífice detrás de esta versión.

Por lo demás, es de destacar la dirección de arte de Marta Zonca, que si bien apela a una escenografía y vestuario realistas (es casi imposible pensarlo de otra manera), la coherencia y dramaticidad que completa la puesta de luces resalta cierto pintoresquismo que requiere este singular cuadro familiar, que parece estar a la altura de la demanda: “Stéfano habita una vieja casa de barrio pobre. Es de tres piezas la casa; dos dan a la calle; la otra es de madera y cinc y recuadra, con la cocina incómoda, un pequeño patio lleno de viento… La sala que vemos es comedor, cuarto de estar y de trabajo, de noche dormitorio y cuando llueve tendedero…”, escribe Discépolo al comienzo de la obra, y eso está allí, como escapado de otro tiempo, quizás de una vieja foto, con un puñado de personajes que completan los intersticios de esta cruel parábola sobre el fracaso.

Valioso homenaje

“En la década del 70, el elenco del grupo Arteón, bajo la dirección de Néstor Zapata y las interpretaciones de actores emblemáticos de la ciudad como Emilio Lenski, María Teresa Gordillo y Carlos Medina, que hoy no se encuentran entre nosotros, representaron Stéfano enalteciendo la escena local y recorriendo con la puesta seis países de nuestro continente”, escribe el director Damián Ciampechini en el parte de prensa, y agrega: “En esta versión hacemos un sentido homenaje y recordatorio a esa inolvidable puesta y a sus integrantes”. El proyecto, que por estos días ofrece sus últimas funciones de la temporada, fue declarado de Interés Cultural por el Concejo Deliberante, el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia, la Secretaría de Cultura municipal y el Consulado de Italia.

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